Liam abrió los ojos. O al menos creyó hacerlo. Estaba en un espacio distinto, extraño, sin colores definidos. No sabía si soñaba, si recordaba o si algo más lo estaba guiando.
El silencio se rompió con un sonido conocido: la voz suave de su madre.
—Mira, Liam —dijo ella, sentada en el pequeño jardín de la casa. El sol de la tarde bañaba las flores, y en sus manos sostenía una semilla diminuta, apenas un punto sobre la palma—. ¿Ves esto? Parece insignificante, pero si la cuidas, si la riegas, crecerá hasta convertirse en un árbol enorme.
Él, con apenas seis años, abrió mucho los ojos. Se inclinó hacia la palma de su madre, fascinado por lo pequeño que era.
—¿Tan grande? —preguntó con un hilo de voz.
Su madre rió despacio, acariciándole el cabello.
—Sí. Porque todo lo que vive empieza siendo pequeño. Y con el tiempo, con paciencia y amor, se vuelve fuerte. Igual que las personas.
Liam se quedó en silencio unos segundos, procesando. Luego levantó la vista hacia ella con una sonrisa tímida.
—Mami… ¿yo también soy como una semilla?
Ella lo abrazó, riendo de nuevo.
—Claro que sí, mi vida. Una semilla que crecerá y dará frutos que aún no imaginas.
El niño cerró los ojos, feliz en ese abrazo.
Y entonces, todo se disolvió. El jardín, el sol, el calor de su madre. Solo quedó la oscuridad.
Liam respiraba agitado. No entendía dónde estaba. Todo era negro, profundo, como si flotara en un abismo.
De pronto, algo apareció. Una luz. Pequeña al principio, como un punto, casi igual a aquella semilla que su madre le había mostrado.
Y poco a poco se fue acercando.
—¿Quién eres...? —susurró Liam, sintiéndose un niño otra vez.
La luz palpitó suavemente, como si respirara.
—Soy tu poder. Soy tu luz. —La voz no era una, sino muchas, cálidas y suaves, mezcladas en un mismo eco—. Tú eres la semilla.
El corazón de Liam dio un vuelco. Tragó saliva, intentando entender.
—¿Yo...? Pero… yo no puedo… no soy suficiente…
La luz se acercó aún más, envolviéndolo en un resplandor tibio que no quemaba.
—Lo eres. Siempre lo fuiste.
Y entonces despertó.
El Creador estaba frente a él otra vez. La figura luminosa lo observaba con calma, pero había algo en su mirada invisible que presionaba.
—Ahora entiendes —dijo con solemnidad—. Tú sabes que puedes hacer más cosas de las que imaginas. Tú eres la clave para devolver las cosas a su lugar.
Liam se quedó quieto. Su respiración era pesada.
—¿Qué… qué significa eso? —preguntó, con la voz temblorosa.
—Un sacrificio —respondió el Creador sin rodeos—. Para que todo renazca, alguien debe entregar lo que es. Y tú has sido elegido.
El corazón de Liam latió con violencia. Sus pensamientos se desordenaron, chocando unos con otros. “¿Un sacrificio? ¿Yo? ¿Después de todo lo que pasamos?”
Apretó los puños. Sintió rabia, miedo, una sensación tan fuerte que no supo cómo nombrarla.
esto… esto no puede ser, no puedoo…
La palabra salió mal en su mente. Ni siquiera lograba escribirla bien en su interior.
No podía aceptar tan fácilmente lo que le pedían. Pero tampoco podía ignorar lo que había visto.
Una semilla. Su madre. La luz.
Él.
El Creador lo miró en silencio, dejándole el peso de la decisión.
Y Liam, con la respiración entrecortada, solo pudo pensar:
¿De verdad… todo esto depende de mí?
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Editado: 10.09.2025