Susurros de la Oscuridad

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Recuerdo el olor a humo y metal fundido que impregnaba el aire. Las calles estaban saturadas de gritos, de órdenes de soldados, de las detonaciones constantes que sacudían el suelo. El miedo se respiraba, se tragaba, se vivía. Yo corría sin saber a dónde, impulsado solo por el deseo de escapar, de no ser encontrado. En mi mente solo había una pregunta: ¿Por qué seguir si ya todo está perdido?

La noche estaba cerrada, una capa de oscuridad que parecía tragarse la luz. Corría a través de las calles desiertas, mi cuerpo moviéndose por inercia, mi mente completamente bloqueada por el caos y la angustia. Recuerdo cuando llegué a la ciudad, donde la seguridad era nula. Salté las vallas, sin mirar atrás, como un animal huyendo de su cazador. Esta misma me recibió en su silencio, pero sabía que la calma era solo aparente. Los soldados podían seguirme. Sabía que me estaba arriesgando a morir solo, en la oscuridad de la noche. Pero prefería eso a quedarme allí, ser parte de la guerra, ser solo otra víctima más del régimen.

Pasaron tres años. Tres años en los que la soledad me acompañó como una sombra que no me abandonaba, una sombra tan fría como las noches en las que me refugiaba bajo árboles caídos y techos de hojarasca. Los primeros meses fueron los peores. Aprendí a sobrevivir, a cazar, a evitar a las patrullas del gobierno, pero lo más difícil fue soportar el silencio, la falta de una voz humana que me hablara, que me diera una razón para seguir corriendo.

Todo cambió el día que la encontré.

Neleah, una joven de la Clase V, que parecía tan perdida como yo. Recuerdo verla por primera vez, luchando contra un grupo de soldados en una ribera. No pude evitar intervenir, a pesar de que no sabía si ella era amiga o enemiga. No podía dejar que la atraparan. Aparentaba solo 3 años. Después de ese encuentro, no volví a tener viajes solitarios, ahora conmigo una pequeña de 3 o quizás 4 años me acompañaba, fueron huidas constantes durante otros 3 años mas, hasta que nos encontramos con Oscar y Liam. Ellos venían de la Clase VI, los que eran considerados "los servidores".

Los conocí un día en el que, mientras nos refugiábamos en una antigua estación de tren abandonada, nos atacaron unas fuerzas especiales del gobierno. Pero, por alguna razón, esa noche, el destino nos puso frente a ellos. Fue el primer enfrentamiento serio que tuvimos, y aunque no fue largo, fue suficiente para que nos diéramos cuenta de lo que éramos capaces de hacer juntos.

Nos conocimos por necesidad, por pura casualidad, pero nuestra amistad se forjó en la lucha. Oscar, con su agudeza mental para trazar estrategias, y Liam, con su velocidad para escapar o atacar a la distancia justa. Juntos, formábamos un equipo al que ya nadie podía detener. Nos uníamos por la misma causa, por la misma necesidad de sobrevivir en un mundo que solo quería despojarnos de nuestra humanidad.

Ahora, nos encontrábamos en huida juntos, a miles de kilómetros del gobierno, hacia lo que todos llamaban "La fortaleza o el aguante". Ese lugar del que siempre habíamos oído hablar como una esperanza. Un refugio rebelde, oculto en las montañas, donde los que huían del régimen se reunían para resistir.

Neleah, Oscar, Liam y yo éramos solo un puñado de jóvenes sin mucho, pero con algo que el gobierno nunca podría arrebatarnos: la voluntad de seguir adelante.

No sabía qué nos esperaba en la fortaleza, ni si encontraríamos algún tipo de salvación. Pero lo que sí sabía era que, al menos por ahora, no estábamos solos.

El régimen nunca nos había entendido, pero el mundo estaba cambiando. Tal vez fuéramos solo unos pocos, pero juntos, podíamos ser más. La rebeldía estaba a punto de empezar, y nosotros seríamos parte de ella.

Pero aún quedaba una pregunta que me atormentaba: ¿realmente el Aguante sería lo que nos habían prometido? ¿O simplemente era otro sueño roto, otro lugar más donde intentaríamos sobrevivir, sin saber que el final ya estaba escrito?

Solo el tiempo lo diría.

Los días ya no se contaban como antes. Al principio, cuando huíamos del gobierno, todo tenía un ritmo frenético: correr, esconderse, luchar, descansar. No había espacio para reflexionar. Pero ahora, tres años después, en medio del bosque, esos días se sentían como una mezcla de recuerdos borrosos y momentos demasiado reales. Vivir con miedo ya no era una opción. Habíamos aprendido a convivir con él, pero, al mismo tiempo, sabíamos que no podíamos permitirnos ser consumidos por la desesperación.

El sonido de nuestros pasos en la hojarasca quebraba el silencio de la noche mientras caminábamos juntos, cada uno con sus pensamientos, pero siempre en alerta. No confiábamos completamente en los demás, no después de todo lo que habíamos vivido. A medida que nos adentramos más en el bosque, el viento comenzó a aumentar, trayendo consigo la promesa de lluvia. El aire húmedo y frío calaba hasta los huesos. Oscar fue el primero en hablar, siempre tenía algo que decir, aunque rara vez era algo alentador.

— ¿Estás seguro de que el Aguante está ahí, Nikos?, todo sabemos que no eres bueno leyendo mapas— Su voz sonó baja, pero cargada de dudas. Tenía una mirada escéptica, como si estuviera cuestionando todo lo que habíamos oído sobre ese lugar.

Yo no sabía qué responderle. Nadie sabía si el Aguante era más que una leyenda, un refugio prometido del que nunca volvían los que lo buscaban.

— ¿Y qué más tenemos, Oscar? — Respondí, manteniendo la calma a pesar de las inquietudes que también me acechaban.




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