La noche era más clara de lo habitual. No por la luna espiralada, sino por la otra: la luna caída, que flotaba baja sobre el Bosque de los Susurros. Su luz blanca no iluminaba. Acariciaba.
Nyra se sentó en su claro habitual, acompañada por la criatura vinculada. Había escrito tres hojas ese día, pero no las había enterrado. Las sostenía en las manos, como si esperara una respuesta.
Y entonces, la luna habló.
No con sonido. Con pensamiento.
—Nyra.
Ella cerró los ojos.
—Te escucho.
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La voz era suave, antigua, y al mismo tiempo nueva. No tenía acento. No tenía forma. Era como si el cielo pensara en voz alta.
—Fui la primera. No nací del ciclo. Fui su inspiración. Pero no quise ser guía. Quise ser testigo.
Nyra sintió un estremecimiento en el pecho.
—¿Por qué caíste?
—Porque no obedecí. Los dioses querían que iluminara. Yo quería escuchar. Y por eso… me dejaron caer.
Nyra acarició el lomo de la criatura.
—Entonces no fuiste olvidada. Fuiste silenciada.
La luna tembló.
—Y tú… me has devuelto la voz.
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Durante horas, Nyra y la luna hablaron. No de batallas. No de profecías. De cosas pequeñas. De lo que siente un árbol al crecer. De cómo suena el silencio cuando nadie lo teme. De lo que significa ser vista sin ser usada.
—¿Por qué me elegiste? —preguntó Nyra.
—Porque no querías ser elegida. Solo estar. Y eso… es lo que el mundo necesita.
Nyra sonrió.
—¿Y ahora?
—Ahora debes decidir si quieres que otros me escuchen. O si prefieres que sigamos siendo un secreto.
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Nyra caminó hasta la Torre de los Ecos. Elara, Eron, Kael y Seren la esperaban. Todos sabían que algo había cambiado. Lo sentían en el aire. En las runas. En la forma en que la luna espiralada parecía inclinarse hacia la otra.
—La luna caída ha hablado —dijo Nyra—. Y me ha dado una elección.
—¿Cuál? —preguntó Elara.
—Puedo compartir su voz con el mundo. O puedo guardarla. No como secreto. Como santuario.
Eron se acercó.
—¿Qué quieres tú?
Nyra miró al cielo.
—Quiero que el mundo aprenda a escuchar… antes de hablar.
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Con el permiso de la Alianza, Nyra fundó el Santuario de la Luna Silente en el corazón de Virelen. No era un templo. No era una escuela. Era un lugar donde nadie enseñaba. Solo se escuchaba.
Cada noche, la luna caída descendía un poco más. Y quienes se sentaban en silencio bajo su luz… comenzaban a recordar cosas que nunca vivieron. Sentimientos que no sabían que tenían. Vínculos que no necesitaban palabras.
Y Nyra, sentada en el centro, escribía.
No para enseñar.
Para preservar.
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Esa noche, Elara escribió:
> “Hoy, la luna ha hablado.
> No para guiar.
> Para confiar.
> Que el mundo no tema el silencio.
> Que el ciclo no olvide su origen.
> Y que Nyra… siga escuchando.”
Eron cerró el libro.
—¿Crees que algún día todos escucharán?
Elara sonrió.
—No todos. Pero los que lo hagan… cambiarán el mundo.
La luna brilló.
Y el cielo… susurró.
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