La noche había caído hace tiempo, y la peluquería, ese pequeño refugio de magia y secretos, se había quedado en silencio. Solo la tenue luz amarilla de una lámpara antigua iluminaba el espacio, proyectando sombras alargadas sobre las paredes y los espejos encantados. Kai estaba sentado en su silla favorita, una taza humeante de té a su lado, pero su atención no estaba en la bebida.
Con movimientos lentos y cuidadosos, limpiaba sus tijeras, pasando el paño una y otra vez, como si ese ritual ayudara a mantener a raya los recuerdos que a veces lo acechaban en las horas más solitarias. Sobre la mesa descansaba el grimorio que Liam le había dado días atrás: un libro viejo, con páginas amarillentas y cubiertas de símbolos arcanos que parecían vivos, dibujando en la mente de Kai imágenes difusas y voces susurrantes.
Sin proponérselo, Kai abrió el libro en una página que parecía más gastada que las demás. Un símbolo que nunca antes había notado comenzó a brillar débilmente, una luz azulada que se movía suavemente como una llama moribunda. Al tocar el símbolo con sus dedos, sintió un hormigueo recorrerle la mano y, en un parpadeo, se vio transportado a otro tiempo, a otro lugar.
El recuerdo emergió con fuerza, como una ola que no pudo contener.
Era un niño pequeño, sentado en el suelo de una cabaña humilde en el borde de una aldea mágica. La luz del sol entraba filtrada por las ventanas cubiertas de enredaderas, y el aire estaba impregnado del aroma terroso de las hierbas secas que colgaban del techo.
A su lado, una mujer de cabello plateado y ojos severos, la abuela que lo había criado, enseñaba con paciencia y rigidez. La voz de la anciana era firme, pero sus palabras contenían un amor escondido tras capas de disciplina.
—Kai, la magia es una responsabilidad, no un juego. Si no aprendes a controlarla, te destruirá —decía mientras sus dedos hacían trazos invisibles en el aire, conjurando pequeñas chispas que danzaban como luciérnagas—. Recuerda siempre: “La magia no deja lugar para lo débil”.
El niño imitaba sus movimientos con concentración. Sabía que no podía permitirse fallar. La abuela le había enseñado desde que tenía memoria que el mundo era cruel con los débiles, y la magia no era para aquellos que dudaban.
Pero a veces, en las noches silenciosas, cuando la abuela dormía, Kai miraba por la ventana y soñaba con algo diferente. Soñaba con amigos, con risas, con una vida menos marcada por la soledad y la obligación.
Los años pasaron. Kai se volvió fuerte y hábil, pero su rostro seguía marcado por la seriedad y la distancia que ponía entre él y los demás. No porque no quisiera, sino porque creía que así debía ser.
Entonces llegó el día que marcó su vida para siempre.
Eran las sombras las que llamaron primero, oscuras y silenciosas, entrando en la cabaña mientras la abuela leía en voz baja un antiguo conjuro. Kai sintió un frío helado y vio cómo varias figuras encapuchadas irrumpían en la habitación.
—¡Abuela! —gritó, intentando conjurar un escudo, pero su magia falló, atrapada por el miedo que lo paralizaba.
En segundos, la abuela fue atacada. Su cuerpo cayó al suelo, sin vida, mientras Kai, impotente y temblando, observaba con el corazón roto.
Desde ese día, cerró su corazón como un castillo fortificado, jurando no volver a confiar, ni a depender de nadie más. La magia debía ser su escudo, su única verdad.
La visión se desvaneció, y Kai volvió a la realidad con un suspiro profundo. Su mano temblaba ligeramente mientras llevaba la taza de té a sus labios, dejando que el calor calmara la pesadez que lo oprimía.
En la penumbra, miró hacia la ventana, y vio a Liam en el jardín trasero. El chico, torpe pero determinado, practicaba sus hechizos con una sonrisa despreocupada, luchando por mantener la concentración mientras evitaba quemarse la camisa.
Kai sintió algo cálido en el pecho. Esbozó una sonrisa tranquila, casi imperceptible, y alzó la mirada para observar mejor la figura de Liam recortada contra el cielo estrellado.
De repente, un breve destello cruzó su mente: un fragmento de un recuerdo fugaz donde Liam sostenía un grimorio. Sus ojos reflejaban sorpresa y algo más, una conexión silenciosa que Kai no terminó de entender pero que le hizo sentir que quizás, sin saberlo, estaban más ligados de lo que parecía.
Con suavidad cerró el libro, dejando que el silencio y la noche lo envolvieran. No había respuestas todavía, solo una calma que parecía prometer que no estaría solo por mucho más tiempo.
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Editado: 25.07.2025