Susurros de magia

Lo que no recuerdas, aún duele

Un cuerpo sin corazón, y sin embargo... vivo.

Liam yacía inmóvil en una cámara cubierta de cristales flotantes. Sobre su pecho, donde antes latía un corazón lleno de temor, esperanza y amor, ahora brillaba un nódulo mágico, pulsante y dorado. Magia condensada. Vida... sostenida artificialmente.

Rowen lo observaba desde una esquina, en silencio. No había prisa en su mirada, solo paciencia. Acarició suavemente el rostro dormido de Liam, como si le perteneciera.

—Tú no lo entiendes ahora... pero esto es necesario —susurró.

Sobre una mesa de piedra, Rowen mezclaba con sumo cuidado una poción grisácea. El líquido humeaba, envolviendo el aire en un aroma amargo, como recuerdos rotos. Era un brebaje prohibido: una fusión de magia mental y esencia emocional, destinada a distorsionar los sentimientos y nublar los recuerdos.

La poción fue vertida lentamente entre los labios inconscientes de Liam. Las runas grabadas sobre su pecho vibraron con un calor rojo apagado.

Sus memorias comenzaron a quebrarse.

Kai. La peluquería. El beso. El grito. La promesa…

Todo fue cubierto por una neblina sedosa. Y en su lugar, una nueva sensación fue sembrada: confianza hacia Rowen. Un cariño suave. Un respeto instintivo.

Liam abrió los ojos.

—¿Estás… bien? —susurró.

Rowen tomó su mano y sonrió con ternura fingida.

—Estoy contigo. Todo irá bien ahora.

Liam lo miró sin miedo. Se tocó el pecho, notando la extraña energía que vibraba bajo su piel. No había latido. Solo un brillo interior.

No preguntó más. Como si no recordara que debía hacerlo.

Pero cuando caminaban juntos por la cámara, Liam tropezó. Al tocar una espada cubierta en polvo, un destello cruzó por su mente: Kai gritando su nombre, un abrazo desesperado, un beso cálido… y lágrimas.

Liam se tambaleó.

—¿Quién… era…?

Rowen se acercó de inmediato. Puso una mano sobre su nuca y murmuró un hechizo que selló el recuerdo antes de que floreciera.

—No te esfuerces —dijo suavemente—. Todo está en orden.

Liam, confundido, solo asintió.

Pero al verse reflejado en un cristal encantado, tocó su pecho otra vez y murmuró:

—¿Quién… soy yo para ti?

Rowen no respondió.

Solo lo guio de nuevo hacia el altar, donde el mundo entero estaba a punto de cambiar.

La cámara ancestral era un santuario de roca viva y raíces milenarias. En su centro, el altar del renacer, aún cubierto de hojas secas y cenizas mágicas, esperaba la llegada de aquello que por siglos fue temido.

Rowen colocó la semilla, extraída del corazón de Liam, sobre el altar. La energía mágica palpitó como un corazón nuevo.

A su lado, Elira alzó ambas manos y comenzó a entonar palabras antiguas.

Kaethai lun ori meren... Ve’noct urahn dael’se…

La tierra respondió. Las raíces se agitaron como serpientes, las paredes vibraron, y una columna de luz pura ascendió hacia el cielo.

—Ha comenzado —dijo Elira con una sonrisa helada—. El mundo volverá a ser lo que fue… y nadie podrá detenerlo.

Muy lejos, en los cielos, el sol pareció partirse. El cielo se rajó en líneas doradas. Grietas de magia primigenia se abrieron sobre los océanos, los bosques y las ciudades humanas. La magia dormida despertaba.

Y en las profundidades del altar… algo más despertaba también.

Con un estruendo sordo, la piedra se partió. De su interior emergió una figura gigantesca: un ser cubierto de corteza ardiente, ojos de fuego y una esencia antigua como el inicio del tiempo.

Xhal’tor. El primer ser mágico.

Elira lo miró con devoción. Rowen bajó la cabeza. Liam, en cambio, retrocedió… porque algo en ese ser lo estremecía.

El mundo cambió.

Criaturas olvidadas surgieron de las montañas. Espíritus del bosque se agitaron. Dragones de hielo rasgaron el cielo. El mundo mágico había sido liberado.

Y al centro de todo estaba él.

Liam.

El puente entre dos mundos.

Rowen se volvió hacia él.

—Gracias a ti, este mundo se ha rehecho. Ya no hay vuelta atrás.

Liam temblaba. Aunque sus recuerdos eran fragmentos, su corazón mágico reaccionaba. Y una sola palabra, invisible, comenzaba a gritar dentro de él:

Kai…




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