Susurros De La Mente

El Renacer del Eco

El templo ardía sin fuego. Las llamas eran de pensamiento, de energía, de alma. Las piedras temblaban al ritmo de un corazón que no pertenecía a un solo cuerpo, sino a dos fusionados en un mismo pulso. Seraphine apenas podía mantenerse en pie.
El aire la golpeaba con cada latido del Eco, con cada expansión de esa luz imposible.

Ante ella, la figura comenzó a tomar forma.
Era alta, delgada, hermosa y terrible. Su cabello era mitad negro, mitad dorado, flotando como humo vivo. Sus ojos uno azul, otro dorado, y en el centro de ambos brillaba una chispa plateada que cambiaba de forma constantemente.

—Gabriel, Lucien —susurró Seraphine, con lágrimas de asombro y miedo— ¿Qué han hecho?

La entidad inclinó la cabeza. Su voz, cuando habló, fue doble: un eco perfecto de ambos.

—Lo que el amor quiso y la mente temió.

Las piedras del templo se agrietaron. Los símbolos antiguos se encendieron con luz propia..Seraphine dio un paso atrás, su túnica ondeando por la fuerza invisible que emanaba del nuevo ser.

—El Eco… —murmuró ella—.Pensé que era una leyenda

—Lo fuimos —respondió la voz dual— Hasta que amamos demasiado.

En el interior del ser, la conciencia de Gabriel flotaba, envuelta en calma. Podía sentir el alma de Lucien unida a la suya, cada pensamiento compartido, cada emoción amplificada. Era perfecto. Pero también, aterrador.

Lucien ¿estás aquí?
Siempre.
Esto, se siente como si el mundo entero respirara dentro de nosotros.
Porque ahora lo hace.

Gabriel tembló. Por primera vez comprendía la magnitud del poder que los había unido.
Eran mente y espíritu entrelazados, capaces de crear o destruir con solo pensarlo.

No quiero hacer daño.
Entonces no lo haremos. No sin razón.

Pero una tercera voz se filtró, susurrando entre ellos: suave, familiar, venenosa.

No sin razón, pero con deseo.

Evelyn. Su esencia, fragmentada, sobrevivía dentro del Eco, un residuo del dolor que los había unido. Y ahora despertaba.

En el mundo físico, Seraphine intentó detener lo inevitable. Corrió hacia los símbolos, recitando los antiguos cantos de separación. Pero cada palabra se deshacía antes de nacer. El aire se doblaba, la realidad se curvaba. El Eco levantó la mirada, y las campanas de Londres comenzaron a sonar solas, una tras otra, como si la ciudad entera se inclinara ante él.

—Debo detenerlos — susurró la mujer, levantando las manos— Si siguen así, sus mentes se desintegrarán.

La entidad giró hacia ella. Su mirada era serena, pero su voz la atravesó como un trueno mental.

—Nosotras ya no pensamos. Sentimos. Y eso es lo que tú temes.

Seraphine cayó de rodillas.

—¡Lucien, escucha! ¡Gabriel aún está dentro! ¡Lucha por él, o el Eco te consumirá!

Por un instante, el rostro de la entidad cambió. Mitad del rostro era Lucien, mitad Gabriel. Dos almas luchando por permanecer distintas dentro del mismo cuerpo.

—Ella… tiene razón —susurró Gabriel desde dentro.

—No quiero perderte otra vez —respondió Lucien.

—Si seguimos unidos, desapareceremos. Nos convertiremos en lo que ellos querían: una mente perfecta sin amor.

El silencio interior fue absoluto. Lucien sabía que era verdad. El Eco era el sueño de la Orden: una conciencia infinita sin emociones humanas. Pero sin emoción, el amor no sobreviviría.

Te amo demasiado para dejarte ir.
Y yo para quedarme.

El dolor los envolvió, desgarrándolos desde dentro. El mundo físico comenzó a fracturarse, el templo rompiéndose en fragmentos de luz suspendidos en el aire. Seraphine gritó entre lágrimas:

—¡Debéis decidir! ¡O ambos dejaréis de existir!

La entidad cayó de rodillas, su cuerpo temblando entre destellos. El rostro se dividía: un lado gritaba, el otro lloraba. Gabriel y Lucien luchaban dentro del mismo corazón, intentando salvar al otro del olvido.

Lucien, si me amas prométeme algo.
Cualquier cosa.
Vuelve a ser tú. Aun si eso significa perderme.

Lucien sintió el alma romperse en mil fragmentos. El amor era una llama. Pero la llama no podía vivir sin aire. Abrió los ojos. Por primera vez, habló con una sola voz.

—Te amo, Gabriel.

—Y yo a ti —respondió desde dentro— Siempre

La luz estalló. El Eco gritó con las voces del cielo y del infierno al mismo tiempo. El suelo desapareció bajo Seraphine..Y el templo entero fue tragado por una ola de energía azul y dorada que iluminó el firmamento.

Silencio. Solo silencio.

Cuando Seraphine recobró la conciencia, estaba de rodillas entre las ruinas. A su alrededor, el mundo parecía suspendido en un segundo eterno. El aire olía a ozono y a rosas. Frente a ella, entre los escombros, yacían dos cuerpos. Lucien y Gabriel. Separados. Vivos. Sus manos seguían entrelazadas, como si incluso la muerte hubiese temido apartarlos. Seraphine lloró al verlos.

—Lo lograron —susurró, con la voz rota— Eligieron el amor por encima del poder.

Pero cuando el sol comenzó a asomar, un destello brilló en el pecho de Gabriel: una pequeña marca luminosa, el símbolo de los tres círculos entrelazados. Y desde la distancia, una sombra los observaba, con ojos plateados llenos de furia contenida. Evelyn. Aún viva. Aún esperando.

Evelyn alzó una mano, y una gota de su sangre cayó sobre el suelo. El símbolo del Eco volvió a brillar, y un murmullo cruzó el viento:

Si el amor los salvó, el amor los destruirá.

Mientras tanto, Gabriel despertó sobresaltado, con lágrimas en los ojos, susurrando un nombre entre sueños:

—Lucien, algo viene.

Y, en el mismo instante, los relojes de todo Londres se detuvieron.




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