El aire se volvió tan frío que hasta el fuego tembló.
La figura descendía lentamente, envuelta en una neblina blanca que hacía sangrar el cielo.
Cada paso suyo congelaba el aire, cada movimiento borraba el sonido.
Y cuando sus pies tocaron el suelo, el río entero se volvió cristal.
Ailén la miró, con el corazón retumbando en el pecho.
La Reina del Hielo no era humana.
Su piel era pálida como la luna, su cabello una cascada de plata pura.
Los ojos —fríos, pero infinitamente tristes— se clavaron en ella.
—Así que… —su voz sonó como una melodía rota— la híbrida existe.
Darian se adelantó, el fuego ardiendo en su mano.
—No te acerques a ella.
La reina lo miró, y por un instante el fuego titubeó.
—Tú… sigues vivo. Me sorprende.
—Lástima que tú también.
Elyra descendió desde la torre, su capa de sombras ondeando como alas.
—Helmir está fuera del dominio de los clanes, Reina. No tienes derecho a entrar aquí.
La reina sonrió.
—¿Derecho? El hielo no necesita permiso para reclamar lo que le pertenece.
Ailén frunció el ceño.
—No te pertenezco.
—Oh, pequeña… —La reina dio un paso hacia ella—. Todo el hielo del mundo corre por tu sangre.
La temperatura cayó de golpe.
La escarcha subió por las columnas rotas, cubriendo los símbolos antiguos.
Darian se interpuso, su fuego formando una barrera viva.
—Si das otro paso, te juro que…
—¿Qué? ¿Volverás a perderla, como a tu padre?
El fuego se apagó.
Ailén miró a Darian, confundida.
—¿Qué quiso decir?
Darian no respondió.
La reina sonrió.
—No te contó, ¿verdad? Qué curioso. El héroe del fuego ocultando la verdad a su llama.
Aeris se tensó, mirando de uno a otro.
—No es momento para juegos.
—No es un juego —replicó la reina—. Es historia. Y la historia, querida Ailén, comienza con tu madre.
El corazón de Ailén se detuvo un instante.
—¿Qué sabes de ella?
—Todo. —Los ojos de la reina brillaron con melancolía—. Porque fui yo quien la condenó.
El silencio cayó como una daga.
Ailén retrocedió, la voz atrapada en la garganta.
—Estás mintiendo.
—¿Lo hago? —La reina levantó una mano. En el aire se formó un círculo de hielo, y dentro de él, una imagen: una mujer humana, joven, de cabello oscuro y ojos de fuego y nieve.—
Selene Vega.
Ailén ahogó un sollozo.
—Madre…
La imagen mostraba a Selene sosteniendo a un bebé: ella misma.
A su lado, un hombre de cabello blanco y ojos plateados —Kael de Lumeris— la miraba con ternura.
La voz de la reina se quebró apenas:
—Era mi hermano.
Darian se giró con los ojos abiertos de par en par.
—¿Qué…?
La reina asintió.
—Kael fue príncipe del Clan del Hielo. Yo, su hermana, le advertí del peligro de amar a una humana. Pero él no escuchó. Y de esa unión… naciste tú.
Ailén sintió las piernas fallarle.
La verdad la atravesó como una lanza.
Mitad fuego. Mitad hielo.
Hija del enemigo… y de la sangre real del norte.
—Tú mataste a mi madre —susurró.
La reina bajó la mirada.
—Fue el Consejo quien ordenó su muerte. Yo solo cumplí el pacto.
Darian apretó los puños, el fuego ardiendo otra vez.
—Entonces tú eres la causa de todo esto.
—No, Darian. —La reina lo miró con un dolor antiguo—. Lo eres tú.
El aire se volvió insoportablemente tenso.
Ailén los miró a ambos, la voz temblando.
—¿Qué significa eso?
La reina extendió una mano hacia Darian.
—Tu fuego fue el que marcó su destino. Tú eras el guardián asignado para destruir a cualquier híbrido que naciera. Pero cuando la viste… cuando viste a Selene con su hija… te negaste.
Ailén sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
Miró a Darian, esperando que lo negara.
Él no lo hizo.
—¿Es cierto? —preguntó, con un hilo de voz.
Darian apartó la mirada.
—Sí.
El fuego alrededor se apagó.
Solo quedó el frío.
El silencio era un abismo.
Ailén lo miraba sin parpadear, sin respirar siquiera.
El fuego dentro de ella temblaba, confundido entre el calor y el frío, entre la rabia y el dolor.
—Tú… —su voz apenas salió—. Tú sabías quién era yo.
Darian no levantó la vista.
—Lo supe cuando el fuego te reconoció.
—¿Y aún así me salvaste?
—Porque no podía volver a matarte.
Ailén retrocedió, las lágrimas quemando al caer.
—¿Volver?
—Tu madre… —Darian apretó los puños—. Yo estaba allí, Ailén. La noche que el Consejo vino por ustedes.
El aire se volvió denso.
Aeris bajó la cabeza, sin atreverse a interrumpir.
Elyra observaba desde lejos, el rostro grave.
—¿Qué hiciste? —susurró Ailén.
Darian cerró los ojos.
—Me ordenaron destruirlas. A ambas. Pero no pude. Ayudé a Selene a escapar. Fingí haber cumplido la misión.
—Y luego…
—El Consejo descubrió la mentira. Mandaron al Clan del Hielo a terminar lo que yo no hice.
La Reina habló, su voz como cristales rompiéndose:
—Cuando llegamos, Selene ya estaba herida. Kael había muerto defendiendo a la niña. La maté para que su sufrimiento terminara… no por odio, sino por compasión.
—¡Compasión! —Ailén gritó. El fuego surgió, azul y blanco, formando un círculo a su alrededor—. ¡Tú no sabes lo que es eso!
El calor hizo que la escarcha del suelo se derritiera.
Los símbolos antiguos del santuario comenzaron a brillar.
Elyra dio un paso adelante.
—Ailén, detente. El fuego está respondiendo a tu ira.
—¡Que arda entonces! —gritó ella, la voz quebrada—. ¡Que todo arda!
El poder la envolvió.
La temperatura cambió violentamente: hielo y fuego chocando dentro de su cuerpo.
El aire se volvió luz.
Darian la alcanzó justo cuando una ráfaga de energía explotó a su alrededor.