— ¡Canten!.
A lo lejos y de muy mala calidad sonaba Miss You de The rolling stone, canción favorita y predilecta en el karaoke de Liam desde que había encontrado una radio que a pesar de escucharse aun algunas estaciones del gobierno por alguna razón contenía las mismas 24 canciones, y lo raro era que solo había una en español;
"Miss You"
"Every Breath You Take"
"Eye of the Tiger"
"No Woman, No Cry"
"Crazy Little Thing Called Love"
"Under Pressure"
"Eleanor Rigby"
"November Rain"
"The Sound of Silence"
"Respect"
"One"
"Purple Rain"
"Open Arms"
"Rolling in the Deep"
"Let It Be"
"All Along the Watchtower"
"Stairway to Heaven"
"Money for Nothing"
"Old Town Road"
"No One Knows"
"Take On Me"
"American Pie"
"Niña Bonita".
"Superstition"
— Well, I've been haunted in my sleep... — cantaba Liam a todo pulmón siendo acompañado en coros por Oscar, yo solo podía reír de sus ocurrencias y de lo agradecido que estaba de ya no estar solo.
— Bien, vamos a dormir.
—¿Desde cuando eres el líder, Nik?.
— Desde siempre— abriendo la mochila que cargaba conmigo—Tengan.
—Por eso es el líder —dijo Oscar tomando una manta a la vez que le daba una a Neleha —Ven Neleah, vamos a dormir— ella tomo su mano y caminaron un poco más lejos para poder recostarse y cubrir sus cuerpos.
—¿No dormirás?.
Negue. El fuego crepitaba suavemente, lanzando destellos naranjas que danzaban sobre las sombras de la roca donde los demás dormían. La luna ya comenzaba a bajar y el aire se volvía más fresco. Me quedé allí, haciendo guardia, con una manta enrollada sobre mis hombros, tapando mis piernas mientras me apoyaba contra la roca. La manta, desgastada por el tiempo, no me daba todo el calor que necesitaba, pero era lo único que podía hacer para protegerme del viento que soplaba entre las grietas del paisaje. El fuego frente a mí no era mucho, pero al menos me ayudaba a mantenerme alerta.
Escuchaba los ruidos del bosque, lejanos, pero siempre vigilantes. Estaba cansado, sí, pero no podía arriesgarme a caer en el sueño cuando mis amigos descansaban. Mi cuerpo respondía a duras penas a la necesidad de movimiento, pero al menos mi mente seguía clara.
Cuando el primer rayo de sol apareció en el horizonte, pude ver cómo la luz dorada iluminaba el paisaje desolado a mi alrededor. Ya era hora de salir. Tomé la manta y la doblé, guardándola en mi mochila, junto con lo poco que tenía: algunas raciones de comida enlatada, una botella de agua medio vacía y la navaja. Tenía que buscar algo más, algo que ayudara a complementar nuestra escasa comida.
Decidí caminar un poco, a lo largo de un pequeño arroyo que parecía ser el único vestigio de vida. No muy lejos, vi un matorral de frutos rojos que crecían con más fuerza de lo que imaginaba. Me agaché y comí algunos arándanos, el sabor fresco era un alivio para mi boca seca. No me detuve demasiado tiempo en el arbusto; el hambre era solo un recordatorio de que necesitábamos más, mucho más.
Tomé el sendero que parecía llevar hacia la carretera más cercana, donde tal vez, con suerte, podría encontrar algo más en alguna tienda abandonada. Caminé durante unos minutos, y de pronto, algo captó mi atención a lo lejos: una furgoneta blanca, estacionada junto a lo que parecía una vieja gasolinera. El corazón me latió más rápido, y una pequeña chispa brilló dentro de mí. La furgoneta estaba vacía, aparentemente olvidada. No lo pensé mucho, ni siquiera analicé si podía ser útil. La necesidad de encontrar algo que nos ayudara me nubló el juicio.
Me acerqué rápido, y al abrir la puerta con algo de esfuerzo, la encontré. Estaba llena de bidones de combustible, mucho más de lo que podría haber imaginado. ¿Era demasiado arriesgado? No.
El viaje de vuelta fue rápido. No había mucho que pensar mientras conducía. Cuando finalmente llegué al campamento, era aún temprano, el sol comenzaba a iluminar los alrededores. Estaban todos dormidos, en el frio suelo.
No dudé ni un segundo. Bajé de la furgoneta y comencé a gritar—¡Despierten! ¡Despierten todos!
Vi cómo sus ojos se abrieron lentamente, confundidos y atónitos. Nadie entendía lo que pasaba hasta que me acerqué, señalando con la mano hacia la furgoneta.
—Encontré algo—les dije, sonriendo de manera casi incrédula. —Tenemos combustible, podemos movernos.
Las caras de sorpresa se transformaron rápidamente en sonrisas.
—¡Dios si existe!— contesto Oscar levantando sus brazos al cielo, mientras corría a abrazar aquella furgoneta.
—¿No que seria muy peligroso?.
—Son mis amigos, no puedo decirles que no.
—EXACTO— exclamo Oscar aun abrazado a la furgoneta.
El sonido de los motores rugiendo por el terreno irregular rompió la quietud de la mañana. Todos subimos a la furgoneta; no tardaron en entender lo que había encontrado. Cada uno se acomodó en los asientos o se apretó como pudo en el espacio, mientras yo tomaba el volante. La furgoneta estaba llena hasta los topes de bidones de combustible, pero el espacio todavía era suficiente para movernos con cierta comodidad.