Susurros de magia

El cartel que lo cambió todo

La lluvia caía con la misma pereza con la que el día se deshacía. Las gotas golpeaban el pavimento con una monotonía que parecía burlarse de la prisa del mundo. Liam caminaba por calles desconocidas con los cordones desatados, el estómago vacío y una hoja arrugada en el bolsillo trasero que decía “Rechazado” por tercera vez esa semana.

No sabía a dónde iba. Solo quería avanzar.

Las calles de esa parte de la ciudad parecían haberse detenido en el tiempo. Faroles antiguos, casas con persianas oxidadas y locales con letreros que apenas se sostenían. Allí, en una esquina oscura que parecía no pertenecer a ningún mapa, algo llamó su atención: un letrero de madera colgando torcido sobre una puerta de vidrio.

“Peluquería Kai. Se busca asistente. No se requiere experiencia.”

El cartel era tan fuera de lugar como el ambiente que lo rodeaba. Un aura extraña envolvía el lugar, como si la niebla que se arremolinaba en la calle no quisiera tocar esa puerta.

Liam se quedó parado un momento. Observó el letrero, luego su reflejo desastroso en la vitrina: cabello alborotado, mochila rota, ojos que llevaban semanas de insomnio. No tenía nada que perder.

Empujó la puerta.

El sonido de una campanilla antigua lo recibió, pero no fue ese sonido lo que lo hizo detenerse. Fue el aroma. No olía a champú o a productos de peluquería. Olía a algo antiguo… como madera quemada, tinta y lluvia. Como magia olvidada.

El lugar estaba iluminado por lámparas colgantes de cristal, que brillaban con una luz suave y cálida. No había nadie a la vista. Solo un gran sillón giratorio frente a un espejo enorme que ocupaba toda la pared del fondo. Tijeras colgaban de hilos dorados en una repisa flotante. Cada cosa parecía colocada con propósito. Demasiado perfecta. Demasiado callada.

—¿Puedo ayudarte? —dijo una voz profunda detrás de él.

Liam se giró tan rápido que casi tropieza con la alfombra. Un chico, o más bien un joven no mucho mayor que él, lo miraba desde detrás del mostrador. Alto, de cabello oscuro atado en una coleta baja, ojos grises como tormenta. Kai.

—Vi el cartel… —dijo Liam, tratando de sonar seguro—. Sé que no tengo experiencia, pero aprendo rápido. Y... necesito el trabajo.

Kai lo observó sin responder de inmediato. Como si lo estuviera analizando, no solo con la mirada, sino con algo más. Liam sintió un cosquilleo en la nuca, como si lo estuvieran desnudando el alma.

—¿Nombre? —preguntó Kai, al fin.

—Liam.

—Liam… —repitió Kai, como si probara el sabor de la palabra—. ¿Tienes idea de lo que implica este trabajo?

—Supongo que barrer, lavar cabezas, ayudar... ¿No?

Kai entrecerró los ojos. Caminó hacia él con pasos elegantes, como si flotara más que caminara. Cuando estuvo frente a Liam, se detuvo.

—¿Sabes cortar cabello?

—No.

—¿Sabes algo de peluquería?

—No.

—¿De magia?

Liam abrió la boca para reír, pero la expresión seria de Kai se lo impidió. No era una broma.

—¿De... qué?

Kai no respondió. Solo se giró y caminó hacia el fondo del local, dejando tras de sí una estela de silencio.

—¿Entonces… estoy fuera? —preguntó Liam, incómodo.

Kai se detuvo. Lo miró por encima del hombro.

—No. Comienzas mañana.

—¿Qué? ¿De verdad?

—Llegas antes de que amanezca. Y si llegas tarde, no entras.

Liam parpadeó. No sabía si agradecer o salir corriendo. Algo en ese lugar lo descolocaba, pero también lo atraía. Como si ya hubiera estado allí antes… en un sueño, tal vez.

—Gracias —dijo finalmente.

Kai no respondió. Ya estaba de nuevo detrás del mostrador, hojeando un libro que no parecía tener letras visibles desde donde Liam estaba.

Antes de salir, una corriente de aire frío le erizó la piel. El espejo del fondo reflejaba el salón, pero no lo reflejaba a él. Solo a Kai.

Cerró la puerta con un leve temblor en las manos.

Esa noche, Liam no durmió. Y no por la incomodidad del colchón de segunda mano en su habitación alquilada.

No podía sacarse de la cabeza esos ojos grises, la voz tranquila, la forma en que lo había aceptado sin hacer más preguntas. Pero lo que más lo inquietaba no era eso.

Era el espejo.

O mejor dicho… lo que no vio en él.




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