El cuerpo de Gabriel temblaba entre los brazos de Lucien.
Su respiración era errática, como si cada exhalación fuese un adiós..El símbolo del Eco brillaba con intensidad, y cada destello hacía vibrar las paredes del templo derruido. Seraphine observaba desde el umbral, con la mirada enrojecida por las horas sin descanso.
—El fragmento está creciendo —dijo con voz apagada— Si no lo sacamos ahora, consumirá su mente por completo.
Lucien la miró con desesperación.
—¿Y si al hacerlo lo matamos?
—Entonces, al menos, morirá siendo él mismo.
Lucien apretó la mandíbula. No podía aceptar esa posibilidad, pero sabía que Seraphine tenía razón. Gabriel no era solo el amor de su vida; era su ancla, su verdad. Si lo perdía, no quedaría nada de sí mismo.
—Dime qué debo hacer —susurró.
Seraphine se arrodilló frente a ellos, sacando de su bolso una pequeña esfera de cristal ennegrecido.
—La Orden la llamaba “El Cuenco del Olvido”. Fue diseñada para contener fragmentos mentales. Si logramos trasladar el Eco aquí dentro, quedará atrapado… aunque Gabriel podría no sobrevivir al proceso.
Lucien tomó aire, con los ojos cerrados.
—Si muere, moriré con él.
—Entonces concéntrate en mantenerte vivo —dijo ella con firmeza— Porque si caes tú, el Eco volverá a liberarse.
El ritual comenzó al caer la noche. Sobre el suelo del templo, Seraphine trazó símbolos con ceniza y sal..El cuerpo de Gabriel fue colocado en el centro del círculo, su piel cubierta de luz azulada, su respiración entrecortada. Lucien permanecía junto a él, sujetando su mano con fuerza, el corazón latiendo con furia contenida.
—Escúchame, Gabriel —susurró cerca de su oído — Voy a entrar en tu mente una vez más. Y esta vez no saldré sin ti.
Seraphine colocó la esfera de cristal frente a su pecho.
—Cuando el vínculo se establezca, verás recuerdos, miedos y mentiras. No creas en ninguno. Si dudas, el Eco te devorará.
Lucien asintió. Cerró los ojos. Y una corriente de energía recorrió su cuerpo como fuego líquido. Sus pensamientos fueron absorbidos hacia la mente de Gabriel.
Oscuridad. Otra vez. Lucien se encontró dentro de un vasto espacio blanco, sin fin. El suelo parecía líquido, y en el aire flotaban fragmentos de memoria: el rostro de Gabriel de niño, su risa, su llanto, su primera mirada en Hollowgate. Pero también, sombras que lo imitaban, distorsionadas, burlonas.
¿Viniste a salvarlo o a condenarlo? —susurró una de las sombras.
Ambas cosas, tal vez.
Avanzó sin miedo, aunque su cuerpo temblaba. Sabía que en ese lugar, el miedo era un arma. Y Evelyn, o lo que quedaba de ella, aún rondaba dentro de esas memorias.
De pronto, la encontró. Gabriel estaba de pie, descalzo, con la mirada perdida. El símbolo del Eco ardía sobre su pecho, y una energía luminosa lo envolvía como un manto.
—Gabriel… —susurró Lucien, acercándose— Soy yo.
Gabriel giró la cabeza lentamente. Sus ojos, dorados, eran dos soles vacíos.
—No deberías estar aquí —dijo con voz quebrada—. Ya no soy quien eras tú.
—Mentira —respondió Lucien, tomándolo por los hombros—.Eres tú, eres mi Gabriel.
—Soy su voz, su reflejo. Soy el Eco en carne.
Lucien retrocedió un paso, pero su corazón se negó a creerlo.
—Si eres el Eco… entonces también eres amor. Y el amor no destruye.
El suelo se partió bajo ellos..Miles de luces comenzaron a caer del cielo, girando a su alrededor como recuerdos desintegrándose..Gabriel gritó, sujetándose el pecho.
¡No lo hagas! Si me separas, moriré.
Lucien lo abrazó con fuerza, ignorando el dolor que lo atravesaba.
—Entonces moriremos juntos, pero libres.
El resplandor los envolvió..Las voces del Eco rugieron con furia, como un mar infinito. Y entre los gritos, Lucien escuchó uno claro, puro, humano: el de Gabriel.
Lucien
Estoy aquí, mi amor.
Sácame de aquí.
Lucien apretó los dientes, concentrando su poder mental.
El círculo del ritual se encendió en el mundo físico. Seraphine, afuera, gritaba oraciones antiguas mientras la esfera negra comenzaba a absorber un humo dorado.
Dentro de la mente, el Eco luchaba por sobrevivir. Lucien sentía cómo su cuerpo se desintegraba, pero se aferraba al alma de Gabriel. El amor era su ancla, su única arma. Las sombras del Eco gritaban:
Si me destruyes, él morirá. Si me niegas, volverás a perderlo.
Lucien cerró los ojos.
—No. No voy a perderlo.
Y besó a Gabriel.
El beso liberó una onda expansiva de luz tan brillante que partió en dos el mundo mental. El Eco gritó, despedazándose en fragmentos de energía pura que fueron absorbidos por el cuenco.
Cuando Lucien abrió los ojos, estaba tendido en el suelo del templo, jadeando. Seraphine lloraba, sosteniendo el cuenco que brillaba como si contuviera un pedazo del cielo. Gabriel yacía inmóvil junto a él. Lucien gateó hasta su cuerpo, lo tomó entre los brazos y apoyó la frente en su pecho.
—No, por favor no —susurró— Despierta.
Silencio. Un silencio que pesaba más que el ruido. Hasta que un leve suspiro rompió la quietud. Los ojos dorados se abrieron.
—Lucien… —susurró Gabriel con voz débil— ¿Lo logramos?
Lucien sonrió entre lágrimas.
—Lo logramos.
Lo abrazó con fuerza, hundiendo el rostro en su cuello.
Por un instante, todo fue calma. Pero Seraphine, aún arrodillada, observó el cuenco con el rostro desencajado. El brillo dorado dentro del cristal se tornó rojo.nY una voz emergió, profunda, burlona, femenina:
El Eco no muere, solo cambia de huésped.
El cuenco se agrietó..Seraphine retrocedió horrorizada. Lucien alzó la vista justo cuando el cristal estalló..Y una sombra de energía escapó del objeto, dirigiéndose hacia el cielo. Gabriel se aferró a él, temblando.
—Lucien, esa voz…
Lucien lo abrazó más fuerte.