Susurros de magia

Profundo

El aire era denso.
Demasiado.

Kai sentía que respirar en aquel lugar era como tragar ceniza. El suelo no era suelo, sino un terreno de oscuridad líquida que ondulaba bajo sus pies, como si caminara sobre un lago envenenado. El cielo tampoco existía: todo estaba cubierto por un vacío sin estrellas, un negro tan absoluto que parecía querer tragárselo entero.

Y allí estaba ella.

La Sombra.

No tenía una forma definida. A veces parecía un lobo gigantesco con fauces abiertas, otras un ave con alas interminables, y en un parpadeo… un rostro humano deformado que lo observaba con ojos vacíos. Era todas las pesadillas mezcladas en un solo ser. Y respiraba como un monstruo hambriento.

Kai tragó saliva.
Su cuerpo temblaba, pero no retrocedió.

—No importa… —susurró apretando el puño—. No importa cuántas formas tengas. No voy a huir.

La criatura gruñó, y en un estallido, lanzó una ola de oscuridad que se extendió como un maremoto. Kai apenas tuvo tiempo de levantar su espada envuelta en la energía que el Creador le había otorgado.

El impacto lo arrastró varios metros. Su espalda chocó contra el suelo líquido, que lo devoraba como si fuese fango. Luchó, jadeando, para ponerse de pie otra vez.

—Maldita sea… —escupió sangre—. Esto no es como los otros.

La Sombra rugió y el aire tembló.

Kai apretó la mandíbula.
Pensó en sus padres, en cómo lo miraban antes de que todo cambiara, antes de perderlos entre el caos. Pensó en Eloy y Nerea, que arriesgaban su vida por la misma causa. Pensó en Liam… en cómo lo había abrazado, en cómo había sido su fuerza en los momentos más oscuros.

Y entonces gritó.

—¡No peleo solo por mí! ¡Lo hago por mis padres, por mis amigos, por Liam! ¡Por todos los que creen en mí aunque yo mismo dude!

Su espada brilló. Un resplandor dorado que cortó la oscuridad, como si su propia convicción lo envolviera.

La batalla comenzó en serio.

La Sombra se lanzó como un lobo gigantesco. Kai esquivó de lado, rodando sobre el suelo líquido que se agitaba bajo él. Clavó su espada en el aire mismo y liberó una ráfaga de luz.

—¡Estallido Solar!

La ráfaga atravesó la criatura, que se deshizo en humo… solo para reaparecer detrás de él.

Kai apenas alcanzó a cubrirse cuando un zarpazo le desgarró el hombro. Cayó al suelo, gritando de dolor. La sangre brotó, caliente, mientras la criatura reía con un eco distorsionado.

—¿Eso es todo? —murmuró Kai, levantándose de nuevo, tambaleante—. No… no voy a caer aquí.

Recordó las palabras de su madre, años atrás: “La luz que lleves dentro, aunque sea pequeña, puede guiarte en la oscuridad”.

—Soy más fuerte de lo que piensas —susurró.

Corrió hacia adelante, esta vez sin miedo.

Cada golpe de la Sombra era devastador, pero Kai lo devolvía con la misma furia. Su espada chocaba contra las garras de oscuridad, su cuerpo resistía los embates que lo lanzaban de un lado a otro del campo. El dolor era insoportable, pero cada vez que caía, se levantaba.

—¡No me vas a quitar nada más! —gritó, lanzando un corte diagonal que partió una de las formas de la Sombra.

El monstruo chilló, cambiando de aspecto, transformándose ahora en un rostro humano gigante, una mueca retorcida que lo miraba con desprecio.

Kai alzó la espada.

—¡Por todos ellos!

Saltó, rodeado por un torbellino de luz dorada y roja, toda su energía reunida en ese instante.

La Sombra abrió sus fauces.
Kai descendió, atravesándola de arriba abajo.

El grito de la criatura no fue un rugido, fue un lamento. Un llanto que estremeció el aire. Su forma comenzó a deshacerse en miles de partículas oscuras, como si estuviera evaporándose.

Kai cayó de rodillas, jadeando, con el cuerpo cubierto de heridas y sangre. Pero no soltó la espada.

Frente a él, en medio del silencio, quedó suspendido un núcleo brillante, un corazón palpitante de sombra purificada.

El alma de la Sombra.

Kai lo sostuvo con ambas manos. Estaba frío, pero también cálido. Como si fuera la mezcla de todo lo que había enfrentado: miedo, dolor, rabia… pero también la voluntad de seguir adelante.

Cerró los ojos, apretándolo contra su pecho.

—Lo logré… por ustedes… —susurró con la voz rota.

Y entonces, todo el campo oscuro comenzó a fracturarse. La tercera grieta, la más grande, empezaba a cerrarse.

Kai cayó al suelo, exhausto. Pero sonreía.

Había cumplido su promesa.




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