Susurros De La Mente

El Eco de las Sombras

El sótano había quedado en silencio tras el colapso del espejo. El aire olía a hierro, sangre y cera extinguida. Gabriel sostenía a Lucien con las manos temblorosas, intentando despertarlo, pero el joven caballero seguía inconsciente. Su piel estaba fría y pálida, con un hilo de sangre corriéndole por la comisura de los labios.

—No me dejes solo… —susurró Gabriel, acariciándole el rostro con dedos temblorosos.

El miedo lo ahogaba. No al villano, ni siquiera a los espejos, sino a la idea de perderlo. Por primera vez en su vida, alguien había decidido interponerse entre él y el peligro, alguien dispuesto a pagar el precio de defenderlo. Y ese alguien podía morir en sus brazos. Un murmullo invisible rozó su oído.

¿Por qué lloras por él?

Gabriel giró bruscamente la cabeza. El sótano estaba vacío. Sin embargo, la voz estaba allí, reptando como un veneno bajo la piel.

Él no podrá salvarte. Ya viste lo débil que es. Mira cómo sangra… apenas puede sostenerse. Yo, en cambio, puedo protegerte de todo. Solo tienes que dejarme entrar.

Gabriel cerró los ojos con fuerza.

—¡No! —gritó, su voz quebrándose entre las paredes.

El eco le devolvió la palabra, pero algo más acompañaba el eco: una risa. Dorian no había sido expulsado del todo. Su marca seguía dentro de Gabriel, como un clavo enterrado demasiado profundo. Lucien gimió suavemente, y Gabriel bajó la mirada.

—Tienes que despertar… por favor, Lucien, no me dejes.

Un resplandor leve emanó de las marcas grabadas en las paredes. Los símbolos arcanos reaccionaban a sus emociones, iluminándose en dorado cada vez que su angustia aumentaba. Gabriel se dio cuenta con horror de que él mismo estaba despertando el poder de aquel lugar, sin controlarlo.

De repente, el cuerpo de Lucien se arqueó bruscamente. Sus ojos se abrieron de golpe, brillando con un azul tan intenso que parecía hielo. Gabriel retrocedió un instante, sorprendido.

—¿Lucien?

Pero la voz que salió de sus labios no era la suya.

—Gabriel.

La habitación entera se estremeció. Era la voz de Dorian, hablando a través de Lucien. Gabriel se heló.

—¡No… no puedes!

El cuerpo de Lucien forcejeaba, como si dos voluntades lucharan dentro de él. Sus labios se torcieron, alternando entre un gesto de dolor y una sonrisa cruel.

—¿Quieres verlo morir en tus brazos? —preguntó Dorian, usando la boca de Lucien— Su resistencia es inútil. Cada vez que me enfrenta, se desangra un poco más. ¿De verdad crees que podrá salvarte la próxima vez?

Gabriel se arrodilló junto a él, con los ojos ardiendo de lágrimas.

—Lucien, escúchame. Sé que estás ahí. No lo dejes entrar. ¡No le des tu mente!

Los ojos celestes parpadearon, volviendo por un instante a ser los de Lucien.

—Gabriel… —susurró con dificultad, como si hablara desde el fondo de un abismo— No te acerques… puede usarte contra mí.

Gabriel negó con la cabeza y lo abrazó con fuerza.

—Entonces que me use. Prefiero caer contigo antes que quedarme solo en esta oscuridad.

Un destello dorado recorrió el cuerpo de Gabriel y se transfirió al de Lucien. La marca de Dorian dentro de él se estremeció, retrocediendo como una bestia herida. Lucien jadeó, libre por un instante. Sus ojos se enfocaron en Gabriel, y una ternura desesperada los inundó.

—No entiendes lo que has hecho… —dijo con voz entrecortada— Tu poder me ha alcanzado. Me has devuelto fuerzas que ya no tenía.

Gabriel no respondió con palabras. Solo lo besó. Fue un beso torpe, desesperado, marcado por lágrimas y miedo, pero también por un amor que ardía sin piedad.

El sótano respondió. Las velas se encendieron de golpe, iluminando los símbolos con un resplandor cegador. El aire se llenó de un canto lejano, como si voces invisibles acompañaran el momento.

Pero la calma duró apenas segundos. El espejo quebrado volvió a vibrar, y en sus fragmentos flotantes apareció el reflejo de Dorian. Su rostro ya no estaba oculto tras sonrisas aristocráticas: ahora era pura furia, con los ojos llameando como carbones encendidos.

—Creíste que podías resistirme, Lucien. Creíste que el amor podía salvarlo. —La voz se expandió en todos los rincones, más fuerte que nunca— Pero yo soy Londres. Yo soy sus sombras. No hay rincón al que no llegue mi voz.

Los fragmentos de espejo comenzaron a recomponerse, uniéndose en el aire hasta formar un portal oscuro. Del otro lado se veía un salón de mármol y columnas, con decenas de figuras sin rostro esperando órdenes.

Lucien tomó la mano de Gabriel con fuerza.

—Nos ha encontrado.

—¿Qué haremos? —preguntó Gabriel, con la respiración entrecortada.

Lucien lo miró, sus ojos celestes brillando con determinación.

—Lo enfrentaremos. Juntos.

El portal terminó de abrirse, y la voz de Dorian atravesó el umbral con un rugido. Entonces vengan a mí, amantes condenados. Los estoy esperando.

Y de entre la oscuridad del espejo, una mano extendida apareció, lista para arrastrarlos hacia un destino que podría ser su final… o su única salvación.

Gabriel y Lucien quedan de pie, de la mano, ante el portal abierto por Dorian. El aire del sótano se rompe en pedazos, y ambos saben que si cruzan ese umbral, nada volverá a ser igual.

Y aun así, el resplandor dorado de Gabriel comienza a arder con más fuerza, como si su destino estuviera del otro lado.




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