El amanecer llegó envuelto en un silencio que dolía. La luz del sol se filtraba entre los cristales rotos del templo, reflejándose sobre las paredes húmedas y los cuerpos que aún yacían inmóviles entre los escombros. Gabriel fue el primero en abrir los ojos.
Su respiración era irregular, y cada inhalación le recordaba la sensación de haber sido arrancado de otro mundo. A su lado, Lucien dormía profundamente, su cuerpo envuelto en una leve aura dorada, como si la luz aún lo protegiera de la oscuridad. Gabriel lo observó, sin atreverse a tocarlo. Le dolía mirarlo. Le dolía saber que lo habían perdido todo y aún seguían vivos. Intentó incorporarse, pero un dolor punzante lo atravesó desde el pecho hasta la espalda. Cayó de rodillas, jadeando. Y entonces lo sintió. Un pulso. Débil. Constante. Dentro de su propio cuerpo.
—¿Qué… es esto? —murmuró, llevándose la mano al corazón.
La piel bajo sus dedos brilló brevemente, mostrando tres círculos entrelazados, la misma marca que antes había visto en los manuscritos de la Orden. El símbolo del Eco. Por un instante, el aire del templo se distorsionó. Pudo oír un eco lejano, una voz que no era suya ni de Lucien. Era neutra, fría, pero envolvente.
El amor crea. El amor destruye. Tú eres ambos.
Gabriel retrocedió, horrorizado.
—No… no… —susurró, temblando.
Se cubrió el pecho, tratando de sofocar la luz que emergía de su piel, pero cuanto más intentaba reprimirla, más se intensificaba. El símbolo ardía, y con él, una presencia se despertaba dentro de su mente.
No temas, portador. No soy tu enemigo. Soy lo que dejaste atrás.
—¡Cállate! —gritó, llevándose las manos a la cabeza.
El eco se rió.
No puedes silenciar lo que eres.
Gabriel cayó de rodillas. Las lágrimas se mezclaban con la sangre que le brotaba de la nariz..El templo entero resonó con su grito. Lucien se sobresaltó, abriendo los ojos al instante.
—¡Gabriel! —corrió hacia él, sosteniéndolo antes de que su cuerpo tocara el suelo— ¿Qué ocurre?
Gabriel lo miró con los ojos empañados de dolor.
—Lucien, algo… algo está dentro de mí.
Lucien palideció.
—No, no puede ser.
Gabriel tomó su mano y la llevó a su pecho. Bajo la piel, el símbolo ardía como fuego líquido. El tacto hizo que ambos retrocedieran, como si una descarga eléctrica los separara. Lucien cayó hacia atrás, jadeando.
—Dios mío… Es el Eco.
—¿Qué?
—No desapareció con la fusión. Una parte… se quedó en ti.
Gabriel lo observó con miedo y angustia.
—¿Y qué significa eso?
Lucien se levantó lentamente, su rostro sombrío.
—Significa que la Orden volverá. Que Evelyn lo sabrá.
—¿Y si no se lo decimos?
—No hace falta —susurró él—. El Eco llama a quienes lo crearon.
Esa noche, mientras Lucien dormía, Gabriel no pudo hacerlo. Se levantó en silencio, caminando por las ruinas del templo. El aire olía a piedra húmeda y ceniza. Cada paso que daba hacía eco en la inmensidad vacía.
El símbolo de su pecho palpitaba con fuerza, como si tuviera vida propia. Y cada vez que latía, escuchaba pensamientos que no le pertenecían: los de los antiguos mentalistas de la Orden, los susurros de Evelyn, los lamentos de los muertos atrapados en la mente colectiva del Eco.
Te elegimos, Gabriel. Serás el puente. Lucien no puede salvarte de ti mismo.
Se cubrió los oídos, pero las voces venían desde dentro.
—¡Basta! ¡Déjenme en paz! —gritó, cayendo al suelo.
El aire se iluminó con una luz azul y dorada. De la penumbra, una silueta comenzó a tomar forma. Una figura hecha de energía pura, sin rostro, pero con los ojos de ambos: uno dorado, otro azul.
—¿Quién eres? —susurró Gabriel, temblando.
—Soy el fragmento que queda. El residuo de lo que fuisteis.
La figura dio un paso hacia él, su voz resonando como un eco infinito.
—Lucien te separó de mí, pero no del todo. Estás incompleto. Y el amor que te une a él… nos condenará otra vez.
Gabriel retrocedió, horrorizado.
—No lo permitiré.
—No puedes impedirlo. El Eco no destruye. Se multiplica.
El suelo se agrietó bajo sus pies. El aire tembló. Las sombras comenzaron a moverse entre las ruinas, tomando forma humana: rostros conocidos, todos aquellos que habían muerto por la Orden, todos con los ojos vacíos.
Nosotros somos tú. Tú eres nosotros.
Gabriel gritó, cubriéndose el rostro.
—¡Lucien! ¡Ayúdame!
Lucien despertó al oír su nombre. Corrió entre los escombros, guiado por la luz que emanaba del cuerpo de Gabriel. Cuando lo encontró, se detuvo, paralizado por el terror. Gabriel flotaba en el aire, su cuerpo envuelto en destellos azules. Su voz era doble. La del hombre que amaba y la del Eco renacido.
—Lucien — dijo, sonriendo débilmente — Tengo miedo.
—Voy a sacarte de ahí —susurró él, alzando la mano.
—No —Gabriel negó, las lágrimas cayendo en el vacío— No puedes salvarme porque ahora soy parte de ello.
Lucien dio un paso adelante, decidido.
—Entonces me perderé contigo.
Y el mundo volvió a estremecerse. Una voz resonó desde los cielos, más poderosa que todas las anteriores, una que ni siquiera Lucien había oído jamás:
El ciclo comienza de nuevo. El amor dio origen al Eco y el amor lo traerá otra vez.
Gabriel cayó en sus brazos, inconsciente, su pecho ardiendo. Lucien lo sostuvo, desesperado, mientras del símbolo emergía un hilo de energía que se extendía hacia el cielo como un rayo. En lo alto, sobre la luna azul, el rostro de Evelyn apareció entre las nubes, sonriendo con serenidad siniestra.
Gracias, mis queridos amantes por devolverme el poder que perdí.