Susurros de magia

Lo que crece en las sombras

El lunes por la mañana, Liam pensó que sería un día como cualquier otro. Pero Kai, con su expresión neutral y su voz que siempre parecía rozar el fastidio, lo sorprendió con una propuesta:

—Necesito que vengas conmigo al bosque esta noche. Vamos a recolectar hierbas mágicas… te pagaré extra, no te preocupes. No estaba en tu contrato, lo sé.

Liam dudó, pero no mucho. Nunca antes lo habían aceptado en un lugar, y no quería parecer débil o poco útil.

—Está bien. Iré.

Al caer la noche, se adentraron en el bosque. No había faroles, solo la luz de la luna filtrándose entre las ramas y el leve resplandor que emitía la canasta flotante que los seguía, llena de frascos y pergaminos.

Kai caminaba con seguridad, apartando ramas con elegancia, mientras señalaba ciertas plantas que brillaban con un tono verdoso.

—Esto es raíz de lunaria. Se recoge en silencio… y con respeto. Te enseñaré a encantarla para conservar su magia.

Kai se detuvo y le mostró cómo usar un simple movimiento de la mano, casi como dibujar una letra en el aire.

Liam lo imitó torpemente… pero algo se encendió dentro de él. El encantamiento brilló, sutil pero real.

—Lo lograste —dijo Kai, con una breve sonrisa. Le dio una palmada en el hombro—. No está mal para alguien sin base formal.

Liam sonrió, un poco avergonzado.

—Me voy a esforzar. Es el primer trabajo en el que me aceptan.

Kai lo observó por un momento. Luego desvió la mirada hacia el sendero.

—Mi último asistente desapareció —dijo con tono neutro—. Era bueno, pero... desapareció. Sin dejar rastro.

El silencio se volvió más denso.

—No estoy diciendo que pasará contigo —añadió Kai, como si intentara sonar menos sombrío—. Tengo la sensación de que harás un buen trabajo.

Horas después, llegaron a una cueva oculta entre la vegetación.

—Quédate afuera. Solo será un momento —dijo Kai, entrando con paso decidido.

Pero el tiempo pasaba y Liam, impaciente, decidió explorar por su cuenta. Caminó entre raíces gruesas y árboles torcidos, hasta que escuchó un crujido a su espalda.

Un oso.

Grande. Respirando pesadamente. Avanzando hacia él.

Liam retrocedió. No conocía ningún hechizo defensivo. Ni siquiera uno para correr más rápido. Miró alrededor, sin saber qué hacer. ¿Peinar al oso? Ni de broma.

Pero antes de que pudiera entrar en pánico, Kai emergió de entre los árboles.

—¡Liam, al suelo! —gritó.

Kai corrió hacia él, tomó su mano sin preguntar y dibujó con la otra una figura compleja en el aire. Un escudo translúcido, como una burbuja de energía, rodeó a ambos.

El oso se detuvo, gruñó, y se marchó.

Cuando la calma volvió, Kai soltó su mano, visiblemente molesto.

—¿Por qué no esperaste? Te dije que te quedaras.

Liam, aún agitado, bajó la mirada.

—Pensé que no sería peligroso…

Kai respiró hondo, y su tono bajó.

—La magia no perdona los descuidos. No es solo encantadora... también es salvaje.

Caminaron en silencio de vuelta al claro. El aire olía a tierra húmeda y a hojas vivas. Kai no volvió a hablar, pero antes de desaparecer con la canasta llena de hierbas, giró hacia él:

—Descansa. Mañana empezamos con encantamientos de defensa. No quiero volver a salvarte de un oso.

Y aunque su tono seguía seco, había algo más: un leve atisbo de preocupación que a Liam le hizo sentir que, quizá, solo quizá… no estaba tan solo en todo esto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.