Susurros de magia

Lo que no está en los libros

El sábado amaneció con nubes que se parecían a puntos suspensivos, como si el cielo estuviera a punto de decir algo... pero no se atreviera.

Liam se despertó temprano. A pesar de que era fin de semana, no podía dejar de pensar en el trabajo. Más bien, en la magia.

Se sentó en su cama —una estructura de madera oscura con tallados torcidos hechos por su abuelo— y miró la libreta que Kai le había dado. La tenía junto a la almohada, como si pudiera escaparse sola en medio de la noche.

Vivía en una casita inclinada en la parte más vieja de la ciudad, donde los tejados parecían saludarse unos a otros. Afuera, las ventanas eran redondas, como ojos entornados, y los escalones crujían como si se quejaran de todo. Dentro, había más libros que muebles, más tazas que platos, y más ideas que orden. A su madre le gustaba decir que la casa era una mezcla entre un museo de cosas inútiles y una madriguera creativa.

Liam se miró al espejo. Tenía el pelo revuelto, los ojos curiosos y un par de ojeras que llevaban semanas mudándose bajo sus párpados. Siempre había sido flaco, rápido para hablar, lento para entender las indirectas y propenso a hacerse preguntas como: ¿y si la magia no es un poder, sino un lenguaje que aún no comprendo?

Pensó en Kai.

Malhumorado, misterioso... con cara de que se despierta molesto por el solo hecho de existir... pero —Liam lo admitiría solo en sus pensamientos más privados— también tenía un rostro interesante. De esos que uno no se cansa de mirar, aunque no entienda del todo por qué.

Se levantó, se puso una bufanda larga (demasiado larga, según su madre) y salió con una sola misión en mente: entender qué era la magia.

La Biblioteca Rústica de Gárula, la más antigua de la ciudad, era un edificio encorvado que olía a madera húmeda, polvo noble y tinta antigua. Nadie hablaba allí. No por regla, sino porque las paredes estaban tan llenas de palabras, que las nuevas preferían no interrumpir.

Liam caminó entre estanterías altísimas hasta llegar al fondo, donde las letras del cartel estaban tan descoloridas que apenas se leía: Libros de la Primera Época Mágica.

Tosió. El polvo era espeso, como si flotaran años no leídos en el aire.

Encontró tomos con tapas de cuero vivo, índices que se reacomodaban solos y títulos como: “Teoría de la Chispa Involuntaria”, “Magia de la Sangre Azul y Otras Mentiras”, “El Gran Silencio de 1123”.

Uno en particular le llamó la atención. Era pequeño, de bordes quemados, y tenía una fecha: el año exacto en que sus padres desaparecieron.

Lo abrió con manos temblorosas.

“Durante la Tormenta de Ocurión, varios magos sin preparación fueron arrastrados por una ruptura mágica. Algunos lograron regresar. Otros... no.”

Liam tragó saliva.

No recordaba mucho de ese día. Solo luz. Ruido. Un grito que no era suyo. Y luego... nada.

Sintió frío en los dedos.

Fue entonces cuando notó una puerta diminuta entre dos estanterías. Era tan pequeña que pensó que era decorativa. Pero una luz suave escapaba por su marco.

Se agachó. Empujó.

La puerta se abrió con facilidad.

Y detrás de ella… no había una habitación pequeña, sino un espacio inmenso. Más grande que el edificio mismo. Techos altísimos, raíces flotantes que sostenían lámparas naturales, y libros flotando como peces en un río invisible.

—Esto es... imposible —susurró.

—Mucho en la magia lo es —respondió una voz suave.

Del aire descendió una figura luminosa.

Un hada.

Sus alas eran como vitrales con movimiento, sus ojos brillaban como si contuvieran reflejos de lunas antiguas, y su cabello caía como tinta líquida iluminada.

—¿Eres un lector? —preguntó con curiosidad.

—Eh… supongo —balbuceó Liam—. Aunque ahora... solo estoy buscando respuestas.

El hada lo miró con ternura.

—Entonces déjame mostrarte un recuerdo —dijo.

Tocó su frente, y el mundo se desdibujó.

Una casa. Un día de tormenta. Una pareja discute con alguien encapuchado. Una figura pequeña —él mismo, de niño— juega con una luz flotante sin saber el peligro. Un estallido. Un portal.

Y luego, solo silencio.

Cuando el recuerdo terminó, Liam estaba temblando.

—¿Eso fue real?

—Fue tu historia —dijo el hada—. Y aún hay más. La magia no es solo poder. Es memoria. Es emoción. Es deseo que toma forma.

Liam la miró, con algo parecido al alivio en la garganta.

—¿Puedo volver?

—Cuando quieras. Somos amigos ahora —le sonrió—. Pero recuerda: todo en este mundo mágico tiene un precio. Incluso los recuerdos.

Desde la distancia, entre sombras invisibles, Kai observaba con los brazos cruzados.

Sus ojos no mostraban sorpresa, solo una mezcla de molestia... y una pizca de fascinación.

—Hmmm… Qué cosa más curiosa es la que tengo —murmuró.

Y desapareció en el aire con un parpadeo lento, como si nunca hubiera estado ahí.




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