Susurros de magia

Magia que toca la tierra

Esa noche, la lluvia caía con una calma inquietante. En el pueblo, las luces parecían más tenues, y el cielo se negaba a despejarse.

Después de salir del pozo, los cuatro decidieron guardar silencio. Acordaron no hablar con nadie del descubrimiento, al menos no hasta entender mejor lo que habían visto.

Pero la magia no se esconde para siempre.

A la mañana siguiente, en la parte antigua del mercado, un hombre gritó:
—¡Algo me atacó en el callejón! ¡Tenía ojos como brasas y piel oscura como la tinta! ¡¡No era humano!!

Nadie le creyó… al principio.

Pero horas después, otro testigo describió lo mismo. Y luego, una joven desapareció tras adentrarse en el bosque cercano.

Los rumores corrieron. “Sombras”, “maleficios”, “maldición”.

—¿Qué está pasando? —preguntó Nerea, leyendo un informe informal que pasó por manos de ancianos y supersticiosos.

—La grieta está afectando el equilibrio —dijo Kai, mirando por la ventana—. Criaturas que antes estaban atrapadas… están cruzando.

—Pero aquí no hay magia —dijo Liam—. No debería pasar esto.

—Tal vez... sí la hay —murmuró Eloy, más para sí mismo.

Por consejo de una anciana que había ayudado antes a Nerea con traducciones antiguas, el grupo visitó una biblioteca cerrada hace décadas, en las afueras del pueblo. Entre textos ocultos, hallaron un mapa con zonas donde la magia fluía de forma natural, como si fueran “ríos invisibles”.

—Estos lugares son puntos de intersección —explicó Nerea—. Si una grieta se forma cerca de uno… el efecto se expande.

En el borde del mapa, una zona marcada con rojo tenía una nota ilegible, pero la palabra “creación” resaltaba.

—Podría ser donde todo comenzó —susurró Kai.

Camino a esa zona, algo los detuvo. Criaturas humanoides, cubiertas de líquenes, ojos brillantes y huesos visibles entre grietas en su piel, los rodearon en el bosque. No hablaban. Solo respiraban, lento, como esperando.

—No son del todo malignas —dijo Liam, sintiendo algo extraño en el pecho—. Están perdidas.

—¡No podemos quedarnos! —gritó Eloy, tirando de él.

Lograron escapar, pero no sin dejar dudas: esas criaturas no eran invocadas. Eran restos de algo antiguo, algo sellado, que ahora vagaba sin guía.

Esa noche, escondidos en una cabaña olvidada en el límite del bosque, el grupo decidió algo importante:
separarse por unos días para investigar cada punto de intersección mágica y reunir más información.

—Volveremos aquí —dijo Kai, mirando a Liam—. Siempre.

Liam no respondió al instante. Luego asintió, bajando la mirada.
La lluvia no había cesado. Pero su magia, por dentro, empezaba a arder como una llama.

Y lejos de allí, en el bosque, una criatura más grande que las demás abrió los ojos por primera vez en siglos.




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