La luna espiralada brillaba sobre Lirien, más viva que nunca. Desde el pacto con los dioses, el ciclo lunar se había estabilizado. Los guardianes escribían sus memorias, los vínculos se fortalecían, y la Alianza Lunar vivía una era de paz.
Pero en el Bosque de los Susurros, algo distinto comenzaba a gestarse.
Una niña, de no más de trece años, caminaba sola entre los árboles. No tenía runas. No tenía colgante. No tenía nombre registrado en los libros de la Alianza. Pero cada noche, la luna descendía un poco más sobre ella.
Y una noche, la tocó.
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Elara lo sintió como un estremecimiento en el aire. Eron lo percibió como una vibración en el colgante. Kael, desde la Torre, observó cómo la luna cambiaba de color por un instante: de dorado a blanco puro.
—Alguien ha sido elegido —dijo Seren, entrando con urgencia—. Pero no por linaje. No por vínculo. Por la luna misma.
Elara frunció el ceño.
—¿Quién?
Seren extendió una imagen proyectada por las runas del Santuario. Una niña de cabello oscuro, ojos grises, y una capa tejida con hojas.
—Su nombre es Nyra. Vive en los límites del bosque. Y nunca ha sido parte del ciclo.
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Elara, Eron y Kael viajaron al claro donde la luna había descendido. Allí encontraron a Nyra, sentada sobre una piedra, con la luna brillando justo encima de ella.
—¿Sabes quiénes somos? —preguntó Elara.
Nyra asintió.
—Los que escriben. Los que recuerdan.
—¿Y tú? —preguntó Eron.
Nyra bajó la mirada.
—Yo soy la que escucha. Siempre he escuchado a la luna. Pero nunca me habló… hasta ahora.
Kael se acercó.
—¿Qué te dijo?
Nyra levantó la vista.
—Que estaba sola. Y que yo también.
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En el Santuario del Velo, las runas se encendieron al paso de Nyra. No por magia. Por reconocimiento.
La luna descendió una vez más, y una nueva espiral se formó en el cielo. No sobre Elara. No sobre Eron. Sobre Nyra.
—La luna ha elegido —dijo Seren—. Y no podemos negarlo.
Algunos guardianes protestaron.
—¡No tiene entrenamiento! ¡No tiene vínculo!
Elara se adelantó.
—Pero tiene algo que nadie más tiene: la capacidad de escuchar sin querer responder.
Eron colocó el colgante frente a ella.
—¿Lo aceptas?
Nyra lo miró.
—Solo si puedo seguir siendo quien soy.
La luna brilló.
Y el vínculo… nació.
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La Alianza se dividió. Algunos aceptaron a Nyra como nueva guardiana. Otros temían que la luna estuviera rompiendo sus propias reglas.
—¿Y si la luna ya no responde al ciclo? —preguntó Maevor, aún recuperado de la Fractura.
—Entonces el ciclo debe aprender a adaptarse —respondió Elara.
Kael reunió a los guardianes.
—No todos los elegidos deben ser guerreros. Algunos deben ser testigos.
Nyra, desde la Torre, comenzó a escribir. No en el Libro de la Memoria. En hojas sueltas, que enterraba bajo los árboles.
—La luna no quiere que todos la miren —dijo—. A veces solo quiere que alguien la recuerde.
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Esa noche, Elara escribió:
> “Hoy, la luna ha elegido sin preguntar.
> Ha recordado sin exigir.
> Y ha vinculado sin prometer.
> Que el ciclo escuche.
> Que el mundo acepte.
> Y que Nyra… sea quien la luna necesita.”
Eron cerró el libro.
—¿Crees que cambiará el ciclo?
Elara sonrió.
—Ya lo ha hecho.
La luna brilló.
Y Nyra… comenzó a escribir.
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