El invierno había quedado atrás. En una colina silenciosa, donde la nieve y el viento habían sido testigos de su dolor y de su lucha, Lucien y Gabriel se dieron el “sí” más puro que podía existir: el del alma. Sin invitados, sin lujos, solo ellos y el cielo. No fue una boda de nobleza, sino de destino. Dos hombres, dos mentes unidas por algo que ni la muerte, ni el poder, ni la oscuridad pudieron romper: el amor.
Lucien prometió cuidar de Gabriel sin poseerlo; Gabriel juró amarlo sin miedo. El beso que los selló encendió la nieve, y por primera vez, ambos sintieron que el universo respiraba en calma.
Pasaron los años. Volvieron a Londres, no como fugitivos, sino como triunfadores. La aristocracia los recibió con respeto, ignorando que detrás de sus miradas tranquilas dormían poderes capaces de alterar la mente humana..Ya no usaban su don para dominar, sino para protegerse y leer las intenciones de quienes los rodeaban. Eran invencibles, no por su poder, sino por su unión.
Lucien fundó una editorial donde publicaba obras prohibidas por la moral de la época. Gabriel abrió hospitales y escuelas donde los olvidados encontraban esperanza. Vivían entre el ruido de la ciudad, pero dentro de ellos todo era silencio y luz. Su amor era un pacto silencioso que trascendía la carne, el tiempo y la razón.
Y cuando la sociedad los miraba, veía elegancia, fortuna, éxito. Pero quienes sabían mirar más allá, veían otra cosa:
dos almas que habían aprendido a amar sin cadenas, sin temor, sin límites.
En las noches de invierno, solían volver a aquella colina.
Encendían una vela y la dejaban arder bajo las estrellas.
Decían que así el universo recordaría su historia. Y quizás por eso, aún hoy, cuando cae la nieve en Londres,
se jura oír un susurro entre el viento:
Por encima del poder y del miedo, solo el amor nos hizo infinitos.
FIN