El viento soplaba con fuerza sobre los acantilados de Liraen. La luna, alta y serena, proyectaba su luz dorada sobre el rostro de Eron, que observaba el horizonte con una mezcla de inquietud y determinación. Desde su nombramiento como guardián lunar, las noches se habían vuelto más intensas. Los sueños más vívidos. Y las preguntas más profundas.
Elara se acercó con paso firme, envuelta en su capa de hojas plateadas. Kael la seguía, su espada cruzada en la espalda, y Lioren caminaba a su lado, con el pelaje erizado por la energía que flotaba en el aire.
—Hoy comienza tu primer viaje como guardián —dijo Elara—. No para luchar. Para escuchar.
Eron frunció el ceño.
—¿Escuchar qué?
—Lo que el mundo olvidó —respondió Lioren—. Y lo que tú debes recordar.
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El Valle de Nareth era una región oculta entre las montañas del norte, donde la magia no fluía como en el resto de Lirien. Allí, según los registros de Seren, vivía una criatura ancestral: el Veyrith, guardián de los ciclos perdidos. Se decía que el Veyrith no hablaba con palabras, sino con visiones. Y que solo los verdaderos guardianes podían entender su mensaje.
Elara, Kael, Eron y Lioren partieron al amanecer. El camino era escarpado, cubierto de niebla y silencio. A medida que avanzaban, el aire se volvía más denso, como si el tiempo se ralentizara.
—¿Por qué este lugar está tan aislado? —preguntó Eron.
—Porque guarda lo que no debe ser tocado —respondió Kael—. Y lo que no debe ser olvidado.
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Al llegar al centro del valle, el grupo encontró un círculo de piedras antiguas, cubiertas de runas que brillaban con una luz azul tenue. En el centro, una figura se alzaba: el Veyrith. No tenía forma definida. Era humo, luz, sombra y memoria. Sus ojos eran dos lunas invertidas, y su presencia hacía temblar el suelo.
Eron dio un paso adelante.
—Soy Eron, guardián lunar. Vengo a escuchar.
El Veyrith no respondió con palabras. En cambio, una onda de energía envolvió a Eron, y su cuerpo se elevó unos centímetros del suelo. Sus ojos se cerraron. Y comenzó la visión.
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Eron vio un mundo dividido. La luna partida en tres fragmentos. La Alianza Lunar rota. Elara, sola, escribiendo en un libro que se deshacía. Kael, enfrentando una sombra sin rostro. Y él mismo… caminando entre ruinas, con el colgante apagado.
Luego, la visión cambió. Vio una nueva luna, naciendo de las cenizas. Vio guardianes unidos, no por magia, sino por memoria. Vio a sí mismo, guiando a otros, no como salvador, sino como testigo.
Cuando la visión terminó, Eron cayó al suelo, jadeando.
Elara corrió hacia él.
—¿Qué viste?
Eron la miró con ojos brillantes.
—El próximo ciclo. Y lo que debemos evitar.
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El Veyrith habló por primera vez, con una voz que parecía surgir de la tierra misma.
—El ciclo no se rompe por oscuridad. Se rompe por olvido.
El vínculo no se debilita por sombra. Se debilita por silencio.
Y el guardián… debe ser memoria viva.
Kael se acercó.
—¿Qué debemos hacer?
El Veyrith giró su mirada hacia Eron.
—Él debe escribir el futuro. No con palabras. Con actos.
Eron se levantó, aún temblando.
—Entonces guíame.
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De vuelta en la Torre de los Ecos, Eron se encerró en la sala de los espejos. Allí, cada reflejo mostraba un momento del pasado. Pero uno de ellos mostraba algo distinto: una figura encapuchada, con ojos dorados, observándolo.
—¿Quién eres? —preguntó Eron.
La figura respondió:
—Soy lo que puedes ser. Si olvidas.
Eron cerró los ojos.
—Entonces recordaré. Aunque duela.
El espejo se apagó.
Y el vínculo… se fortaleció.
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Esa noche, Eron escribió su primera página en el Libro de la Memoria:
> “No soy guardián por poder.
> Soy guardián por elección.
> Que el ciclo me pruebe.
> Que el mundo me escuche.
> Y que la luna… me recuerde.”
Elara lo observó desde la puerta.
—¿Estás listo para lo que viene?
Eron sonrió.
—No. Pero estoy despierto.
La luna brilló.
Y el guardián… comenzó a caminar.
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