La luna estaba quieta. Demasiado quieta.
Desde el renacimiento del ciclo lunar, los cielos habían brillado con una luz cálida y constante. Pero esa noche, Elara sintió que algo se deslizaba entre las estrellas. No era sombra. No era grieta. Era ausencia.
Kael entró en la sala de los espejos, su rostro tenso.
—Los guardianes de Nymira han perdido sus recuerdos. No saben quiénes son. Ni por qué protegen el agua.
Elara se levantó de golpe.
—¿Cómo es posible?
Lioren apareció en la puerta.
—El Devorador ha despertado.
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En la Biblioteca de las Sombras, Seren abrió un libro sellado por runas antiguas. El polvo se levantó como si el tiempo protestara.
—El Devorador de Memorias no es criatura ni dios —explicó—. Es un eco. Nacido de los recuerdos que fueron negados. Alimentado por los vínculos que se rompieron.
Elara frunció el ceño.
—¿Por qué ahora?
Seren señaló el colgante de Eron, que brillaba con una luz azul pálida.
—Porque el vínculo renació. Y con él, todo lo que fue enterrado.
Kael se acercó.
—¿Cómo lo detenemos?
Seren cerró el libro.
—Con lo que el Devorador no puede consumir: verdad compartida.
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Elara, Eron, Kael y Lioren viajaron al Bosque de los Ecos, donde el Devorador había sido visto por última vez. El bosque estaba en silencio. No por respeto. Por miedo.
En el centro del claro, una figura se alzaba. No tenía rostro. No tenía forma. Era una niebla oscura que susurraba con voces robadas.
—Elara —dijo con mil tonos—. Recuerda tu madre. Recuerda su sacrificio. ¿O ya lo olvidaste?
Elara tembló.
Eron dio un paso adelante.
—No puedes romper lo que fue elegido.
La niebla se giró hacia él.
—¿Y tú? ¿Sabes quién eres? ¿O solo repites lo que te dijeron?
La tierra tembló.
Y la prueba comenzó.
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El Devorador creó dos espejos. Uno para Elara. Otro para Eron.
En el espejo de Elara, vio a Eron corrompido, guiando a la Alianza hacia la ruina. En el espejo de Eron, vio a Elara manipuladora, usando el vínculo para controlar.
—Solo uno puede ser guardián —susurró el Devorador—. El otro debe olvidar.
Kael intentó intervenir, pero fue detenido por una barrera de sombra.
Lioren rugió, pero el bosque lo silenció.
Elara y Eron se miraron.
—¿Confías en mí? —preguntó ella.
—No —respondió Eron—. Pero creo en lo que somos.
Ambos tocaron sus espejos.
Y eligieron recordar.
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La niebla se disipó. El Devorador gritó, pero no con voz. Con vacío.
Elara y Eron compartieron sus recuerdos. No solo los buenos. También los dolorosos. El miedo. La duda. La pérdida.
Y el vínculo brilló.
No como magia.
Como historia.
El Devorador se desvaneció.
Y el bosque… volvió a cantar.
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De regreso en la Torre, Elara escribió una nueva página:
> “El vínculo no es perfección.
> Es elección constante.
> Que el Devorador nos pruebe.
> Que el olvido nos tiente.
> Pero que la memoria… siempre venza.”
Kael la abrazó.
—¿Y si el Devorador regresa?
Elara lo miró.
—Entonces recordaremos. Juntos.
La luna brilló.
Y el vínculo… respiró.
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