Susurros de Medianoche

Primeros Secretos

Los días siguientes a su pacto con Azrael fueron una mezcla de expectativa y desconcierto para Evelyn. No podía quitarse la sensación de que algo profundo había cambiado en su interior, como si ahora percibiera el mundo a través de una lente diferente.

Los sonidos eran más nítidos, las sombras en su habitación parecían tener una vida propia, y había momentos en los que sentía que el tiempo mismo transcurría de manera distinta a su alrededor.

Aunque no se lo admitía a sí misma, esperaba que Azrael apareciera en cualquier momento. Sin embargo, él no daba señales de su presencia, dejando que ella enfrentara sola esta nueva realidad que él mismo había despertado en su interior.

Intentó mantener la normalidad en su vida, enfocándose en sus clases y en sus estudios, pero nada parecía igual. Incluso sus amigos notaron que había algo diferente en ella; sus conversaciones sobre lo cotidiano ya no lograban captar su atención como antes.

Una noche, mientras estudiaba en su habitación, una corriente de aire frío la envolvió de pronto. Su piel se erizó, y la habitación pareció volverse más oscura, como si una sombra invisible hubiera cubierto cada rincón. Evelyn levantó la vista, y allí, en el centro de la penumbra, Azrael se materializó con una tranquilidad casi solemne. No necesitó palabras para hacerse notar; su mera presencia llenaba la habitación de una energía sobrecogedora.

Evelyn observó cómo él la miraba, con aquellos ojos rojos que parecían contener secretos insondables.

—Pensé que no volverías —murmuró, sin saber si estaba aliviada o aterrada.

Azrael inclinó la cabeza, evaluándola en silencio antes de acercarse. Su movimiento era como el de un depredador, calculado, pero sin prisa. La sensación de peligro latente hacía que el pulso de Evelyn se acelerara, pero ella no apartó la mirada. Algo en él parecía desafiarla a mantener la compostura, a demostrarle que no tenía miedo, aún cuando una parte de ella sí lo sentía.

—He estado observándote —comentó con un tono bajo, casi susurrante. Las palabras parecían acariciar el aire.

Evelyn tragó saliva, tratando de procesar su declaración. No le gustaba la idea de ser observada, pero al mismo tiempo, la emoción que le provocaba saber que él la vigilaba era innegable. Algo en su expresión la desarmaba, una mezcla de enigma y un interés oscuro que la intrigaba cada vez más.

Azrael extendió una mano hacia ella, una invitación tácita que no necesitaba explicaciones. Evelyn se detuvo solo un instante, y luego entrelazó sus dedos con los de él, sintiendo una ola de energía recorrerla al instante. Su piel ardía al contacto, y una parte de ella se preguntaba si ese calor era solo el inicio de un poder que aún no comprendía.

Sin soltar su mano, él la guió hacia el centro de la habitación, donde la luz de la lámpara apenas lograba iluminar la penumbra. La habitación parecía transformarse, volverse más amplia y oscura, como si el mismo espacio estuviera bajo el control de Azrael.

—Tu mundo está limitado por lo que puedes ver —murmuró él, sus palabras envolviendo el ambiente. —Pero el mío… el mío es infinito. Si deseas aprender, debes abrir tu mente y tu percepción.

Sin soltarle la mano, Azrael hizo un leve movimiento con la otra, y de inmediato, las sombras en la habitación comenzaron a moverse, retorciéndose en formas indefinidas. Evelyn observó, fascinada y aterrada a la vez, mientras las sombras se agrupaban, formando figuras que parecían tener vida propia. Era como si se hubiera abierto una puerta hacia otra dimensión, una dimensión en la que las sombras tenían sus propias leyes y su propia conciencia.

—¿Qué son estas… sombras? —Evelyn apenas podía apartar la vista del espectáculo que se desarrollaba ante ella.

—Manifestaciones de lo que no puedes ver en el mundo humano —explicó Azrael, con un tono que revelaba una pizca de orgullo. —Son ecos de la oscuridad, fragmentos de energía que existen entre los límites de la realidad y lo desconocido. Aquí, estas sombras pueden adoptar cualquier forma que desees, cualquier recuerdo, cualquier anhelo.

Sin previo aviso, una de las sombras se alargó hacia ella, formando un rostro vagamente familiar. Evelyn sintió que el aire se le escapaba de los pulmones al reconocer los rasgos de su madre, una imagen borrosa pero indudablemente suya, que le sonreía de una manera casi nostálgica. Intentó alargar la mano para tocarla, pero antes de que sus dedos pudieran hacer contacto, la sombra se desvaneció, transformándose en un remolino de humo oscuro.

—Este es el poder de la mente —explicó Azrael. —Lo que piensas, lo que deseas, puedes materializarse aquí. Pero también puedes engañarte, mostrarte lo que temes, lo que has reprimido. No confíes en lo que ves a simple vista; confía en tu intuición, en la conexión que ahora tienes con este poder.

Evelyn intentó concentrarse, dejando que sus pensamientos fluyeran mientras observaba las sombras. No sabía exactamente qué estaba haciendo, pero algo en sus instintos la empujó a intentarlo.

Casi sin darse cuenta, una de las sombras comenzó a tomar forma, delineándose en la figura de una niña pequeña que corría alegremente. Evelyn sintió una punzada en el pecho al reconocer a su hermana menor, que había fallecido en un accidente cuando ambas eran solo niñas. Verla ahí, aunque fuera en una sombra, era como un susurro de un pasado que siempre había evitado recordar.




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