La noche cayó sobre Lirien con una rapidez antinatural. Las estrellas se apagaban una a una, como si una sombra las devorara. Desde la cima de la Torre de los Ecos, Elara observaba el cielo, con el Corazón de la Luna flotando frente a ella, pulsando con una luz plateada y oscura.
Kael se acercó, su capa agitada por el viento.
—¿Lo sientes? —preguntó.
Elara asintió.
—Umbrael está despertando.
Lioren apareció detrás de ellos, su pelaje erizado, los ojos dorados fijos en el horizonte.
—La prisión estelar se ha roto. Lysandra no lo liberó por completo, pero su magia abrió una grieta. Y ahora… él se arrastra hacia nuestro mundo.
Kael apretó la empuñadura de su espada.
—¿Qué es Umbrael exactamente?
Lioren bajó la mirada.
—Un dios caído. Una entidad nacida del eclipse. Fue desterrado por los dioses de la luna cuando intentó devorar la luz. Su esencia es sombra pura. No tiene forma, pero puede poseer cuerpos, corromper magia, y alterar el tiempo.
Elara cerró los ojos. La profecía resonaba en su mente:
> “Si el dolor la consume, el mundo caerá.
> Si el amor la guía, la luna renacerá.”
—Entonces debemos impedir que se manifieste —dijo—. Antes de que encuentre un cuerpo.
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Esa noche, el cielo se partió.
Una grieta negra se abrió entre las estrellas, y de ella emergió una figura hecha de humo y fuego. No tenía rostro, pero sus ojos eran dos lunas negras. Su voz no era sonido, sino pensamiento. Y todos en Lirien la escucharon.
> “He vuelto. Y esta vez, no seré desterrado.”
Elara sintió cómo el Corazón de la Luna temblaba en su mano. Kael se colocó frente a ella, como escudo. Lioren rugió, y su cuerpo se envolvió en luz lunar.
—¡A la cima! —gritó Elara—. Debemos canalizar el vínculo.
Subieron a la plataforma más alta de la torre. Elara colocó el Corazón de la Luna en el centro del círculo de runas. Kael y Lioren se posicionaron a cada lado. Elara levantó las manos, y la magia fluyó.
Runas antiguas se encendieron. El cielo respondió. La luna, aunque eclipsada, comenzó a brillar desde dentro.
Umbrael rugió, y lanzó una ola de sombra hacia la torre.
Kael la bloqueó con su espada, que ahora brillaba con fuego lunar. Lioren saltó, atacando la sombra con garras de luz. Elara canalizó su magia, creando un escudo que envolvía la torre.
Pero Umbrael era más fuerte.
> “Tu magia es débil, hija del sacrificio.”
Elara gritó, y el Corazón de la Luna explotó en luz. Umbrael retrocedió, pero no cayó.
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En medio del caos, Lysandra apareció.
—¡Deténganse! —gritó—. ¡Yo puedo contenerlo!
Elara la miró, desconcertada.
—¿Qué estás haciendo?
Lysandra se acercó al Corazón de la Luna.
—Él me eligió. No como portadora. Como puente. Si me uno a él, puedo encerrarlo de nuevo.
Kael la detuvo.
—No puedes controlar a Umbrael. Nadie puede.
Lysandra lo miró con lágrimas en los ojos.
—No quiero controlarlo. Quiero redimirme.
Antes de que pudieran detenerla, Lysandra tocó el Corazón de la Luna. Su cuerpo se envolvió en sombra. Umbrael rugió, y la absorbió.
El cielo se iluminó.
Y luego… silencio.
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Cuando la luz se desvaneció, Lysandra y Umbrael habían desaparecido. El Corazón de la Luna flotaba, intacto, pero con una nueva marca: una espiral negra en su centro.
Lioren se acercó.
—Ella lo encerró dentro de sí. Se convirtió en prisión viviente.
Kael bajó la espada.
—¿Y si escapa?
Elara tomó el Corazón.
—Entonces estaremos listos.
La luna volvió a brillar. Las estrellas regresaron. El cielo se cerró.
Pero algo había cambiado.
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Días después, en el Bosque de los Susurros, Elara y Kael se reunieron con los líderes de las cinco regiones mágicas. Lioren, como representante de los guardianes, habló.
—Umbrael ha sido contenido, pero no destruido. La magia de Lirien está herida. Debemos unirnos.
Elara se levantó.
—Propongo una alianza. Una unión de magia, sangre y luna. Para proteger el equilibrio. Para evitar que el eclipse regrese.
Los líderes asintieron.
Y así nació la Alianza Lunar.
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Esa noche, Elara y Kael regresaron a la torre. El vínculo entre ellos era más fuerte que nunca. No solo por la magia. Por la verdad. Por el amor.
—¿Crees que Lysandra encontró paz? —preguntó Kael.
Elara miró la luna.
—Creo que eligió el sacrificio. Como mi madre. Como yo.
Kael la abrazó.
—Entonces el mundo está a salvo. Por ahora.
La luna brilló.
Y en algún rincón del cielo, Umbrael dormía.
Pero los susurros no habían terminado.
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