El espectáculo en el escenario continuó, y cada chispazo de magia entre Lira y Yisus parecía resonar en el aire. El público estaba encantado, pero Yisus solo tenía ojos para ella. La conexión que habían establecido era palpable, como si un hilo invisible los uniera.
Una vez que terminaron, la multitud estalló en aplausos. Lira sonrió, pero había algo en su mirada que hizo que el corazón de Yisus se encogiera. Era como si una sombra la siguiera, algo que la atormentaba.
—Increíble —dijo Yisus, aún recuperándose de la adrenalina. —Tienes un don.
—Gracias, pero no todo es tan fácil como parece. —Lira se apartó un poco, evitando su mirada. —La magia del fuego tiene sus propios peligros.
—¿Peligros? —preguntó Yisus, intrigado. —¿A qué te refieres?
Ella suspiró, como si el peso de sus palabras fuera demasiado. —El fuego consume. Te transforma. A veces, es difícil controlarlo.
Yisus sintió una punzada de compasión. Sabía que su propia magia no era menos complicada. A veces, el tiempo se volvía un enemigo, y no siempre podía prever las consecuencias de sus acciones.
—Tal vez podrías enseñarme —sugirió, buscando romper la tensión entre ellos. —Lo que sé sobre el tiempo es diferente, pero estoy seguro de que podríamos aprender el uno del otro.
Lira lo miró con sorpresa. —¿Aprender de mí? No estoy segura de que sea buena maestra.
—Todos tenemos algo que enseñar —respondió Yisus, sonriendo. —Además, no puedo dejar que un hechizo de fuego me intimide.
Ella soltó una risa suave, y fue como si el aire alrededor de ellos se iluminara. —Está bien, pero debes prometerme que no usarás tu magia a la ligera.
Yisus asintió, sintiendo que cada palabra de Lira resonaba en su ser. El vínculo entre ellos se fortalecía, pero al mismo tiempo, una preocupación comenzaba a crecer en su interior. A medida que la noche avanzaba, Yisus no podía sacudir la sensación de que algo más grande estaba en juego.
—¿Te gustaría dar un paseo por el parque? —sugirió Yisus, sintiendo que quería conocer más sobre ella.
—Me encantaría —respondió Lira, su expresión volviéndose más alegre.
Al salir del bullicio del festival, el parque estaba iluminado por las luces de hadas que flotaban suavemente entre los árboles. Las risas de los festivaleros se desvanecieron, dejando solo el dulce murmullo de la naturaleza.
—Es hermoso aquí —dijo Yisus, mirando a su alrededor.
—Sí, este lugar tiene su propia magia —respondió Lira, observando las luces. —Es donde me siento más libre.
Yisus sintió una conexión más profunda con ella. —¿Qué es lo que más te gusta de la magia?
Lira se detuvo y, al fin, lo miró a los ojos. —La libertad de crear, de ser quien realmente soy. Pero también el miedo de perder el control.
—Lo entiendo. A veces, siento que el tiempo se me escapa y no puedo hacer nada para detenerlo.
Ella frunció el ceño. —¿Sabes? He oído historias sobre ti. Dicen que tienes un don especial. Pero también que hay quienes lo desean para sus propios fines.
Yisus sintió un escalofrío. Las palabras de Lira resonaban en su mente. ¿Quién podría querer su poder y por qué?
—No puedo dejar que eso me asuste —dijo, tratando de mantener la calma. —Debo aprender a manejarlo.
—Y yo debo aprender a aceptar lo que soy —murmuró Lira, con una expresión que hablaba de un pasado complicado.
En ese momento, un sonido extraño rompió el silencio. Un eco distante, como un susurro, parecía provenir de lo profundo del bosque. Ambos se giraron, y el aire se volvió pesado con una sensación de peligro.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Yisus, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
Lira asintió, su expresión se tornó seria. —Sí. Eso no debería estar aquí.
Yisus sintió un escalofrío recorrer su espalda. Algo oscuro se acercaba, y sabía que su conexión con Lira era solo el principio de una aventura que pondría a prueba no solo su magia, sino también sus corazones.
—Debemos irnos, —dijo Lira, comenzando a caminar rápidamente. —No es seguro aquí.
Yisus la siguió, sintiendo que el eco del pasado ya había comenzado a influir en su presente. La magia estaba a punto de revelar sus secretos, y él estaba listo para descubrirlos, aunque eso significara enfrentarse a sus peores miedos.