Elara se despertó con el corazón acelerado. Había soñado con una luna partida en dos, con Kael cayendo en un abismo, y con su propia voz gritando sin sonido. El Corazón de la Luna flotaba sobre su cama, brillando con una luz plateada y negra. El eclipse se acercaba.
—Hoy es el día —dijo Lioren, entrando en la habitación—. La prueba final.
Kael se levantó, ajustando su capa.
—¿Dónde?
—En el Santuario del Velo —respondió el lobo—. Donde la magia se disfraza. Donde el alma se revela.
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El Santuario estaba oculto en una grieta entre los Lagos de Nymira y las Montañas de Veyra. Solo los que portaban el Corazón de la Luna podían entrar. Elara, Kael y Lioren cruzaron el umbral, y el mundo cambió.
El cielo se volvió púrpura. El suelo, cristalino. Las voces del pasado resonaban en el aire, y cada paso parecía una decisión.
—¿Qué debemos hacer? —preguntó Kael.
Lioren señaló el centro del santuario, donde una esfera flotaba sobre un pedestal.
—Tocar la esfera. Y enfrentar lo que ocultan.
Elara se acercó. Al tocarla, la esfera se dividió en tres luces: una blanca, una roja, y una negra. Cada una los envolvió.
Y comenzó la prueba.
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Elara se encontró sola en un bosque. Pero no era el Bosque de los Susurros. Era una versión distorsionada. Los árboles lloraban sangre. Las estrellas caían como cenizas. Y frente a ella, Kael.
Pero no era Kael.
—¿Me reconoces? —preguntó la ilusión.
Elara levantó la mano, canalizando su magia.
—No eres él.
La ilusión sonrió.
—Pero soy lo que temes que sea. Un Kael corrompido. Un Kael que te odia. Un Kael que te culpa.
Elara cerró los ojos. Recordó su vínculo. Su amor. Su verdad.
—No eres real.
La magia estalló. La ilusión desapareció.
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Kael, por su parte, enfrentaba a Elara. Pero una Elara fría, distante, con ojos vacíos.
—¿Por qué me sigues? —preguntaba la ilusión—. ¿Por qué confías en mí?
Kael dudó. Recordó sus miedos. Su culpa. Su deseo de redención.
—Porque te amo. Y eso no cambia.
La ilusión se desvaneció.
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Lioren enfrentaba a sí mismo. Un lobo oscuro, con ojos rojos.
—Eres débil —decía la sombra—. Te aferras a humanos. Has olvidado tu deber.
Lioren rugió.
—Mi deber es proteger. Y ellos son mi manada.
La sombra se disolvió.
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Al superar las ilusiones, los tres se reunieron en el centro del santuario. La esfera brillaba con fuerza.
—Ahora viene la última prueba —dijo Lioren—. El sacrificio.
Una voz resonó en el aire:
> “Para sellar el eclipse, uno debe ofrecer lo que más ama.”
Elara sintió que el aire se volvía denso.
—¿Qué significa?
Kael se adelantó.
—Yo lo haré.
Elara lo detuvo.
—No. No puedes.
Kael la miró.
—Si mi muerte salva Lirien, lo acepto.
Elara lloró.
—No te dejaré.
Lioren se acercó.
—Hay otra forma. No es la muerte. Es la renuncia.
Elara frunció el ceño.
—¿Renunciar a qué?
—A la magia. A tu vínculo. A tu destino.
Elara miró el Corazón de la Luna. Si lo entregaba, perdería su poder. Su conexión con Kael. Su lugar en la Alianza.
Pero salvaría el mundo.
Kael tomó su mano.
—Te seguiré, con o sin magia.
Elara sonrió entre lágrimas.
—Entonces elijo el sacrificio.
Colocó el Corazón de la Luna en la esfera.
La luz estalló.
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El cielo se oscureció. La luna comenzó a dividirse. Pero la luz del Corazón de la Luna envolvió el mundo. Umbrael rugió desde su prisión estelar, pero no pudo escapar.
Elara cayó al suelo, débil. Su runas se apagaron. Su magia se desvaneció.
Kael la sostuvo.
—Lo lograste.
Lioren se acercó.
—El eclipse ha sido contenido. Pero vendrá otro. Y tú… has sembrado la esperanza.
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Días después, Elara caminaba por el Bosque de los Susurros. Ya no era hechicera. Pero era líder. La Alianza Lunar prosperaba. Lysandra, aún encerrada, enviaba sueños de arrepentimiento. Seren había desaparecido, dejando solo un mensaje:
> “La luz no siempre brilla. Pero siempre regresa.”
Kael la esperaba junto al río.
—¿Lo extrañas? —preguntó.
Elara sonrió.
—A veces. Pero gané algo más fuerte.
Kael la abrazó.
—¿Qué?
—Libertad.
La luna brilló.
Y el mundo respiró.
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