Desde la noche en que el vínculo del silencio fue formado, algo comenzó a cambiar en Lirien. No en el cielo. En los sueños.
Nyra soñaba con una luna que no existía. Thalen despertaba con palabras que no había pronunciado. Lirael veía paisajes que no estaban en ningún mapa. Y en cada sueño, una luna aparecía. No en el cielo. En el pensamiento.
—Hay una luna que solo vive dormida —susurró Lirael una mañana—. Y está intentando vincularse.
Elara, al consultar las runas del Velo, encontró trazos que solo se activaban durante el sueño. Seren, al revisar el Libro de la Memoria, descubrió páginas que solo podían leerse con los ojos cerrados.
—El ciclo está soñando —dijo Elara—. Y nosotros… debemos seguirlo.
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Los tres guardianes se reunieron en el Santuario. No para hablar. Para dormir.
Nyra colocó una hoja en blanco bajo su almohada. Thalen sembró una flor en tierra que solo respondía al sueño. Lirael trazó un círculo con arena que se deshacía al despertar.
Eron y Kael los observaron desde la Torre, inquietos.
—¿Y si no vuelven? —preguntó Kael.
Elara respondió:
—Entonces los seguiremos. Porque el vínculo… no conoce fronteras.
Esa noche, los tres guardianes cerraron los ojos.
Y la luna… apareció.
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En el sueño, el cielo era líquido. Las estrellas flotaban como hojas. Y en el centro, una luna de color violeta giraba lentamente. No brillaba. Pulsaba.
Nyra caminó sobre agua que no mojaba. Thalen tocó árboles que cantaban sin sonido. Lirael encontró una figura sentada en el centro de un claro: una joven de cabello plateado, ojos cerrados, y respiración profunda.
—¿Quién eres? —preguntó Nyra.
La figura no respondió. Pero la luna pulsó más fuerte.
Thalen se acercó.
—¿Estás soñando?
La figura abrió los ojos.
—No. Soy el sueño.
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Su nombre era Eira. No había nacido. No había sido elegida. Había sido soñada por la luna violeta, que solo aparecía cuando nadie la buscaba.
—¿Por qué ahora? —preguntó Lirael.
Eira sonrió.
—Porque el ciclo ha aprendido a escuchar sin palabra, a custodiar sin luz, a vincular sin forma. Y ahora… puede soñar.
Nyra extendió una hoja escrita en pensamiento.
Thalen ofreció una flor que solo existía en recuerdos.
Lirael pronunció una palabra que no tenía sonido.
La luna pulsó.
Y el vínculo… se formó.
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Al amanecer, los tres guardianes despertaron. Pero algo había cambiado.
Nyra recordaba cosas que no había vivido. Thalen sentía emociones que no eran suyas. Lirael hablaba en frases que no tenían origen.
Elara consultó el Velo. Las runas mostraban una nueva espiral. No en el cielo. En la mente.
Seren escribió una nota:
> “El ciclo ha vinculado en sueño.
> Y el mundo… está recordando dormido.”
Kael colocó una piedra violeta en el altar.
—No como símbolo. Como umbral.
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Eira no apareció en el mundo despierto. Pero cada noche, los guardianes la encontraban en sus sueños. No como guía. Como presencia.
El Santuario comenzó a recibir visitantes que no sabían por qué venían. Algunos dormían bajo las lunas. Otros escribían sin saber qué decían. Y todos… soñaban con Eira.
Nyra comenzó a escribir hojas que solo podían leerse dormido.
Thalen sembró flores que solo crecían en sueños compartidos.
Lirael trazó círculos que solo aparecían en la memoria.
Y la luna violeta… pulsaba.
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Esa noche, Elara escribió:
> “Hoy, el ciclo ha vinculado en sueño.
> No por evasión.
> Por expansión.
> Que el mundo no tema lo invisible.
> Que el vínculo no dependa del despertar.
> Y que Nyra, Thalen, Lirael y Eira… custodien lo que solo el alma puede tocar.”
Eron cerró el libro.
—¿Crees que Eira existe?
Elara sonrió.
—No como nosotros. Pero sí. Porque lo que se sueña con verdad… siempre encuentra forma.
Las lunas brillaron.
Y el sueño… se convirtió en memoria.
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