Susurros de magia

Bajo las piedras

El sol no había salido aún. Las primeras luces apenas comenzaban a teñir el cielo cuando el grupo se encontraron frente a la vieja biblioteca del pueblo.

No era un lugar común. Estaba semioculta entre muros de hiedra, con techos curvos y vitrales cubiertos de polvo. La mayoría de los habitantes ni siquiera sabía que existía.

—¿Estás seguro de que aquí puede haber algo? —preguntó Nerea a Eloy.

—Los libros antiguos fueron traídos desde el otro continente después de la guerra —dijo Eloy—. Muchos fueron escondidos o sellados. Y algunos... ni siquiera fueron escritos en nuestro idioma.

Liam pasó los dedos por un lomo cubierto de telarañas. Kai lo miraba, como si supiera que ese tipo de lugares lo hacían sentir cómodo, aunque no lo admitiera.
Horas después, entre mapas desordenados, diarios personales de magos desaparecidos y una lengua olvidada, encontraron algo.

Un cuaderno delgado, sin título, con tinta desvanecida, contenía dibujos similares a las runas de la cueva. Había fechas... y nombres. Algunos estaban tachados. Pero uno resaltaba: Válion. Y junto a él, un símbolo de espiral rota.

—Aquí menciona un sitio... —susurró Liam—. “El Pozo del Susurro”. Y dice: “Bajo el agua, el inicio. Donde la grieta susurra aún dormida”.

—¿Un pozo? —dijo Kai, alzando una ceja.

—¿Y si es un escondite? —dijo Nerea, entusiasmada—. Uno usado durante la guerra mágica. Tal vez alguien dejó registros que sobrevivieron.

Tres horas después, el grupo se encontraba cruzando un camino olvidado entre árboles viejos, hasta que, oculto entre las raíces de un roble caído, hallaron el pozo. Era de piedra agrietada, cubierto de líquenes, y el viento que salía de él no olía a agua, sino a ceniza.

—Esto no es un pozo común —dijo Eloy.

—Aquí abajo hay algo… —Liam sintió la magia vibrar en el aire.

Kai descendió primero, seguido por los demás. A unos metros bajo tierra, el túnel se abría y daba paso a un refugio subterráneo, cubierto de polvo y grabados antiguos.

En las paredes, colgaban restos de pergaminos. Algunos estaban quemados en las orillas. En el suelo, cofres rotos, frascos vacíos y espadas sin filo. Había bancos de piedra y una mesa con marcas de cuchillos y runas de protección.

—Aquí vivió gente —dijo Nerea, con la voz baja—. O se ocultó.

—Miren esto —susurró Liam, sacando un cuaderno a medio quemar de un compartimiento oculto bajo el banco de piedra.

Sus páginas hablaban de una guerra iniciada por el miedo. Por una profecía. Por algo que podía "devorar" ambos mundos si no eran separados a tiempo. Decía que un grupo de magos se rebeló… pero el resto del texto estaba ilegible.

Solo quedaban algunas palabras sueltas:
“Grieta... profecía... sangre... elegido... traición”.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó Kai, aunque su voz sonaba más contenida que curiosa.

Liam no respondió. Algo en esas palabras… algo en ese lugar le retumbaba en el pecho.

Como si lo hubiera vivido antes. Como si su magia recordara algo que su mente no podía entender.

Mientras los cuatro leían en silencio, muy lejos de allí, en la caverna de las runas, una línea de grieta pulsó con un brillo violeta.
Una voz sin cuerpo susurró en un idioma antiguo, olvidado por siglos.
Y la grieta crujió, respiró, como si alguien dentro empezara a despertar.




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