Susurros de Sangre y Luna

Capítulo 3: El Guardián del Vínculo

El altar seguía brillando con la mezcla de sangre, pero el resplandor comenzaba a apagarse. Elara sentía un cosquilleo en las palmas, como si la energía que había invocado se estuviera retirando. Kael, a su lado, mantenía la mirada fija en la figura encapuchada que emergía de las sombras.

—¿Quién eres? —preguntó Kael, con la voz tensa, la mano sobre la empuñadura de su daga.

La figura se detuvo a pocos pasos del altar. Su capa era negra como la noche, y bajo la capucha, dos ojos plateados brillaban con una luz antinatural.

—Soy el Guardián del Vínculo —respondió, con una voz que parecía resonar desde el fondo de la tierra—. Y ustedes han llegado tarde.

Elara dio un paso adelante, ignorando el temblor en sus piernas.

—El vínculo es nuestro. La sangre ha sido ofrecida. La luna nos ha elegido.

El Guardián ladeó la cabeza.

—La luna no elige. La luna observa. El vínculo fue reclamado hace tres noches, por alguien que no teme ofrecer lo impuro.

Kael frunció el ceño.

—¿Impuro?

—El amor verdadero no es la única ofrenda —dijo el Guardián—. También puede ofrecerse odio. Y eso fue lo que se entregó.

Elara sintió que el aire se volvía más denso. El bosque alrededor de las ruinas parecía contener la respiración. Las ramas no se movían. Las sombras no se deslizaban. Todo estaba suspendido.

—¿Quién lo hizo? —preguntó Kael.

El Guardián levantó una mano, y una imagen se formó en el aire. Era una mujer de cabello blanco, ojos rojos y una sonrisa cruel. Vestía una túnica de la Orden Lunar, pero el símbolo en su pecho estaba invertido.

—Se llama Lysandra —dijo el Guardián—. Fue expulsada de la Torre de los Ecos hace diez años. Juró destruir el equilibrio. Y ahora, ha comenzado.

Elara sintió un escalofrío. Lysandra. Ese nombre aparecía en los libros prohibidos de su madre. Una hechicera que había intentado invocar a los dioses oscuros. Una traidora.

—¿Qué significa esto? —preguntó Elara.

El Guardián bajó la mano. La imagen se desvaneció.

—Significa que el vínculo que ustedes comparten ha sido contaminado. Si no lo purifican antes de la próxima luna llena, ambos serán consumidos. Y Lysandra tomará el control del Altar de Sangre.

Kael apretó los puños.

—¿Cómo lo purificamos?

El Guardián se giró hacia el altar. Tocó la piedra con una mano, y esta se iluminó brevemente.

—Debéis viajar a los Lagos de Nymira. Allí, bajo el agua, se encuentra el Espejo del Origen. Solo él puede mostrarles lo que deben ofrecer. Pero cuidado... el espejo no muestra lo que quieren ver. Muestra lo que temen.

Elara y Kael se miraron. No había tiempo que perder.

—¿Y tú? —preguntó Elara—. ¿Nos ayudarás?

El Guardián sonrió, aunque su rostro seguía oculto.

—Yo solo vigilo. El destino es suyo.

Y con eso, desapareció entre las sombras.

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El viaje hacia los Lagos de Nymira fue silencioso. Elara sentía que algo se había roto en el ritual. Como si una puerta se hubiera abierto, pero no hacia la salvación, sino hacia algo más profundo. Más oscuro.

Kael caminaba a su lado, con el rostro endurecido. No hablaba, pero Elara podía sentir la tensión en sus pasos, en la forma en que evitaba mirarla.

—¿Estás bien? —preguntó ella, finalmente.

Kael se detuvo. Miró el cielo, donde la luna comenzaba a menguar.

—No lo sé. Siento que algo dentro de mí está cambiando. Como si la maldición estuviera... despertando.

Elara se acercó. Tomó su mano.

—No estás solo.

Kael la miró. Sus ojos ya no brillaban con furia, sino con miedo.

—¿Y si no podemos detenerla?

Elara apretó su mano.

—Entonces lucharemos. Juntos.

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Al llegar a los Lagos de Nymira, el paisaje cambió. El bosque se abrió a una extensión de agua cristalina, rodeada por árboles de hojas plateadas. El aire era más frío, y el silencio más profundo.

En el centro del lago, una pequeña isla flotaba. Sobre ella, un espejo de piedra descansaba, rodeado por runas antiguas.

Elara y Kael se acercaron en una barca encantada, guiada por la magia de Elara. Al llegar, ambos se arrodillaron frente al espejo.

—¿Estás listo? —preguntó ella.

Kael asintió.

Elara colocó el colgante sobre el espejo. Este brilló, y una imagen comenzó a formarse.

Primero, se vio a Kael, niño, llorando frente a la tumba de su madre. Luego, a Elara, encerrada en su cabaña, leyendo los libros prohibidos. Después, ambos juntos, en el altar, ofreciendo su sangre.

Y finalmente, Lysandra, con el colgante en la mano, riendo mientras el cielo se oscurecía.

El espejo se apagó.

Y una voz resonó en sus mentes.

—La ofrenda debe ser aquello que nunca se ha dicho. Aquello que se oculta. Aquello que duele.

Elara sintió que su corazón se detenía.

Kael la miró.

—¿Qué ocultas?

Elara bajó la mirada.

—Mi madre... no murió por enfermedad. Murió por protegerme. De mí. De mi magia.

Kael se acercó.

—Yo... maté a mi padre. Cuando la maldición lo tomó, intentó matarme. Y yo lo detuve. Con fuego.

El espejo brilló.

Y el colgante se elevó en el aire.

La purificación había comenzado.

Pero Lysandra ya lo sabía.

Y no pensaba rendirse.

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