Susurros de Sangre y Luna

Capítulo 36: El Ciclo Incompleto

La noche cayó sobre Lirien con una sensación distinta. No era tristeza. No era vacío. Era pausa.

La tercera luna, aquella que había escrito su historia y luego elegido el olvido, ya no brillaba. Su lugar en el cielo permanecía oscuro, como una página en blanco que nadie se atrevía a tocar.

Nyra, Thalen y Lirael se reunieron en el Santuario de la Luna Silente. No para lamentar. Para escuchar.

—El ciclo está incompleto —dijo Thalen, observando el cielo.

—No —respondió Nyra—. Está en transición.

Lirael cerró los ojos.

—Y nosotros… debemos aprender a custodiar lo que no se ve.

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Desde la Torre de los Ecos, Elara observaba las runas del Velo. Las líneas que antes vibraban con la presencia de tres lunas ahora se replegaban. Seren, al consultar los registros, encontró que las profecías se habían detenido. No por falta de futuro. Por respeto.

—La luna silente ha dejado de escribir —dijo Seren—. Y el ciclo… espera.

Eron, al leer el Libro de la Memoria, encontró una página que se negaba a llenarse.

—¿Y si no vuelve?

Elara respondió:

—Entonces debemos aprender a vincular sin luz. A recordar sin guía. A custodiar sin señal.

Kael colocó una piedra negra junto a las otras tres en el altar.

—No como símbolo de pérdida. Como espacio para lo invisible.

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Nyra comenzó a escribir hojas que no dependían de la luna. Las enterraba en lugares donde nadie había escrito antes: bajo ríos, dentro de cuevas, entre raíces olvidadas.

Thalen sembró flores que crecían en la sombra. No necesitaban luz. Solo presencia.

Lirael hablaba con el viento, pero ahora lo hacía sin esperar respuesta. Y el viento… la seguía igual.

—¿Estamos solos? —preguntó Thalen una noche.

Nyra negó con suavidad.

—Estamos acompañando a lo que aún no sabe cómo volver.

Lirael trazó un círculo en la arena.

—Entonces este será nuestro nuevo vínculo. No con la luna. Con su silencio.

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La Alianza Lunar se reunió. Algunos temían que el ciclo se debilitara. Otros veían una oportunidad para redefinirlo.

—¿Puede existir un vínculo sin luna? —preguntó un guardián de Elarion.

Elara respondió:

—Sí. Porque el vínculo no depende de luz. Depende de elección.

Seren propuso una nueva forma de registro: hojas escritas por quienes no han sido elegidos, pero han elegido custodiar.

Eron comenzó a recopilar testimonios de criaturas, viajeros, y voces que nunca habían sido escuchadas.

Kael reforzó el Santuario. No con muros. Con caminos.

—Para que todos puedan llegar. Incluso si no saben a dónde van.

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Una noche, mientras Nyra escribía junto a la criatura vinculada, el cielo tembló. No por tormenta. Por memoria.

La tercera luna no volvió a brillar. Pero una brisa suave recorrió Lirien. Las hojas enterradas comenzaron a vibrar. Las flores de Thalen emitieron luz tenue. Y el viento que seguía a Lirael… comenzó a cantar.

No era regreso.

Era renacimiento.

La luna silente no volvió como antes. Volvió como presencia. Como eco. Como posibilidad.

Nyra sonrió.

—Entonces no se fue. Solo cambió de forma.

Thalen tocó una flor.

—Y nosotros… también.

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Esa noche, Elara escribió:

> “Hoy, el ciclo ha aprendido a respirar sin completarse.
> No por resignación.
> Por evolución.
> Que el mundo no tema el cielo incompleto.
> Que el vínculo no dependa de forma.
> Y que Nyra, Thalen y Lirael… custodien lo que no se puede ver.”

Eron cerró el libro.

—¿Crees que la luna silente volverá a hablar?

Elara miró el cielo.

—No con palabras. Pero sí. Porque el silencio… también escribe.

Las lunas brillaron.

Y el ciclo… se adaptó.

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