La luna había desaparecido tras las nubes, pero su ausencia no traía oscuridad. Traía silencio. Un silencio que pesaba como una advertencia.
Elara, Kael y Lioren permanecían en las ruinas, observando el cuerpo inconsciente de Lysandra. La hechicera yacía sobre el altar, su túnica rasgada, el símbolo invertido de la Orden Lunar aún brillando débilmente en su pecho.
—¿Está muerta? —preguntó Kael.
Lioren se acercó, olfateando el aire.
—No. Pero ha sido despojada de su vínculo. Por ahora, no representa peligro.
Elara se arrodilló junto a Lysandra. A pesar de todo lo que había hecho, no podía evitar sentir compasión. Había visto su infancia en las visiones del Corazón de la Luna. El rechazo. La soledad. La obsesión por el poder como única forma de ser vista.
—Necesitamos respuestas —dijo Elara—. Y ella las tiene.
Lioren asintió.
—Entonces debemos llevarla a la Torre de los Ecos. Allí, los recuerdos pueden ser extraídos sin daño.
Kael frunció el ceño.
—¿Y si miente?
—Los recuerdos no mienten —respondió Lioren—. Solo los corazones lo hacen.
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La Torre de los Ecos los recibió con un murmullo. Las runas en sus muros brillaban con una luz tenue, como si reconocieran la presencia del Corazón de la Luna. Lysandra fue colocada en el centro del salón, sobre el círculo de memoria.
Elara activó el hechizo. Las runas se elevaron, girando lentamente, y una imagen comenzó a formarse.
Era Lysandra, de niña, sentada frente a una puerta cerrada. Al otro lado, voces discutían.
—No está lista —decía una voz masculina.
—Tiene poder —respondía otra—. Pero no equilibrio.
La imagen cambió. Lysandra robando un libro. Lysandra invocando sombras. Lysandra frente al espejo del origen, llorando.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Elara, mientras la imagen se desvanecía.
Lysandra abrió los ojos. Su voz era débil, pero clara.
—Porque nadie me eligió. Porque la luna me ignoró. Porque el dolor era lo único que respondía.
Kael se acercó.
—Y ahora, ¿qué deseas?
Lysandra lo miró. Sus ojos ya no brillaban con furia, sino con vacío.
—Redención. Si es que existe.
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Mientras Lysandra descansaba, Elara exploró los archivos ocultos de la torre. Lioren la guiaba, sus pensamientos como ecos suaves en su mente.
—Hay una profecía —dijo el lobo—. Una que fue sellada por miedo. Porque hablaba de ti.
Elara se detuvo frente a una puerta de piedra. Al tocarla con el Corazón de la Luna, esta se abrió, revelando una sala circular llena de pergaminos flotantes.
Uno de ellos descendió lentamente. Elara lo tomó.
> “Cuando la luna eclipse su reflejo, nacerá la hija del sacrificio.
> Su sangre será vínculo, su magia será juicio.
> Si el dolor la consume, el mundo caerá.
> Si el amor la guía, la luna renacerá.”
Elara sintió que el aire se detenía.
—Soy la hija del sacrificio —susurró.
Lioren asintió.
—Y el eclipse se acerca.
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Mientras Elara leía la profecía, Kael observaba el cielo desde la torre. Las estrellas parecían moverse, como si algo las empujara. Una sombra cruzó la luna, aunque no había nubes.
—Lioren —llamó—. ¿Qué está pasando?
El lobo se acercó, su pelaje erizado.
—No es natural. Algo se está formando más allá del velo. Algo que no pertenece a este mundo.
Lysandra apareció en la puerta, pálida.
—Lo liberé —dijo—. Antes de que me detuvieran. Un fragmento. Una semilla de oscuridad. Pensé que podía controlarlo.
Elara se acercó.
—¿Qué es?
Lysandra tembló.
—Un dios caído. Un eco del eclipse. Lo llaman Umbrael.
Lioren gruñó.
—Si Umbrael despierta, ni la luna podrá detenerlo.
Kael apretó los puños.
—¿Cómo lo detenemos?
Lysandra miró a Elara.
—Con lo que aún no has descubierto. Con la magia que no es tuya… pero que vive en ti.
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Esa noche, Elara se sentó sola en la cima de la torre. El Corazón de la Luna flotaba frente a ella, pulsando con una luz suave. Cerró los ojos, y dejó que la magia fluyera.
Vio a su madre, ofreciendo su vida. Vio a los dioses de la luna, discutiendo su destino. Vio a Umbrael, encerrado en una prisión de estrellas.
Y luego, se vio a sí misma. No como hechicera. No como guardiana. Sino como puente.
Entre luz y sombra.
Entre amor y dolor.
Entre luna y eclipse.
Cuando abrió los ojos, la piedra brillaba con un nuevo color: plata oscura. La magia del eclipse.
—Estoy lista —dijo.
Y el viento pareció responder.
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