Susurros De La Mente

Prólogo

La niebla caía sobre Londres como un manto de ceniza. Era una de esas noches en las que la ciudad parecía estar hecha de humo y sombras, como si el mismísimo infierno hubiera exhalado su aliento sobre las calles empedradas.

Las farolas iluminaban apenas unos metros, devoradas por la bruma que se enroscaba como serpientes de cristal. El murmullo de carruajes lejanos y el golpeteo de cascos de caballos se mezclaban con el repiqueteo de la lluvia contra los ventanales de mansiones y tabernas.

La aristocracia dormía tras sus cortinas de terciopelo, mientras los pobres se guarecían bajo techos que apenas resistían la humedad. Sin embargo, en medio de esa ciudad dividida por clases y secretos, algo más oscuro y profundo tejía sus redes: el poder de las mentes.

Gabriel lo sabía, aunque no podía explicarlo. Desde niño había sentido esas presencias invisibles, susurros que nadie más escuchaba, miradas que se clavaban en él aun cuando estaba solo. Sus ojos dorados, reflejo de un sol atrapado en un cuerpo frágil, lo volvían objeto de atención, admiración y envidia.

Pero últimamente, lo que lo rodeaba no era simple curiosidad: era acoso. Una voz que se filtraba en sus sueños, que lo atormentaba con palabras dulces y crueles al mismo tiempo, como si alguien quisiera poseer no su cuerpo, sino su alma entera.

-Eres mío, Gabriel... -susurraba esa voz en la penumbra de sus pesadillas- Nadie podrá protegerte de mí.

Y cada noche, el joven despertaba con el corazón desbocado, la frente perlada de sudor, sin saber si lo que había vivido era un sueño o una invasión real.

En contraste, Lucien era el silencio. El hombre de los ojos celestes, el cabello negro como alas de cuervo, y el porte de un caballero marcado por secretos.

Nadie en los círculos sociales de Londres sabía mucho de él, salvo que aparecía en ocasiones en veladas y bailes, siempre vestido de negro, siempre solitario. Su sola presencia parecía intimidar, como si caminara con un peso invisible sobre sus hombros.

Lucien poseía un don... o una maldición. Su mente podía entrar en la de otros, deshacer pensamientos, crear ilusiones, sembrar miedo o paz. Pero cada uso lo desgastaba como si una parte de sí mismo se rompiera un poco más. Había aprendido a vivir aislado, temido, marcado como un hombre peligroso. Hasta que lo vio a él.

La primera vez que se cruzaron fue en un baile de invierno en la mansión de los Ashcroft. Gabriel, vestido de rojo intenso, con su melena dorada cayendo como fuego sobre sus hombros, había huido al jardín para escapar de las conversaciones tediosas de la alta sociedad. Fue allí, entre rosales congelados y estatuas cubiertas de escarcha, donde Lucien lo encontró.

No fue casualidad. Lucien había sentido la presión de otra mente poderosa en ese baile, un poder que lo obligó a estar alerta. Y en medio de ese torbellino invisible, estaba Gabriel. Un faro de luz atrapado por la sombra.

-¿Quién... quién es usted? -preguntó Gabriel aquella noche, al verlo emerger de la bruma como si fuera parte de ella.

Lucien lo miró en silencio, con esos ojos de acero que parecían leer más allá de lo visible.

-Soy quien puede protegerte -respondió finalmente, con una voz grave que parecía rozar no solo sus oídos, sino también su mente.

Desde entonces, los encuentros se repitieron en secreto, lejos de las miradas indiscretas. Gabriel se sentía atraído por él de una forma inexplicable: había miedo, pero también fascinación. Lucien, en cambio, sabía que acercarse a él significaba condenarlo. Sin embargo, la atracción fue inevitable.

Lo que Gabriel no sabía era que su acosador tenía nombre y rostro: Lord Dorian Ashcroft. Aristócrata intachable, dueño de una de las fortunas más grandes de Inglaterra, benefactor de instituciones de caridad y fiestas opulentas... pero también el mentalista más poderoso que Londres había conocido.

Su habilidad para invadir pensamientos y retorcer voluntades superaba con creces la de Lucien. Y ahora deseaba a Gabriel.

No por amor, sino por ambición. Gabriel era un receptáculo perfecto: su mente, abierta y sensible, podía convertirse en el arma definitiva para multiplicar los poderes de Dorian.

Las noches se volvieron un campo de batalla invisible. Lucien, desde las sombras, luchaba por mantener a Gabriel a salvo, reforzando barreras mentales, creando ilusiones para confundir a su enemigo.

Pero Dorian era demasiado fuerte: se filtraba en los sueños de Gabriel, lo hacía temblar con susurros venenosos, lo envolvía en visiones que parecían más reales que la vigilia.

El joven rubio, con el corazón acelerado y la mente fracturada, apenas podía sostener su cordura. Y aun así, cuando se refugiaba en los brazos de Lucien, todo parecía calmarse. El abrazo del caballero oscuro era su único refugio, su única ancla.

Pero incluso en ese sótano gótico donde velas iluminaban cráneos antiguos y símbolos de protección, Gabriel podía sentirlo: Dorian estaba más cerca cada vez.

-No puedes luchar contra él, Lucien -susurró Gabriel una noche, con lágrimas contenidas en sus ojos dorados- Lo siento dentro de mí, más fuerte que nunca. Se ríe de mis intentos de resistirlo.

Lucien lo sostuvo con fuerza, con una mirada que escondía su propio miedo.

-Tal vez no pueda derrotarlo solo... pero juntos, Gabriel, podemos desafiar cualquier oscuridad.

La promesa quedó flotando en el aire como un conjuro. Y cuando sus labios se encontraron por primera vez, el mundo alrededor pareció detenerse: las velas ardieron con más fuerza, las sombras retrocedieron un instante. Ese beso fue el inicio de algo imposible de ocultar.

Un amor condenado en una sociedad que jamás los aceptaría. Un amor perseguido por una mente capaz de arrasar con todo. Un amor que nacería entre susurros y acabaría enfrentando al poder más devastador de todos.

La guerra no sería con espadas ni cañones. Sería en la mente, en los recuerdos, en las emociones más profundas. Y en esa batalla, el amor podía ser su única salvación... o su perdición final. Gabriel empieza a escuchar a Dorian dentro de su mente en plena vigilia:




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