Elara despertó con el sonido del agua susurrando bajo la torre. El Corazón de la Luna flotaba sobre su mesa, pulsando con una luz suave. Desde la batalla contra Umbrael, su magia había cambiado. Ya no era solo lunar. Era dual. Luz y sombra. Equilibrio.
Kael dormía cerca, su espada apoyada contra la pared. Lioren vigilaba desde el balcón, sus ojos dorados fijos en el horizonte.
—Hoy comienza tu entrenamiento —dijo el lobo, sin girarse.
Elara se levantó.
—¿Entrenamiento para qué?
—Para liderar. La Alianza Lunar no es solo un pacto. Es una promesa. Y tú eres su guardiana.
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Elara, Kael y Lioren partieron hacia los Lagos de Nymira, donde las magas del agua custodiaban los secretos más antiguos del reino. Elara había estado allí de niña, pero nunca había entrado en el Santuario de los Reflejos, un lugar donde la magia mostraba no lo que era… sino lo que podía ser.
Al llegar, fueron recibidos por una mujer de cabello azul plateado y ojos como cristales.
—Bienvenida, hija del eclipse —dijo—. Soy Nareen, guardiana del Santuario.
Elara sintió que la magia del lugar la envolvía. El agua cantaba. Las piedras vibraban. Y el aire parecía lleno de memorias.
—¿Qué debo aprender aquí? —preguntó.
Nareen la llevó al centro del lago, donde una plataforma de cristal flotaba sobre el agua.
—Debes aprender a ver. No con los ojos. Con el alma.
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Elara se arrodilló sobre el cristal. Nareen colocó sus manos sobre su cabeza, y el agua se alzó como una cortina líquida. Dentro, Elara vio:
- A sí misma, vestida con una capa de luz, liderando una batalla contra criaturas de sombra.
- A Kael, herido, pero luchando a su lado.
- A Lioren, enfrentando a otro lobo, uno hecho de oscuridad.
- A Lysandra, encerrada en una prisión de estrellas, llorando.
- Y luego… a una figura encapuchada, con ojos dorados y una voz que decía: “El eclipse no ha terminado. Solo ha cambiado de forma.”
Elara abrió los ojos, jadeando.
—¿Quién era esa figura?
Nareen bajó la mirada.
—Un antiguo aliado. Un traidor. Su nombre es Seren.
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Seren era un nombre que Elara había escuchado en los libros prohibidos. Un mago que había ayudado a sellar a Umbrael… pero que desapareció después del eclipse. Algunos decían que había muerto. Otros, que había cruzado el velo.
—¿Dónde está ahora? —preguntó Kael.
Nareen miró el agua.
—En el Valle de los Ecos. Donde el tiempo se dobla. Donde los recuerdos viven.
Lioren gruñó.
—Ese lugar está maldito. Nadie regresa.
Elara se levantó.
—Entonces iremos. Si él sabe algo sobre el eclipse, debemos encontrarlo.
Kael la tomó del brazo.
—No estás sola. Vamos juntos.
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El Valle era un lugar donde el pasado y el presente se mezclaban. Las voces de los muertos susurraban entre los árboles. Las sombras caminaban sin cuerpo. Y el aire estaba lleno de magia rota.
Al llegar, Elara sintió que el tiempo se ralentizaba. Cada paso parecía durar una eternidad. Kael se aferró a su mano. Lioren caminaba con cautela.
En el centro del valle, una cabaña de piedra se alzaba entre la niebla. Dentro, un hombre encapuchado los esperaba.
—Han tardado —dijo, sin levantar la vista.
Elara se acercó.
—¿Eres Seren?
El hombre levantó la cabeza. Sus ojos eran dorados. Su rostro, marcado por runas antiguas.
—Fui. Ahora soy lo que queda.
Kael desenvainó su espada.
—¿Qué sabes del eclipse?
Seren sonrió.
—Que no es un evento. Es un ciclo. Y está por comenzar de nuevo.
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Seren les mostró un pergamino antiguo. En él, una nueva profecía:
> “Cuando la luna se divida, y la sombra reclame su nombre,
> la hija del eclipse deberá elegir:
> salvar el mundo… o salvar a quien ama.”
Elara sintió que el aire se volvía más denso.
—¿Qué significa?
Seren la miró.
—Que el próximo eclipse no será como el anterior. Umbrael no será el único. Y tú… tendrás que decidir.
Kael la miró, en silencio.
Lioren bajó la cabeza.
Elara apretó el Corazón de la Luna.
—Entonces entrenaré. Me prepararé. Y cuando llegue el momento… elegiré.
Seren asintió.
—Y que los dioses te escuchen.
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