Susurros De La Mente

Las Voces del Hielo

La nieve cayó toda la noche. Cada copo parecía arrastrar consigo un susurro. No un sonido humano, sino algo más profundo: un eco en el aire, como si el invierno hablara en un idioma olvidado. Lucien y Gabriel encendieron todas las velas, aunque sabían que la luz poco podía contra lo invisible. El fuego ardía en la chimenea, pero no daba calor.

—Lucien… — dijo Gabriel, con la voz temblorosa— El reloj… no se detiene.

Lucien lo miró. El viejo reloj de péndulo, cubierto de polvo, seguía marcando el tiempo con precisión imposible. Cada tic resonaba como un golpe en la mente.

Evelyn está aquí, pensó Lucien.

—No la dejes entrar, Gabriel. —Su voz era firme— No pienses en ella, no la nombres.

Gabriel apretó los dientes.

—¿Crees que eso basta para detenerla?

Lucien no respondió. Sabía que Evelyn no era ya una mente: era una energía, una idea encarnada. Fragmentada, sí… pero viva. El primer ataque llegó con la madrugada.

Desde el bosque, luces azules comenzaron a acercarse al pueblo. Los aldeanos que salieron a mirar quedaron inmóviles bajo su resplandor. Sus ojos se volvieron del mismo color. Una tras otra, las puertas se abrieron solas.

El viento entró, helando los hogares. Y los susurros llenaron las calles vacías. Lucien los sintió antes de verlos. Las voces. Miles de pensamientos entrelazados, corriendo como ríos mentales hacia él. Intentaban penetrar sus defensas.

¿Por qué lo eliges? —susurraban.
Déjame verlo a través de tus ojos… solo una vez.
Tú me creaste, Lucien.

Lucien cayó de rodillas, sujetándose la cabeza. Gabriel corrió hacia él, sosteniéndolo.

—¡Lucien! ¡Resiste!

Lucien temblaba.

—Está usando a los aldeanos… sus mentes son sus canales.

Gabriel lo abrazó con fuerza, buscando su mirada.

—Entonces los protegeremos a todos.

Lucien lo miró, pálido.

—Proteger a tantos podría matarnos.

Gabriel sonrió débilmente.

—Entonces moriremos amándonos.

Lucien cerró los ojos.

Su mente era fuego. La de Gabriel, luz.
Unidos, podían resistir.

Durante dos días, el pueblo fue un campo de batalla silencioso. Lucien y Gabriel apenas dormían. Extendieron su escudo alrededor de la cabaña, pero cada vez que el viento soplaba, algo golpeaba la barrera, intentando entrar.

A veces eran figuras humanas. Otras, sombras con forma de mujer, flotando entre la nieve. Los aldeanos, bajo el influjo azul, comenzaron a caminar hacia la montaña, uno por uno, como si algo los llamara. Gabriel los veía desde la ventana, impotente.

—Van hacia ella —dijo—. Está reconstruyéndose a través de ellos.

Lucien apoyó una mano en su hombro.

—No puede reconstruirse del todo mientras estemos juntos. Nuestra unión es su prisión.

Gabriel lo miró con ternura y miedo.

—¿Y si uno de los dos cae?

Lucien no respondió. Esa noche, Lucien soñó. O creyó hacerlo. Despertó en medio de una inmensidad blanca. Todo era nieve, silencio y un brillo suave. Frente a él, Evelyn. Vestía un vestido negro que flotaba como humo. Su piel era pálida, y sus ojos, de un azul tan intenso que dolía mirarlos.

—No vine a pelear —dijo ella, con voz serena— Vine a ofrecerte paz.

Lucien la observó con cautela.

—Tu paz huele a esclavitud.

Ella sonrió.

—¿Y la tuya no? Has hecho de tu amor una jaula. Lo retienes, lo proteges, lo controlas… ¿no ves que lo estás atando igual que yo te ato a mí?

Lucien dio un paso atrás, perturbado. Evelyn extendió una mano.

—Déjame mostrarte lo que sería si dejaras de resistirte.

El paisaje cambió. Ya no había nieve. Estaban en un jardín de rosas negras, bajo un cielo violeta. Gabriel no existía. Solo ellos dos. Evelyn lo miraba con devoción.

—Aquí nadie te temería. Nadie juzgaría tu poder. Solo yo. Y te amaría con la mente y con la oscuridad.

Lucien quiso apartarse, pero algo dentro de él dudó. Evelyn lo notó. Su sonrisa se ensanchó.

—No es odio lo que sientes, Lucien. Es miedo a desearme.

Lucien cerró los ojos y, con voz firme, susurró:

—Mi deseo no es tuyo.

El jardín se desintegró. Evelyn gritó, retrocediendo entre la nieve.

—¡No puedes huir de mí! —rugió— No eres tan puro como él cree.

Lucien la miró con calma.

—No necesito ser puro. Solo necesito amarlo.

La luz dorada lo envolvió. Evelyn desapareció. Lucien despertó sobresaltado, empapado de sudor. Gabriel estaba sentado a su lado, sosteniéndolo, con los ojos brillando débilmente.

—Te escuché —susurró Gabriel—. Soñabas con ella.

Lucien le tomó las manos.

—Ella no puede tocarnos mientras estemos unidos. Pero… su poder crece. Se alimenta de las dudas.

Gabriel lo miró con intensidad.

—Entonces no dudemos nunca.

Y lo besó. Fue un beso desesperado, de fuego y miedo, de vida aferrándose a la vida.
Afuera, la tormenta rugía. En el bosque, los aldeanos formaban un círculo. Sus ojos azules resplandecían en la oscuridad. En el centro, un hueco en la nieve comenzó a abrirse. Del suelo emergió una figura femenina. Sus cabellos eran ríos de luz. Su rostro, reconstruido a medias, apenas humano.

—Lucien… —susurró Evelyn, renaciendo— Si no vienes a mí, vendré a ti.

El viento llevó sus palabras hasta la cabaña. Gabriel las escuchó, incluso dentro de sus sueños. Y su corazón, por primera vez, tembló.

Al amanecer, Gabriel se levantó para encender la chimenea. Pero al mirar hacia el espejo, no vio su reflejo. Solo el de Lucien… dormido detrás de él. Y, justo a su lado, una silueta femenina de ojos azules que lo observaba desde dentro del cristal.




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