Nunca entendí realmente cuán profunda era la herida que nos había dejado la Alteración. La humanidad ya no era una sola especie. No después de lo que hicieron con nosotros.
Nos habían dividido.
El campamento era un refugio, o al menos así lo describieron cuando llegamos. Pero para mí, era solo otro lugar donde sentirme fuera de lugar. Me senté bajo un árbol seco, la espalda contra la corteza áspera, los ojos fijos en el cielo nocturno. Las estrellas brillaban indiferentes, lejanas, demasiado perfectas. Exhalé con pesadez y me pasé una mano por la cara. Sentía el cansancio en los huesos, pero el sueño no llegaría. No podía permitírmelo. No con todo lo que hervía dentro de mí.
La pregunta me golpeó con la misma intensidad con la que lo hacía cada vez que el silencio se imponía: ¿qué soy en realidad? Mis manos temblaban y no era por el frío. Era la sangre en mis venas, la carga de lo que era. ¿Mis acciones eran realmente mías o solo el resultado de una fórmula escrita en mi ADN?
Crecí creyendo que tenía libre albedrío, que cada decisión que tomaba era mía. Pero ahora... ahora no estaba seguro. Lo que había dentro de mí no era normal. No era humano. Era una sombra que susurraba, una fuerza que exigía ser reconocida. ¿Cuántas veces me había sentido arrastrado por impulsos que no entendía? ¿Cuántas veces había actuado sin saber si realmente era mi voluntad o si algo más tiraba de los hilos?
Apreté los puños hasta que las uñas se hundieron en mis palmas. No podía seguir así. No podía vivir con esta incertidumbre. Si todo en mí estaba predestinado, si mis genes dictaban cada movimiento, entonces... ¿qué sentido tenía luchar? ¿Qué sentido tenía querer ser más que eso?
Pero si tenía el control, si podía elegir, entonces debía probarlo. Demostrarme que no era una marioneta de mi propia existencia. Que podía decidir qué hacer con lo que era. Porque si no lo hacía... si dejaba que la duda me consumiera, entonces perdería lo único que realmente importaba.
Mi humanidad.
El viento frío azotó mi rostro, pero no me moví. Permanecí allí, solo con mis pensamientos, solo con la verdad de lo que podía ser. Y con la incertidumbre de si algún día encontraría la respuesta.
Mi cabeza me estaba torturando de una manera en la que nunca lo había hecho y era por eso que necesitaba hablar con la misma persona que había desatado la tormenta en mi. Direccione mi cuerpo hacia la cabaña de la Reina roja, pero estos planes fueron derribados cuando mi vista se nublo.
Todo a mi alrededor se distorsiono, empezaba a desparecer como humo, como pequeñas nubes de recuerdos. Cada paso qué daba se sentía como si pisara arena movediza. Sentía que me hundía y no solo con los pasos que daba sino en los recuerdos que mi mente manifestaba.
— Busca en lo más oscuro de tú mente. Ahí esta la respuesta.
Mire a mi alrededor pero nada me daba pistas de lo qué ocurría. Pero me encontraba otra vez allí, en una de esas tantas pesadillas qué me carcomían tanto por las noches, las voces comenzaban hacerme cada vez más audibles para mi.
—Jamás volverá a recordar esto... ¿Cierto?.
— Jack, ya hablamos de esto.
— Es nuestro hijo...
— Basta esto es mucho más grande que cuidar de un bebé, tenemos la solución.
— Le quitamos la vida a ese bebé Rose, ¿Ahora quieres hacer lo mismo con el nuestro?.
— No hay otra opción.
Antes de que pudiera hablar todo se borro a mi alrededor.
Mis manos se deslizaron con frustración por mi rostro mientras mi respiración salía de mi en forma de suspiro. Me puse en marcha para darme un baño, necesitaba descansar de lo tortuoso que resultaba a veces mi mente.
Pero entonces vino como golpe.
Millones de recuerdos de un momento a otro se manifestaban de forma borrosa en mi cabeza, intentando mantener un orden aleatorio para cada uno de ellos, pero fue demasiado para mi cerebro, y también para mi.
Lo único que podía distinguir eran mis agudos gritos. Mi cuerpo ardía por completo y antes de perder el conocimiento pude sentir el fuerte golpe que dio mi cabeza contra el suelo a mis pies mientras las gotas de aguas provenientes de la ducha caían como espinas sobre mi.