Susurros De La Mente

En la Mente del Amado

Lucien abrió los ojos en un grito ahogado. El aire de la noche era denso, como si el mundo se negara a dejarlo respirar. Su cuerpo temblaba, empapado en sudor, los ojos encendidos con una luz azul que no le pertenecía. Gabriel. Podía sentirlo.bSu alma clamaba a través de la distancia, atrapada en una prisión de pensamientos distorsionados.

—Te oigo… —susurró, poniéndose de pie— Aguanta, amor mío.

Seraphine apareció tras él, envuelta en sombras.

—No puedes hacerlo, Lucien. No debes entrar en su mente.

—Si no lo hago, morirá —respondió con voz quebrada— Evelyn lo está usando, lo está borrando.

—Y si entras, ella te encontrará a ti también.

Lucien se volvió, sus ojos brillando como dos lunas enfrentadas.

—Ya me encontró hace mucho tiempo.

Cerró los ojos, se arrodilló y colocó las manos sobre el suelo, dibujando con sangre el símbolo de enlace mental. Tres círculos entrelazados. El sello prohibido de la Orden. El aire chispeó. Seraphine retrocedió, sabiendo que era inútil detenerlo..El cuerpo de Lucien comenzó a brillar, su mente desprendiéndose del cuerpo físico. Y con un último latido cayó en la oscuridad.

El impacto fue brutal. Abrió los ojos en medio de un mar negro, sin horizonte ni reflejo. Su cuerpo flotaba, pero no sentía peso. A su alrededor, la nada respiraba.

—Gabriel… —su voz se perdió entre ecos infinitos— ¿Dónde estás?

Una corriente de aire lo empujó hacia adelante.
Y entonces lo vio: una puerta solitaria suspendida en medio de la nada, hecha de cristal. Al acercarse, la superficie mostró imágenes fugaces: Gabriel niño, corriendo entre árboles; Gabriel llorando en Hollowgate; Gabriel besándolo con desesperación. Su corazón dolió.

—Estoy dentro de ti, amor mío —susurró Lucien— No tengas miedo.

Atravesó la puerta.

El mundo cambió. Ahora estaba en una ciudad vacía. Las calles eran de mármol, los edificios espejos, y el cielo rojo, como si sangrara. En cada ventana veía reflejos de Gabriel, todos distintos, todos atormentados.

Lucien avanzó, sintiendo su mente dividirse a cada paso. Cada recuerdo de Gabriel lo golpeaba como una ola: su risa, su voz, su llanto, su miedo. Evelyn había tejido una red perfecta: el amor convertido en trampa. De pronto, una voz resonó en todas direcciones.

—¿Qué haces aquí, Lucien Duval?

Evelyn. Su voz era un veneno dulce.

—No puedes salvarlo. Ya no recuerda quién eres.

Lucien miró hacia arriba..El cielo se fragmentó en mil rostros de Evelyn..Todos sonreían.

—Entonces lo haré recordar —dijo, y sus ojos brillaron con fuego mental.

El suelo tembló. Frente a él apareció una figura encadenada a una torre de espejos. Gabriel. Su cuerpo temblaba, su rostro estaba pálido, los labios entreabiertos. Los ojos vacíos. Lucien corrió hacia él.

—¡Gabriel! ¡Mírame! Soy yo, amor mío. ¡Despierta!

Gabriel levantó la cabeza lentamente..Una sonrisa se dibujó en sus labios.

—¿Lucien? —susurró.

El alma de Lucien se encendió..Pero entonces, la sonrisa cambió. Los ojos de Gabriel se tornaron negros.

—Llegas tarde —dijo con voz que no era suya— Ella me mostró quién eres.

Lucien se detuvo.

—No… no escuches sus mentiras.

—¿Mentiras? —Gabriel se liberó de una de las cadenas con fuerza inhumana— Vi tus recuerdos, Lucien. Vi cómo la amabas. Vi lo que hiciste.

Lucien dio un paso atrás, su pecho ardiendo.

—Eso fue antes de ti. No lo entiendes.

—Lo entiendo demasiado bien —dijo Gabriel, con lágrimas oscuras cayendo por su rostro—. Nunca fui más que un reemplazo.

Evelyn rió desde las alturas. Su voz retumbó como un trueno.

—¡Ah, el amor moderno! Siempre creyendo que puede borrar el pasado!

Lucien cerró los ojos, su mente estallando en miles de imágenes..Sí, la había amado. Pero a través del dolor, del remordimiento, había aprendido lo que el amor verdadero era. Y ese amor estaba frente a él. Abrió los ojos, y la oscuridad se detuvo.

—Te amé, Evelyn, sí. Pero fue un amor enfermo. Un reflejo.

—¡Mentiroso! —gritó ella, y las cadenas de Gabriel se tensaron.

—Pero a él… — Lucien extendió la mano hacia Gabriel— a él lo amo con lo que queda de mi alma.

Gabriel lo miró, dudando. Las sombras dentro de sus ojos comenzaron a retroceder. Evelyn rugió.

—¡No! ¡No lo recuerdes!

Lucien corrió. Saltó entre espejos que estallaban a su alrededor, fragmentos de luz cortándole el rostro. Gabriel gritó su nombre.
Lucien lo abrazó, fundiéndose con él en una explosión de energía azul y dorada. La torre se desmoronó. El cielo se abrió. Evelyn gritó con furia, desintegrándose en humo y cristal. Gabriel se derrumbó en sus brazos, jadeando. Sus ojos volvieron a ser dorados, limpios, humanos.

—Lucien… —susurró— Lo recordé todo.

—Ya pasó… —le acarició el rostro— Estoy aquí.

Pero antes de que pudiera respirar aliviado, el suelo volvió a temblar. Un sonido profundo, metálico, surgió de las entrañas de aquel mundo mental. Y una voz que no era la de Evelyn ni la de Gabriel habló, grave, infinita:

La fusión ha comenzado. Dos mentes, un destino. El Eco ha despertado.

Lucien sintió que la realidad se deshacía. El amor que los unía era ahora el mismo poder que podía destruirlos.

—No… —susurró Gabriel, abrazándolo con fuerza— No quiero perderte otra vez.

—Entonces no me sueltes —respondió Lucien, sus ojos llenándose de lágrimas.

El cielo se partió en dos. Un torrente de luz descendió sobre ellos. Y los dos cuerpos se fundieron en una esfera brillante que tembló como un corazón gigante. En el mundo real, Seraphine observaba horrorizada..El cuerpo de Lucien, tendido en el suelo del templo, comenzó a arder con llamas azules y doradas entrelazadas. El aire se llenó de un murmullo antiguo.

—No puede ser… —susurró— El Eco ha tomado forma humana.

El fuego creció, iluminando la sala. Y dentro de la luz, dos siluetas se alzaron tomadas de la mano. Lucien y Gabriel o algo más grande, más antiguo, más peligroso que ambos.




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