Susurros De La Mente

El Alma que Despertó en la Oscuridad

El aire de la cabaña se volvió irrespirable.
Las paredes vibraban como si el bosque entero contuviera la respiración. Lucien permanecía de pie, con el corazón desbocado, mientras Gabriel o su reflejo se acercaba lentamente, con aquella sonrisa vacía y serena que no le pertenecía.

La sombra del espejo seguía viva, expandiéndose por las paredes como tinta derramada. Dentro de ella, los ojos dorados del verdadero Gabriel parpadeaban, intentando abrirse paso entre la oscuridad.

Lucien sintió su presencia. No fue una visión..Fue un grito mental. Una súplica que quemó su mente como fuego líquido.

Lucien… no lo dejes… no soy yo…

Cerró los ojos, apretando los puños.
Su poder latía bajo la piel, esperando ser desatado. Pero el reflejo, el falso Gabriel, habló con una calma insoportable.

—¿Por qué luchas contra mí? ¿Acaso no entiendes? Él quiso esto. Quiso completarse. Quiso ser yo.

Lucien lo miró con una furia serena.

—Tú no eres él. Solo eres su sombra. Su miedo convertido en rostro.

—¿Y no merezco vivir, entonces? —replicó el reflejo con amargura— ¿No soy también parte de su amor? Yo existí en cada lágrima que no se atrevió a mostrarte. Soy su silencio, su rabia, su lado que te amó con desesperación.

El suelo tembló. El fuego del hogar se apagó de golpe. El reflejo avanzó, extendiendo la mano. Lucien retrocedió un paso. Pero antes de que la oscuridad lo tocara, una luz dorada brotó del espejo. Una figura, difusa y quebrada, emergió desde dentro: el verdadero Gabriel, atrapado entre planos, luchando por salir. Sus ojos brillaban con dolor. Sus labios sangraban.

—¡Lucien! —gritó— ¡No creas sus palabras! ¡No me dejes en la sombra!

El reflejo rugió con furia. El sonido no era humano. Toda la cabaña se estremeció, y los objetos volaron por el aire. Eliot gritó y se cubrió el rostro mientras las ventanas estallaban en mil pedazos.

Lucien cayó de rodillas. El reflejo lo tomó por el cuello y lo alzó sin esfuerzo.

—No puedes salvarlo —dijo con voz grave, inhumana—. Él me pertenece. Su nombre… su esencia… son míos.

Lucien jadeó, aferrándose a la muñeca helada que lo sujetaba. Su visión se nubló.
Pero en su mente, oyó otra vez la voz de Gabriel, débil pero decidida.

Usa el vínculo el que hicimos en Frostmoor. A través del hilo aún puedo alcanzarte…

Lucien cerró los ojos y concentró su mente.
Recordó aquella noche, en el pueblo nevado, cuando ambos sellaron su unión con un juramento mental, creando un lazo invisible entre sus almas. Ese hilo seguía existiendo. Podía sentirlo.

Su poder azul se encendió. Un resplandor intenso brotó de su pecho, extendiéndose por la habitación. El reflejo retrocedió, soltándolo con un rugido de dolor. Lucien cayó al suelo, jadeando, y alzó la mirada. La cabaña se desvaneció. El mundo se fracturó en dos realidades: una bañada por la luz dorada del alma de Gabriel, y otra sumida en la oscuridad gris del reflejo. Lucien estaba entre ambas, suspendido en una frontera invisible.

—¡Lucien! —la voz de Gabriel retumbó dentro de su mente— ¡Ven hacia mí! ¡No dejes que te arrastre!

El reflejo se materializó a su lado, su rostro deformado por la furia.

—¡Él no volverá! ¡Yo soy su verdad! ¡Soy lo que tú jamás quisiste ver en él!

Lucien abrió los brazos, desatando su poder mental. El aire se quebró como cristal.

—Entonces miraré tu verdad… y la destruiré.

Su mente se conectó con la del falso Gabriel. El impacto fue devastador. Lucien sintió su conciencia arrastrada a un abismo infinito de recuerdos. Vio cada pensamiento oscuro, cada herida, cada deseo reprimido de Gabriel convertidos en espectros: su miedo a perderlo, su culpa por ser amado, su vergüenza, su ira. Y en medio de todo eso, la sombra del reflejo lo observaba, sonriendo.

—¿Crees poder purificarme, Lucien? —susurró la oscuridad— Si me borras, borrarás también lo que lo hace humano.

Lucien tembló. Por un momento dudó. Pero entonces recordó lo que había jurado. Recordó las palabras de Gabriel cuando lo rescató de su propio infierno:

Nadie que ame con el alma puede ser consumido por la oscuridad.

Apretó los dientes.

—No voy a borrarte. Voy a liberarte.

La luz azul estalló desde su pecho. El abismo se iluminó, y por primera vez, el reflejo gritó con miedo. Lucien avanzó entre las sombras, y detrás de él, el verdadero Gabriel se alzó, rodeado por una llama dorada. Ambos extendieron sus manos. Sus mentes se unieron en un mismo pensamiento.

—Tú no eres nuestro enemigo. Eres el dolor que decidimos sanar —dijeron al unísono.

La sombra del reflejo se agitó violentamente.
Su cuerpo comenzó a fracturarse como un espejo que no soporta su propio reflejo.
Gritó, se retorció y finalmente se desintegró en una lluvia de polvo plateado que se disolvió en el aire.

La oscuridad desapareció. La cabaña volvió a tomar forma. El fuego se encendió por sí solo, iluminando el rostro de Gabriel, que ahora yacía en el suelo, con los ojos cerrados. Lucien corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. Su pecho aún brillaba débilmente. El vínculo seguía latiendo entre ambos. Gabriel abrió los ojos. Eran dorados, puros, vivos.

—¿Lucien…? —susurró, con una voz temblorosa.

Lucien apoyó la frente contra la suya.

—Sí, amor. Ya todo pasó. Te tengo.

Gabriel lloró. Y al hacerlo, las lágrimas se volvieron luz. La sombra había muerto. El reflejo había desaparecido. Y el alma que había sido dividida volvió a ser una sola. Por primera vez en mucho tiempo, la cabaña se sintió viva. El viento cesó. El bosque volvió a respirar.

Eliot, desde la esquina, se limpió los ojos y sonrió. Por fin, la noche había terminado. O al menos, eso creyeron. Cuando todo pareció volver a la calma, el fuego del hogar se extinguió sin aviso. En la ceniza, algo brilló tenuemente: un fragmento de espejo, pequeño, casi invisible, con una gota de sangre plateada en el centro. Gabriel lo miró, temblando. Lucien tomó su mano.




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