Susurros de magia

El sello bajo la piel

La mañana comenzó con planes claros. Había que recuperar un artefacto mágico olvidado en un pueblo antiguo, uno que, según el grimorio, tenía el poder de amplificar conexiones espirituales… o destruirlas si se usaba mal.

—Necesito que alguien me acompañe —dijo Kai, mientras revisaba unas páginas—. Esto puede ser peligroso.

Eloy, apoyado en una roca, levantó la mano con una sonrisa confiada.

—Entonces yo voy. A Liam ya lo usaron demasiado.

La tensión surgió como un chispazo.

—No —dijo Kai, tan seco que el eco retumbó.

Todos lo miraron. Incluso Eloy frunció el ceño, desconcertado.

Kai cerró el libro con más fuerza de la necesaria.

—Irás tú, Liam. Solo tú. Eres… mi empleado.

La palabra se sintió como un puñal en el aire.

Liam sintió cómo se le tensaba el pecho. Algo dentro suyo —una expectativa que ni sabía que tenía— se rompía en silencio. No amigo. No compañero. Solo empleado.

—Entendido —respondió, bajando la mirada.

El viaje fue silencioso, incómodo. Liam caminaba a unos pasos detrás de Kai, murmurando frases apenas audibles.

—Vamos, empleado… a buscar artefactos para tu jefe… que claramente no te aprecia como algo más…

Kai lo escuchaba de reojo. Cada palabra cargada de sarcasmo, de una herida abierta.

—¿Quieres que vayamos directo al lugar del artefacto o prefieres pasear por donde alguien tenga muchos “empleados”? —soltó Liam, mordiéndose los labios con falsa inocencia.

Kai paró en seco. Lo miró.

—Antes… —dijo, con un hilo de voz controlado—. Antes quiero llevarte a un sitio.

—Ah, claro… a sus órdenes, jefe. Porque yo soy solo un simple empleado, ¿no?

Kai no respondió.

Lo condujo a través de unos árboles altos, raíces torcidas, hasta que se abrió un claro donde una vieja estructura de piedra y madera descansaba como si el tiempo jamás hubiese pasado por allí. Cubierta de musgo, pero intacta.

—Aquí venía de niño. Nadie sabía de este lugar, solo yo y…

Entraron. Un aroma cálido a polvo antiguo y flores secas impregnaba el aire. Liam miró a su alrededor, maravillado. Había un gran sillón, una estantería con libros ajados, y un altar de piedra bajo una claraboya que dejaba caer luz plateada.

Kai se acercó a un viejo tomo. Lo abrió. Dentro, solo una imagen.

Una foto pequeña, gastada por los años.

Una mujer de cabello largo, trenzado, con un rostro sereno.

—Mi abuela —dijo Kai, sin mirarlo—. Fue la única que me enseñó que no todo se arregla con poder… a veces se arregla confiando.

Liam lo miró con sorpresa, sintiendo algo abriéndose dentro suyo.

Kai cerró el libro con calma, luego se acercó. Su sombra cubrió a Liam por completo. Sus ojos se oscurecieron bajo la luz de la claraboya.

—Levántate.

Liam obedeció, sin saber por qué.

Kai lo acorraló contra la pared. Su brazo se apoyó a un lado de su rostro, cercándolo. Liam se quedó quieto, sus labios entreabiertos. Su corazón golpeaba tan fuerte que pensó que Kai podría oírlo.

—Tú no eres un simple empleado —dijo Kai en voz baja—. A un empleado no lo tomaría de la mano. A un asistente no lo miraría como te miro. No me acercaría como me acerco a ti.

Liam tragó saliva.

—¿Y entonces… qué soy?

Kai no respondió. Solo lo miró con esa intensidad que lo desarmaba.

—Vamos a ir a por el artefacto. Pero antes, quiero protegerte. El objeto reacciona al aura de quien lo sostiene. Y tú aún no tienes un campo mágico estable.

Liam asintió, confundido, nervioso.

—Entonces… ¿cómo me protegerás?

Kai acercó su mano a su mandíbula y la sostuvo con una firmeza inusualmente delicada.

—Con un sello.

—¿Dónde… se pone ese sello?

Kai se acercó, peligrosamente, bajando al cuello de Liam. Su respiración rozó su piel. Y ahí, lo marcó. Con un sello mágico que brilló solo un segundo… y dejó un rastro visible.

Un chupetón. Rojo, vibrante. Cálido.

Liam se quedó paralizado.

—¿Era… realmente necesario ponerlo ahí?

Kai lo miró fijamente, aún sosteniéndole la cara.

—Ahí se asegura la mayor protección.

Liam solo pudo asentir, con las mejillas enrojecidas y el pensamiento hecho un caos absoluto.

Horas más tarde, regresaron. Liam iba delante, caminando como si cada paso fuera sobre lava. Aún sentía el calor del sello en su cuello.

—¿Qué te pasó? —preguntó Eloy, al ver su rostro nervioso.

Liam se cubrió rápidamente el cuello con el cuello de su chaqueta.

—Nada… solo estoy un poco cansado.

—¿Seguro? Tienes la cara roja —agregó Nerea, alzando una ceja.

—¡Estoy bien! —dijo Liam, apartando la mirada.

Kai no dijo nada. Pero justo antes de que el grupo se girara hacia otra parte de la cueva, su mirada se cruzó con la de Liam.

Un segundo. Solo un segundo.

Pero Liam supo que esa mirada decía más que todas las palabras que Kai había callado hasta ahora.




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