Susurros de magia

Abismo

Dos semanas habían pasado.
Desde la última vez que bajaron juntos a las profundidades, el mundo no parecía haber cambiado, pero en sus corazones, el tiempo se sentía... distinto. Como si cada día se adelantara a su paso. Como si algo los vigilara, esperando a que hicieran el siguiente movimiento.

Ese día, la peluquería se convirtió una vez más en el punto de encuentro. Fuera, las nubes estaban más bajas de lo usual, como si quisieran escuchar también.

—Lo encontramos esta mañana —anunció Eloy, desplegando un cuaderno polvoriento sobre la mesa de trabajo.

Nerea se adelantó, pasando las páginas hasta llegar a un dibujo marcado con tinta azul.

—En la pared más profunda de la cueva. Está cubierta de raíces, pero logramos limpiar una parte. Están... talladas —dijo—. Runas. Antiguas. No hay nada que pueda traducirlas del todo, pero hay símbolos que se repiten.

Kai se inclinó para mirar. En el centro del dibujo había una figura humana, pequeña, rodeada por círculos. Una grieta finísima nacía desde sus pies hacia el suelo.

—¿Esto qué es? —preguntó Kai.

—No estamos seguros —respondió Eloy—. Pero parece representar a alguien que sostiene algo... o lo guarda dentro. Y este trazo… —señaló—. Parece una ruptura. Como si el suelo se quebrara.

—¿Creen que sea una grieta? —preguntó Liam, conteniendo la respiración.

—Quizás —dijo Nerea—. Pero está sellada. Eso es lo raro. La energía allí no fluye. Está contenida.

—¿Y si algo la mantiene cerrada? —preguntó Kai, serio.

El silencio cayó como una piedra.

—Sea lo que sea, tenemos que prepararnos —dijo Eloy finalmente—. Necesitamos investigar más. Esto no es solo un resto antiguo. Está activo. Lo sentimos.

Todos asintieron, serios. La reunión duró un poco más. Se marcaron nuevos puntos del mapa, ideas, horarios para una próxima expedición. Y uno a uno, comenzaron a irse.

Cuando la puerta se cerró tras Nerea y Eloy, el lugar quedó en silencio.

Kai miró a Liam, que se había quedado quieto, observando el dibujo aún sobre la mesa.

—¿Todo bien?

—No —susurró Liam—. No está bien. Nada lo está desde que esto empezó. Y cada vez entiendo menos.

Kai se acercó y se sentó a su lado.

—Tengo miedo —confesó Liam—. ¿Y si no podemos detenerlo? ¿Y si la magia no nos ayuda esta vez? ¿Y si el mundo cambia tanto que no volvemos a ver lo que conocemos?

—No estás solo —dijo Kai.

—¿Y si tú también desapareces? —Liam bajó la mirada—. ¿Y si eso nos borra a todos?

Kai pensó por un segundo y luego, con voz firme pero suave, dijo:

—Entonces buscaremos un nuevo mundo donde volvernos a encontrar.

Liam lo miró sorprendido. Kai sonreía, pero no era una sonrisa para consolar: era una promesa.

—Sea donde sea, Liam… siempre volveré a ti.

El silencio los envolvió. Por un momento, no fueron magos, ni portadores de misterios, ni guardianes de nada. Solo dos personas intentando aferrarse a algo real en medio del caos.

Esa noche, mientras ambos se quedaban dormidos, el viento silbaba afuera con un tono distinto. Como si algo se hubiera movido.

Y muy lejos de ahí, bajo tierra, entre piedras antiguas y raíces muertas, una grieta marcada por runas olvidadas empezó a resquebrajarse lentamente.
Un susurro escapó entre sus fisuras.
Un eco viejo, casi humano, como una respiración que había aguantado siglos para volver a salir.




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