Susurros de magia

En el borde del sueño

El mundo estaba ardiendo.
Columnas de humo se alzaban hacia el cielo rojo, y una lluvia negra caía como ceniza.
Liam corría por entre ruinas que parecían gritarle algo en un idioma imposible, como si el propio mundo le pidiera ayuda… o se burlara de él.
Y en medio de todo, entre el fuego y la oscuridad, un círculo de luz se abría ante él. Dentro, el grimorio.
Abierto.
Las páginas ardiendo sin quemarse.
Y en una de ellas, su reflejo… sonriendo.

No puede ser yo… no puedo ser yo… —susurró, jadeando, mientras algo lo tomaba por detrás y lo arrastraba a la oscuridad.
Entonces, despertó.

La noche era espesa.

Liam estaba sentado frente a la puerta cerrada de la peluquería, con las rodillas abrazadas. El fresco del amanecer aún no tocaba la ciudad. Había regresado del pasaje con los demás hacía unas horas, pero después de un baño rápido y una charla sin sentido, todos acordaron reunirse en dos días para revisar el contenido del grimorio.

Excepto él.
Él no podía dormir.

No en su cama. No con esas imágenes rondando su cabeza. Así que se quedó ahí, en el pequeño banco bajo la marquesina de la peluquería de Kai, con los ojos pesados, el corazón alerta… hasta que sin darse cuenta, se quedó dormido sentado.

—¿Así duermes ahora? Como un gato en el tejado.

La voz llegó suave.

Liam apenas entreabrió los ojos. Vio una silueta familiar.

Kai.

—Kai… qué raro que estés aquí —murmuró medio dormido, sin filtro.

Kai se detuvo. Lo miró con una mezcla entre ternura y diversión.

—¿Raro?

—Sí… raro que seas tan… atento. Siempre tan frío. Misterioso. Como si… fueras parte del grimorio —balbuceó.

Kai sonrió. En lugar de responder, se agachó y lo cargó en brazos.

Liam apoyó la cabeza en su pecho sin decir nada más.

—Ya veo… tan hablador cuando estás medio dormido —murmuró Kai.

Lo llevó a su cuarto con pasos cuidadosos, y lo recostó sobre su cama. Iba a dejarlo allí, pero entonces, Liam lo sujetó suavemente de la muñeca.

—Quédate… un rato… solo un rato… —susurró con voz adormecida.

Kai vaciló. Pero al ver su expresión, se dejó caer junto a él.

Liam no tardó en rodar hacia su lado. Se acurrucó contra su pecho y lo abrazó por la cintura como si fuera su almohada favorita. Kai se tensó un segundo… pero luego rió por lo bajo.

—Vaya… tienes malos hábitos para dormir —dijo en un murmullo.

No hubo respuesta.

Solo la respiración lenta y tranquila de Liam, envuelto en sueños que, esta vez, parecían menos pesados.

Kai cerró los ojos.

Y durmió.

La luz se filtraba por las persianas cuando Liam abrió los ojos.

Tardó varios segundos en ubicarse. No estaba en su cuarto. Y tampoco estaba solo.

Frente a él, a centímetros de su cara, estaba Kai.

Dormido.

Su respiración rozándole los labios. Su pecho contra el suyo. Su brazo debajo de su cabeza.

Liam lo estaba abrazando con ambas piernas como si fuese un peluche.

Abrió los ojos de golpe y reprimió un grito.

—¡¡¡Aahh!!! —se llevó las manos a la cara y se separó de golpe.

Kai abrió un ojo lentamente, como si no le sorprendiera en lo más mínimo.

—¿Dormiste bien?

—¿Qué… qué hacías en mi cama?

—Estás en mi cama —corrigió él, estirándose—. Te quedaste dormido en la puerta. Te traje aquí. Tú me sujetaste. Tú me abrazaste como si fuera tu gato.

Liam se sonrojó al punto de parecer alérgico a su propio cuerpo.

—¡Eso fue...! ¡Estaba dormido! ¡Ni siquiera lo recuerdo bien!

Kai se sentó, revolviéndose el cabello con una sonrisa.

—Tranquilo, no fue tan malo. De hecho, eres más cálido de lo que pareces.

—¡Cállate, Kai!

—¿Y eso de “raro que seas tan atento”? —Kai lo miró de reojo—. Me lo quedo como halago.

Liam lo miró con una mezcla de vergüenza, nervios… y algo más.

—…Sigues siendo raro.

Kai se inclinó, peligrosamente cerca, y le dijo:

—Tú me hiciste raro.

Y se levantó, dejándolo ahí, enredado en las sábanas, el corazón acelerado y los pensamientos revueltos como nunca.

Pero mientras bajaba las escaleras, Liam se detuvo en seco.

Porque en el reflejo del espejo del pasillo…

Por un segundo, creyó ver al mismo chico de sus sueños, cubierto de ceniza, con una mirada triste y la marca del grimorio brillando en su pecho.

Parpadeó.

Ya no estaba.

Liam se quedó helado.

El grimorio no lo había dejado.

Y aunque Kai estuviera cerca, esa sombra venía por él.




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