Susurros De La Mente

La Jaula de los Ecos

El aire olía a hierro, a humedad, a pensamientos rotos. Gabriel despertó en un silencio tan profundo que sintió que su respiración profanaba un templo. Abrió los ojos, pero no vio nada. Solo oscuridad. Una oscuridad tan densa que parecía tener peso.

El suelo bajo su cuerpo era frío, metálico.
Intentó moverse, pero cadenas invisibles lo sujetaban por los tobillos y las muñecas.
Cuando quiso gritar, descubrió que su voz apenas era un hilo.

—¿Lucien…? —susurró, temblando.

Nadie respondió. Solo su eco, deformado, repitiendo su propio nombre. Era un eco que no venía del aire, sino de su mente. Entonces comprendió..No estaba en un lugar físico..Estaba dentro de una prisión mental creada por la secta..Un espacio donde los pensamientos tomaban forma y el tiempo se volvía enemigo.

Trató de concentrarse, de invocar un destello del poder que alguna vez había sentido en Hollowgate. Pero todo se dispersaba, como si cada intento de pensar le robara un poco más de sí mismo. Un murmullo surgió en la oscuridad. Primero lejano, luego más claro. Voces. Miles de voces susurrando a la vez, como si las paredes respiraran.

No temas, Gabriel… estamos contigo….Él no vendrá… no puede….Tu mente es nuestra ahora…

Gabriel cerró los ojos con fuerza.

¡Callen! ¡Déjenme en paz!

Las voces rieron..Y entonces, frente a él, una chispa azul encendió el vacío. De esa chispa nació una figura: un hombre vestido con túnica blanca y una máscara de cristal..Sus ojos, ocultos tras la transparencia, brillaban como dos luceros muertos.

—Bienvenido, portador del Eco —dijo con voz suave— Estás en el Núcleo. El santuario donde las mentes se purifican y se vuelven una sola.

—¿Dónde está Lucien? —escupió Gabriel, con los dientes apretados.

—En su destino. —El hombre inclinó la cabeza— Lo que sientes por él es lo que te trajo aquí. Pero ya no es necesario.

—¡Mientes!

Gabriel tiró de las cadenas con todas sus fuerzas. Sus muñecas ardieron, pero el metal no cedió..La figura dio un paso más cerca.

—Lucien te condenó al compartir contigo su mente. Ahora eres mitad él, mitad nosotros. No hay salida.

—Sí la hay —murmuró Gabriel, temblando— Él vendrá por mí.

—Entonces, ruega que no lo haga.

El hombre levantó una mano, y el aire se volvió líquido..El cuerpo de Gabriel se arqueó, atrapado en una corriente invisible.
El dolor no era físico; era mental. Cada recuerdo se encendía y se deshacía a la vez: su infancia, el sonido del violín de su madre, la voz de Lucien prometiéndole que nunca lo dejaría solo. Todo comenzaba a derretirse dentro de su mente. Gritó. Gritó hasta que su garganta fue un hilo de fuego.

—¡Lucien! ¡Por favor, escúchame! ¡Ayúdame!

El eco de su voz se propagó como una ola. Y por un instante, el templo mental se estremeció. Los muros vibraron, las luces parpadearon. El hombre de la máscara retrocedió.

—¿Qué… qué fue eso?

Gabriel, jadeante, sonrió apenas.

—Él me oyó… lo sé…

El guardián desapareció, dejando al silencio regresar. Gabriel respiraba entre sollozos, agotado, temblando. Pero en medio del vacío, una nueva sensación se abrió paso.
Calor. Un calor familiar que lo envolvió desde dentro. Cerró los ojos..Y allí estaba: la voz de Lucien, débil pero viva.

Gabriel… aguanta… estoy viniendo…

Las lágrimas rodaron por sus mejillas.

—Sabía que vendrías… — susurró, sonriendo entre el llanto.

Puedo verte… puedo sentirte… pero el lugar donde estás no es real. Es una mente dentro de otra. Ellos usan tu propio poder para mantenerte preso.

No importa… mientras me oigas, estoy vivo.

El vínculo se fortaleció. Lucien lo veía ahora: su cuerpo suspendido entre cadenas mentales, su alma luminosa atrapada en una esfera de cristal dentro del santuario. Pero no podía alcanzarlo aún.

Gabriel, escucha. No confíes en lo que ves. Intentarán quebrarte con imágenes. Mantente aferrado a mí.

Siempre lo hago…

El calor se desvaneció..Y de pronto, todo cambió..La oscuridad se transformó en un amplio salón de espejos. Cada espejo mostraba un recuerdo distinto: Lucien riendo, Lucien besándolo, Lucien ardiendo entre fuego. Gabriel se acercó al primero.

—No… no puede ser…

En el reflejo, Lucien lo miraba con odio. Sus ojos eran completamente negros.

—¿Por qué me seguiste, Gabriel? —decía el reflejo— Si no hubieras insistido, aún estaríamos a salvo. Me condenaste.

Gabriel retrocedió, negando con la cabeza.

—No… eso no eres tú.

—Claro que lo soy. Soy la parte que se cansó de protegerte. La que se quebró por amarte.

Los otros espejos comenzaron a hablar también. Cientos de Luciens, todos distintos, todos crueles.

Eres débil. Sin ti, habría sido libre. Te usé. Nunca te amé.

Gabriel se cubrió los oídos, pero las voces venían desde dentro.

—¡Basta! ¡No los escucharé!

El suelo se quebró bajo sus pies. Cayó al vacío, girando entre sombras y destellos..Y antes de perder el sentido, escuchó de nuevo la voz del verdadero Lucien, distante pero firme:

Resiste, amor mío. Estoy casi allí.

Gabriel despertó en una celda circular iluminada por una tenue luz azul. Esta vez sí había paredes reales: de piedra húmeda, marcadas con símbolos mentales..Sus muñecas estaban atadas a una estructura de metal que se extendía hacia el techo. El frío le calaba los huesos. La soledad, el alma. Se escuchaban pasos en el pasillo. Eran varios. Y entre ellos, una voz femenina, elegante, conocida.

—Nunca imaginé que volveríamos a encontrarnos, Gabriel.

El corazón del joven se detuvo. La puerta se abrió con un chirrido. Y allí, envuelta en sombras, estaba Evelyn, viva, sonriente, con una capa de la Orden sobre los hombros. Sus ojos eran plateados. Su presencia, imponente.

—Oh, mi dulce prisionero… —susurró— Esta vez no necesito destruirte. Solo necesito que recuerdes quién soy.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.