Susurros de magia

Las cámaras de los susurros

La noche en la cueva fue más larga de lo que esperaban. Las paredes frías parecían murmurar algo imperceptible al oído. No se trataba de viento. Era algo más profundo. Algo que se deslizaba por los pasillos olvidados entre siglos de magia dormida.

El fuego había bajado su intensidad, y el aire olía a tierra antigua y humedad.

Cuando Liam abrió los ojos, lo primero que vio fue a Eloy, que ya estaba despierto, con el cabello alborotado y una sonrisa soñolienta.

—¿Dormiste bien? —preguntó Eloy, acercándose con dos tazas de una infusión que Nerea les había dejado antes de partir a explorar por su cuenta.

Liam asintió. No sabía bien por qué, pero con Eloy cerca, se sentía cómodo. Habían hablado mucho durante la caminata el día anterior. Eloy era curioso, torpe a veces, pero auténtico. Y en ese mundo tan lleno de secretos, eso era un alivio.

Kai, mientras tanto, los observaba desde el otro lado del campamento. Su capa oscura lo envolvía como una sombra sentada. Sus ojos parecían tranquilos, pero fijos. No en el fuego. En ellos.

Se levantó sin decir palabra y se acercó.

—No se alejen tanto —dijo, sin mirar a nadie en particular—. Este lugar cambia incluso cuando uno cree conocerlo.

Su tono no era severo, pero sí firme. Liam sintió que le hablaba a él.

Eloy solo soltó una risa corta.

—No íbamos a ir muy lejos… solo estábamos esperando que despertaras.

Kai no respondió. Pero justo antes de alejarse, se detuvo un segundo, como si fuese a decir algo más. Luego simplemente giró y caminó hacia donde Nerea analizaba unas rocas marcadas.

Poco después, los cuatro se adentraron en un nuevo pasaje. Era diferente a los anteriores. Más frío. El aire se sentía más denso, como si cada paso activara un antiguo recuerdo del lugar.

El pasaje se estrechó hasta que apenas podían caminar uno detrás del otro. Al final, se abría una cámara grande con símbolos que brillaban levemente en la oscuridad, como si la piedra misma respirara magia.

Liam no podía evitar sentirse pequeño.

—¿Qué es esto? —susurró.

—Una cámara de eco espiritual —dijo Nerea—. Usada para registrar advertencias o visiones, según las leyendas de mi pueblo.

En una de las paredes había un grabado. Cinco figuras, de pie en círculo. Una de ellas estaba completamente borrada. Como si alguien hubiese intentado eliminarla de la historia.

—¿Cinco? —preguntó Eloy—. Pero… ¿no somos cuatro?

Kai no respondió. Se acercó al dibujo y lo observó con atención. Su mano rozó un símbolo circular al pie de la escena.

Liam sintió algo extraño. Un zumbido en el grimorio que llevaba colgado al cinturón. Lo sacó. Las páginas se movieron solas, deteniéndose en una cubierta sin nombre. Letras antiguas comenzaron a brillar.

—Es una advertencia —dijo en voz baja—. “Cuando los cinco se reúnan… el sello se romperá”.

Nadie dijo nada.

Eloy, curioso, se acercó a una piedra más clara que las demás. Estaba marcada con una ranura muy fina. Al sacarse el colgante que llevaba desde hacía años —una piedra extraña, tallada con símbolos familiares para él—, notó que encajaba a la perfección.

—Siempre me pregunté para qué servía esto —dijo, medio en broma.

Lo colocó.

El suelo tembló.

Una pared se abrió con un crujido profundo, como un suspiro contenido durante siglos.

Detrás… más oscuridad. Y un pasaje más.

Avanzaron con cuidado. Dentro del nuevo pasaje había inscripciones recientes, talladas a mano, con violencia. El aire era más pesado. Algo les oprimía el pecho.

De pronto, Eloy tocó una piedra tallada en forma de espiral. Todo se volvió oscuro por un segundo, y una figura se grabó en la pared.

Era solo una silueta: alargada, sin rostro, coronada por una especie de halo invertido.

Una voz surgió de la piedra, como un eco roto:

—Tan pronto… y ya me buscan.
Vuelvan…
…si quieren perderse para siempre.

Todos se quedaron paralizados.

Nerea dio un paso atrás. Kai levantó el brazo delante de Liam, protegiéndolo instintivamente.

Y luego, todo se apagó. La figura desapareció como si nunca hubiera estado allí.

Volvieron al campamento en silencio. Nadie supo qué decir.

Kai se sentó lejos del fuego, en silencio. Liam, inquieto, fue a cubrirse con su capa, pero no la encontró.

Kai se acercó entonces. Con suavidad, sin decir palabra, puso su capa sobre los hombros de Liam.

Sus dedos rozaron su cuello un segundo más de lo necesario. Liam lo miró, confuso. Kai solo dijo:

—Es tarde. Descansa.

Y se alejó de nuevo, como si nada hubiera pasado.

Eloy, a su lado, sonrió de lado.

—Ese tipo… es un enigma, ¿no?

Liam no respondió. Algo en él empezaba a cambiar. Como si hubiera cruzado una puerta invisible… y ya no hubiera vuelta atrás.




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