Hilos del pasado

El sol comenzaba a ocultarse entre los árboles cuando Eloy y Nerea salieron del bosque, aún jadeando por la batalla reciente. El cuerpo de la criatura que los había atacado yacía inmóvil, disolviéndose poco a poco en polvo mágico. Todo había sucedido tan rápido que sus mentes aún no lo procesaban del todo. Lo único que quedó intacto fue un retazo de tela oscura, que colgaba de una de las garras del monstruo, moviéndose levemente con la brisa como si respirara.

—Ese símbolo... —murmuró Nerea, con el ceño fruncido—. Lo he visto antes, en antiguos textos, pero no recuerdo dónde.

Eloy se inclinó sobre la tela y la sostuvo con ambas manos. La examinó con cuidado. Era un material extraño, ni seda ni cuero, con una textura áspera que parecía vibrar con una energía antigua. El símbolo grabado era un círculo partido por una línea dentada, como si representara una grieta en la realidad.

—¿Crees que esta tela era parte del monstruo? —preguntó Eloy.

—No. Creo que era parte de su invocador —respondió Nerea en voz baja—. O de quien lo controla.

Entonces sucedió.

La tela tembló levemente, como si respondiera a sus palabras, y una luz tenue y azulada comenzó a emanar del símbolo grabado. La energía mágica se expandió en ondas, y en cuanto los rodeó, un haz de luz se disparó hacia el bosque, como si señalara algo en la distancia.

Eloy dio un paso atrás, impresionado. Nerea no se movió.

—¿Nos está guiando? —preguntó él, sin dejar de mirar la dirección que apuntaba el haz.

—Más bien nos está llamando —corrigió Nerea, tomando la tela con decisión—. Y no podemos ignorarlo.

Caminaron en silencio siguiendo la luz, que se mantenía a unos pasos delante de ellos, como una luciérnaga obstinada. El sendero por el que avanzaban no aparecía en ningún mapa. La vegetación era espesa y el aire tenía un aroma diferente, más húmedo, más antiguo.

Tras una hora de caminata, llegaron a una pequeña cabaña oculta entre enredaderas. Parecía abandonada, pero no había rastros de polvo ni de deterioro. La luz que emanaba de la tela se desvaneció justo en la puerta, como si dijera: Has llegado.

—¿Vamos a entrar? —preguntó Eloy con cierta precaución.

—Claro que sí —respondió Nerea. Pero su voz tenía una nota tensa que no pudo ocultar.

La puerta se abrió sola.

Dentro, una mujer de cabello blanco y ojos oscuros como la obsidiana los esperaba junto a una chimenea encendida. No se sobresaltó al verlos. Sonrió como si los conociera desde hace mucho tiempo.

—Tardaron más de lo que esperaba —dijo con calma.

Nerea entrecerró los ojos.

—¿Quién eres?

—Alguien que también quiere evitar que el mundo arda otra vez.

La mujer extendió un diario antiguo con las tapas desgastadas y una hebilla de metal oxidado. Nerea lo tomó con manos temblorosas y lo abrió. Las primeras páginas estaban escritas con una caligrafía apretada. Había mapas, anotaciones sobre una organización sin nombre, símbolos mágicos… y fechas que coincidían con el inicio de la guerra mágica de hace años.

—Este diario fue escrito por uno de los primeros en sellar el conocimiento prohibido. El mismo símbolo que vieron en la tela fue su emblema… hasta que se corrompió —explicó la mujer.

Eloy bajó la mirada, intrigado.

—¿Quiénes eran?

—Eran sabios. Protectores. Pero el poder los cambió. Algunos creían que solo una nueva guerra podía “corregir” el equilibrio. Ese monstruo que enfrentaron… fue solo un mensaje.

La tensión llenó el ambiente como una niebla invisible.

—¿Y quién quiere reiniciar esa guerra? —preguntó Nerea.

La mujer no respondió. En cambio, miró hacia una esquina oscura de la cabaña… donde nada parecía moverse. Pero si hubieran observado con más atención, habrían visto una sombra ajena al fuego de la chimenea. Una presencia que no pertenecía a ese lugar.

Muy lejos de allí, bajo un cielo cubierto de nubes, Elira observaba a través de un espejo de agua.

—Ya dieron el primer paso —susurró, acariciando la superficie mágica—. Y no tienen idea de en qué se están metiendo.

Su sonrisa fue leve, casi imperceptible.

—Excelente.