Susurros de Sangre y Luna

Capítulo 15: El Ciclo Renacido

La luna, marcada ahora con una espiral dorada, se alzaba sobre Lirien como símbolo de un nuevo comienzo. Elara, sin magia pero con memoria, se había convertido en la primera líder del ciclo lunar restaurado.

La Alianza Lunar prosperaba. Las regiones compartían saberes, protegían los vínculos, y escribían sus historias en el Libro de la Memoria. Pero no todos estaban en paz.

Kael observaba los cielos desde la Torre de los Ecos. Algo se movía entre las estrellas. No una grieta. Una sombra. Silenciosa. Interna.

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Durante una reunión de la Alianza, Varek, el embajador de Veyra, se levantó con una propuesta inesperada.

—Propongo que se restaure el Consejo de los Magos —dijo—. Y que se limite el poder de los guardianes no mágicos.

Elara lo miró con calma.

—¿Por qué?

—Porque sin magia, el liderazgo es vulnerable. Y el ciclo lunar debe ser protegido por fuerza, no por memoria.

Los murmullos crecieron. Algunos asentían. Otros dudaban.

Kael se levantó.

—La magia no salvó Lirien. Elara lo hizo. Con decisión. Con sacrificio.

Varek sonrió.

—Y si otro eclipse llega, ¿qué hará? ¿Escribirle una carta?

Elara se acercó al centro.

—Si otro eclipse llega, lo enfrentaremos juntos. No con poder. Con unión.

La sala se silenció.

Pero la fractura había comenzado.

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Esa noche, Seren llegó con noticias urgentes.

—Encontré algo en los registros del Velo —dijo—. Una línea que no estaba antes.

Elara lo leyó:

> “No solo una hija del eclipse fue creada. También un hijo. Oculto. Silenciado. Esperando.”

Kael frunció el ceño.

—¿Dónde?

Seren extendió un mapa. En él, una región olvidada: los Acantilados de Liraen, donde el tiempo no fluía.

—Allí vive alguien que lleva la marca del eclipse. Pero no sabe quién es.

Elara apretó el colgante.

—Entonces debemos encontrarlo. Antes de que lo haga el Consejo.

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Elara, Kael y Lioren partieron al amanecer. Los Acantilados de Liraen eran altos, cubiertos de niebla, y custodiados por criaturas que no recordaban su origen.

Al llegar, encontraron una cabaña solitaria. Dentro, un joven de cabello blanco y ojos dorados tallaba símbolos en piedra.

—¿Quién eres? —preguntó Elara.

El joven la miró.

—No lo sé. Solo sueño con lunas partidas y voces que no reconozco.

Kael se acercó.

—¿Tienes un nombre?

—Me llaman Eron.

Lioren gruñó suavemente.

—Es él.

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Eron no tenía magia. Pero al tocar el colgante de Elara, una luz surgió. No plateada. No dorada. Azul. Profunda. Antigua.

—¿Qué es esto? —preguntó.

Elara lo miró con ternura.

—Es tu historia. Y está esperando ser escrita.

Eron tembló.

—¿Y si no quiero ser parte de esto?

Kael se acercó.

—Entonces el eclipse elegirá por ti.

Eron cerró los ojos.

—Entonces enséñenme. Antes de que sea tarde.

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De regreso en la Torre, Elara escribió una nueva página:

> “El ciclo no termina con una luna.
> Ni con un nombre.
> Termina cuando el último vínculo se recuerda.
> Y comienza… cuando se elige.”

Kael la observó.

—¿Crees que Eron está listo?

Elara sonrió.

—No. Pero tampoco lo estaba yo.

La luna brilló.

Y el ciclo… volvió a girar.

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