Elara caminaba descalza por el claro del Bosque de los Susurros. La tierra bajo sus pies estaba tibia, viva. Aunque su magia había desaparecido, sentía algo nuevo: una conexión más profunda, más antigua. No era poder. Era presencia.
Kael la observaba desde la sombra de un roble, su mirada tranquila, pero atenta. Desde que Elara había renunciado a su origen, algo había cambiado entre ellos. El vínculo no era mágico. Era humano. Real.
—¿Estás lista? —preguntó él.
Elara asintió.
—La ceremonia comienza al anochecer.
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Los cinco representantes de la Alianza Lunar se reunieron en el claro. Cada uno traía un símbolo de su región: agua de Nymira, piedra de Veyra, hoja de los Susurros, polvo de Elarion, y eco de la Torre.
Lioren se colocó en el centro, junto a Elara y Kael.
—Hoy no celebramos magia —dijo el lobo lunar—. Celebramos memoria. Vínculo. Elección.
Elara y Kael se tomaron de las manos. Los símbolos fueron colocados en círculo. Elara cerró los ojos.
—Renuncio a lo que fui —dijo—. Y acepto lo que soy.
Kael la miró.
—No por destino. Por decisión.
Una luz suave emergió del suelo. No era magia. Era energía vital. El bosque respondió. Las hojas susurraron. El agua cantó. Las piedras vibraron.
El vínculo renació.
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Al terminar la ceremonia, Seren apareció entre los árboles. Su rostro estaba pálido. Sus ojos, preocupados.
—El Velo… está temblando.
Elara se acercó.
—¿Por qué?
Seren extendió un pergamino. En él, una nueva profecía:
> “Cuando el vínculo se renueve, el Velo se abrirá.
> Y lo que fue olvidado… buscará ser recordado.”
Kael frunció el ceño.
—¿Qué significa?
Seren bajó la mirada.
—Que algo quedó atrapado cuando cruzamos el Velo. Algo que no debió regresar.
Lioren gruñó.
—¿Umbrael?
Seren negó.
—No. Algo más antiguo. Algo que no tiene nombre.
Elara sintió un escalofrío.
—Entonces debemos prepararnos.
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Esa noche, mientras Elara dormía, el cielo se partió por un instante. Una grieta negra cruzó la luna. Solo Kael lo vio. Solo él escuchó el susurro:
> “El vínculo es débil. El recuerdo… se desangra.”
Kael se levantó, inquieto. Caminó hasta el altar del claro. Allí, el colgante que Elara había dejado brillaba con una luz tenue.
—¿Qué está pasando? —susurró.
El colgante respondió con una imagen: una figura encapuchada, con ojos vacíos, caminando entre ruinas.
Kael apretó los puños.
—No dejaré que la historia se repita.
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Al amanecer, Elara despertó con una sensación extraña. Como si alguien la hubiera llamado en sueños. Como si algo la esperara más allá del bosque.
Kael la abrazó.
—La luna está inquieta.
Elara lo miró.
—Entonces debemos estar alerta.
Lioren se acercó.
—El vínculo ha renacido. Pero el mundo aún guarda secretos.
Elara tomó el colgante.
—Entonces que el vínculo nos guíe. No como hechiceros. Como guardianes.
La luna brilló.
Y el Velo… volvió a respirar.
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