Susurros de magia

Mi deseo

El silencio en el templo era tan pesado que parecía tragarse hasta el sonido de la respiración. Los muros de piedra vibraban con una energía antigua, como si el mundo entero estuviera conteniendo el aliento.

Nerea fue la primera en dar un paso al frente. Sus manos sangraban, pero aun así las extendió con firmeza, dejando que la esfera luminosa que sostenía flotara hacia el Creador. Su mirada era dura, pero en el fondo brillaba un cansancio que amenazaba con quebrarla.

—Aquí está —dijo con voz ronca—. El alma del monstruo.

Eloy la siguió, tambaleándose un poco, pero sonriendo de esa forma tan suya, la que siempre usaba para encubrir el dolor. Levantó la suya y la lanzó suavemente al aire, donde se unió a la luz que giraba sobre el Creador.
—Y esta también. Con eso, deberías tener suficiente para arreglar tu desastre, ¿no?

El Creador no respondió de inmediato. Las dos esferas comenzaron a girar, uniéndose a otras que ya habían sido entregadas. La luz llenó el templo con un resplandor cegador por un instante. Y entonces habló.

—Han cumplido. Han hecho lo que nadie más habría podido. Pero aún no es suficiente.

Kai dio un paso adelante, apretando los puños.
—¿Qué más quieres de nosotros? —su voz salió cargada de ira y cansancio—. Luchamos, sangramos, vimos morir a tantos. ¡Lo hemos dado todo!

La mirada del Creador se posó en él, calma y solemne.
—No basta con recolectar las almas. El equilibrio no puede restaurarse sin un ancla. La semilla original fue destruida hace mucho para liberar la magia. Lo que ustedes trajeron debe ser canalizado en un recipiente. Un alma capaz de soportar la magia antigua.

Lysan, que flotaba junto a Liam, dejó escapar un murmullo inquieto, como si entendiera antes que nadie lo que aquello significaba.

Nerea frunció el ceño, mirando al Creador con rabia.
—¿Quieres un sacrificio? ¿Después de todo lo que hicimos?

El Creador asintió lentamente.
—No cualquier sacrificio. Debe ser alguien que pueda resistir la carga. Si no... la magia no sellará las grietas, sino que destruirá este mundo junto a ustedes.

El aire se volvió insoportable. Nadie dijo nada al principio. Hasta que Liam dio un paso adelante. Sus ojos estaban fijos en Kai, y aunque sus labios temblaban, sonreía.

—Kai... —su voz fue suave, casi un susurro—. No te preocupes.

—No —Kai lo interrumpió al instante, dando un paso hacia él, con el pecho ardiendo—. No empieces. No digas lo que creo que vas a decir.

Liam tragó saliva y lo tomó de las manos. Sus dedos estaban fríos, pero firmes.
—Toda mi vida pensé que era solo alguien normal. Que no tenía nada que ofrecer. Pero ahora sé que no. Tengo magia. Tengo un lugar. Y tengo a ustedes. No quiero verte llorar otra vez, Kai. No quiero que sufras por mí.

Las lágrimas comenzaron a empañar los ojos de Kai.
—No digas eso... —su voz se quebró—. No me dejes. No después de todo lo que pasamos.

Liam apoyó su frente contra la de él. Su respiración estaba entrecortada, y aun así sonrió, esa sonrisa rota pero tan real.
—Si no lo logro... no te preocupes. Tú seguirás adelante. Tú eres la persona más fuerte que conozco.

Kai cerró los ojos, temblando.
—No soy fuerte. No sin ti.

Liam lo acarició con ternura en la mejilla.
—Detrás de esa seriedad, eres muy, muy, muy cariñoso... y un poco tonto. —Una risa ahogada se mezcló con las lágrimas—. Yo quiero que vivas, Kai. Que vivas en grande. Que lo hagas por los dos.

Las palabras lo atravesaron como cuchillas. Kai quiso gritar, detenerlo, pero su voz se quedó atrapada en la garganta.

—Kai... —susurró Liam, con los ojos cristalinos—. Te amo.

El mundo se detuvo. Liam lo besó, un roce breve, desesperado, cargado de todo lo que nunca se habían atrevido a decir. Y cuando se separaron, sin soltar aún sus manos, Liam se volvió hacia el Creador.

—Tómame a mí —dijo con firmeza, aunque las lágrimas aún corrían por su rostro—. Dame la magia antigua. Yo seré el sacrificio.

Lysan brilló con fuerza a su lado, como si quisiera detenerlo, como si compartiera el mismo dolor. Nerea cerró los ojos con rabia contenida, Eloy apretó los dientes y bajó la mirada.

Kai, en cambio, cayó de rodillas, con un grito ahogado que retumbó en el templo.
—¡LIAM!

Pero ya era tarde. La decisión estaba tomada. Y el destino de todos, sellado.




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