Elara caminaba por el Bosque de los Susurros con pasos lentos pero firmes. Ya no sentía el pulso de la magia en sus venas, ni el brillo de las runas en su piel. Desde que entregó el Corazón de la Luna, su poder había desaparecido. Pero algo más había nacido en su interior: una certeza.
Era líder. No por lo que podía conjurar, sino por lo que podía inspirar.
Kael la seguía de cerca, su mirada siempre alerta. Lioren caminaba a su lado, más protector que nunca. El bosque parecía más tranquilo, como si respetara su sacrificio.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Kael.
Elara sonrió.
—Vacía. Pero libre.
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Al llegar a la Torre de los Ecos, Elara convocó a los representantes de las cinco regiones mágicas. La Alianza Lunar debía fortalecerse, pero no todos estaban de acuerdo.
—Sin magia, no puedes liderar —dijo Varek, el embajador de Veyra, un guerrero de mirada dura.
—La magia no define el liderazgo —respondió Elara—. La visión sí.
—La visión no detiene eclipses —replicó él.
Elara se mantuvo firme.
—Ya lo hice una vez. Y lo haré de nuevo. Con o sin magia.
Los murmullos llenaron la sala. Algunos apoyaban a Elara. Otros dudaban. La fractura era real.
Kael se levantó.
—Si alguien cree que puede proteger Lirien mejor que ella, que lo demuestre. Pero recuerden: ella eligió perderlo todo por salvarnos.
Silencio.
Lioren se acercó al centro.
—La luna no elige por poder. Elige por corazón. Y el corazón de Elara aún brilla.
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Esa noche, mientras Elara meditaba en la cima de la torre, una figura apareció entre las sombras.
—Has cambiado —dijo una voz familiar.
Elara se giró. Seren estaba allí, su capa desgastada, sus ojos dorados más apagados.
—Pensé que habías desaparecido —dijo ella.
—Lo hice. Pero el eclipse dejó grietas. Y algo… se ha filtrado.
Elara se tensó.
—¿Umbrael?
Seren negó.
—No. Algo más antiguo. Algo que ni los dioses recuerdan. Lo llaman El Silencio.
Kael apareció, espada en mano.
—¿Qué es?
Seren miró al cielo.
—Una fuerza que no habla, no ataca, no se ve. Solo borra. Magia. Memoria. Historia.
Lioren gruñó.
—¿Cómo lo detenemos?
Seren se acercó a Elara.
—Con lo que no puede ser borrado. Con lo que vive en los corazones. Con legado.
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Al día siguiente, Elara reunió a los escribas de la Torre. Les entregó su historia. No solo la batalla contra Umbrael, sino cada decisión, cada sacrificio, cada duda.
—Escriban —dijo—. Que el mundo recuerde. Que si el Silencio llega, no encuentre vacío.
Kael la observaba con orgullo.
—Estás creando algo más fuerte que magia.
Elara lo miró.
—Estoy sembrando memoria.
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Días después, los Lagos de Nymira comenzaron a perder su brillo. Las magas del agua olvidaban sus hechizos. Las runas en las Montañas de Veyra se desvanecían. El Silencio había comenzado.
Elara convocó a la Alianza.
—No podemos luchar contra lo que no vemos. Pero podemos resistir. Con historia. Con unión. Con verdad.
Varek se levantó.
—Acepto tu liderazgo. No por tu magia. Por tu legado.
La sala se iluminó con velas encendidas por cada región. Un símbolo de memoria. De resistencia.
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Esa noche, Elara escribió una última línea en el libro de la Alianza:
> “Que si el Silencio llega, encuentre voces. Que si la magia cae, el amor se mantenga. Que si el mundo olvida, nosotros recordemos.”
Kael la abrazó.
—¿Y si el Silencio te borra?
Elara sonrió.
—Entonces que mi historia viva en ti.
La luna brilló.
Y el silencio… escuchó.
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