Susurros de Sangre y Luna

Capítulo 39: La Luna del Olvido

Desde que Eira apareció en los sueños, el ciclo lunar comenzó a expandirse más allá de lo visible. Las lunas ya no solo brillaban en el cielo o en la mente. Ahora, algo nuevo se gestaba en los rincones donde la memoria se deshacía.

Nyra lo sintió primero: una hoja que había escrito desapareció sin dejar rastro. No fue robada. No fue destruida. Fue olvidada.

Thalen encontró una flor marchita que no recordaba haber sembrado.

Lirael despertó sin poder recordar el nombre de una palabra que había creado.

—Algo está naciendo —dijo Nyra—. No en lo que recordamos. En lo que dejamos ir.

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Guiados por la intuición, los tres guardianes viajaron al Valle de la Niebla, un lugar donde los recuerdos se desvanecían al cruzar sus límites. Allí, las piedras no conservaban historia. Los árboles no tenían anillos. El viento no sabía de dónde venía.

—Este lugar no guarda nada —susurró Thalen.

—Y por eso… puede recibirlo todo —respondió Lirael.

Nyra se detuvo frente a una grieta en la tierra. Dentro, una luz tenue pulsaba. No era fuego. No era magia. Era luna.

—Está naciendo —dijo—. Porque hemos olvidado.

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La luz emergió lentamente, formando una esfera opaca, gris, sin reflejo. No se elevaba. No giraba. Solo estaba.

Los guardianes la rodearon en silencio.

—¿Quién la ha llamado? —preguntó Thalen.

—Nadie —respondió Nyra—. Pero alguien ha olvidado. Y eso… la ha despertado.

Lirael se arrodilló.

—Entonces no debemos nombrarla. Solo acompañarla.

La luna pulsó una vez.

Y una figura emergió de la niebla.

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Era una mujer de rostro sereno, ojos cerrados, y manos vacías. No tenía colgante. No tenía historia. Pero la luna la seguía.

—¿Quién eres? —preguntó Nyra.

—Soy lo que fue dejado atrás —respondió—. No por desprecio. Por necesidad.

Thalen se acercó.

—¿Y qué custodias?

—El espacio donde lo nuevo puede nacer. Porque el recuerdo… necesita olvido para respirar.

Lirael ofreció una palabra que había olvidado.

La mujer la tomó.

Y el vínculo… se formó.

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En la Torre de los Ecos, Elara observó el cielo. Una nueva luna había aparecido. No brillante. No visible. Pero presente.

Seren consultó el Velo. Las runas mostraban huecos que vibraban.

Eron leyó el Libro de la Memoria. Una página en blanco comenzó a emitir calor.

—El ciclo ha vinculado en ausencia —dijo Elara—. Y el mundo… debe aprender a soltar.

Kael colocó una piedra gris en el altar.

—No como símbolo. Como pausa.

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La nueva guardiana, llamada Sira, no hablaba mucho. No escribía. No sembraba. Pero cada vez que alguien olvidaba algo en el Santuario, ella lo recogía. No para devolverlo. Para transformarlo.

Nyra comenzó a escribir hojas que se deshacían al ser leídas.

Thalen sembró flores que solo vivían un día.

Lirael trazó círculos que se borraban con el viento.

Y Sira… caminaba entre ellos, recogiendo lo que nadie recordaba.

La luna gris pulsaba.

Y el vínculo… respiraba.

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Esa noche, Elara escribió:

> “Hoy, el ciclo ha vinculado en olvido.
> No por pérdida.
> Por renovación.
> Que el mundo no tema soltar.
> Que el vínculo no dependa de permanencia.
> Y que Nyra, Thalen, Lirael y Sira… custodien lo que nace en ausencia.”

Eron cerró el libro.

—¿Crees que el olvido puede ser vínculo?

Elara sonrió.

—Sí. Porque lo que dejamos ir… nos deja espacio para volver a elegir.

Las lunas brillaron.

Y el olvido… se convirtió en origen.

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