Susurros de Sangre y Luna

Capítulo 42: La Luna de la Permanencia

Desde que Auren custodió el recuerdo prestado, el ciclo lunar comenzó a vibrar con lo elegido. Las lunas ya no solo respondían a lo vivido, lo soñado, lo olvidado o lo imaginado. Ahora, algo nuevo se gestaba en el acto más sencillo y más poderoso: quedarse.

Nyra lo sintió primero. Una hoja que había pensado enterrar lejos decidió guardarla en el Santuario.

Thalen, que había planeado partir hacia Nareth, se detuvo sin razón aparente.

Lirael, que cada noche hablaba con el viento, comenzó a hablar con la tierra.

—Alguien ha elegido quedarse —dijo Nyra—. Y la luna… ha respondido.

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En el cielo, una nueva luna apareció. No giraba. No descendía. No se ocultaba. Permanecía. Su luz era cálida, constante, como una llama que no busca expandirse, solo sostener.

Elara, desde la Torre de los Ecos, observó con Seren y Eron.

—La luna está respondiendo a la permanencia —dijo Seren—. No como prisión. Como elección.

Kael frunció el ceño.

—¿Y si alguien se queda por miedo?

Eron respondió:

—Entonces la luna no brilla. Porque solo responde a lo que se elige con el corazón.

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En el Santuario, una figura comenzó a aparecer entre los visitantes. No preguntaba por sus planes. No hablaba de destinos. Solo se sentaba junto a quienes dudaban. Y cuando alguien decidía quedarse… ella sonreía.

Nyra la vio junto a una joven que renunció a partir.

Thalen la vio junto a un viajero que enterró su mapa.

Lirael la vio junto a una criatura que dejó de buscar.

—Ella custodia el acto de permanecer —susurró Nyra.

La luna inmóvil descendió sobre la figura.

—¿Quién eres? —preguntó Lirael.

—Soy la guardiana de lo elegido —respondió—. No para retener. Para sostener.

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Su nombre era Elen. No tenía historia de viajes. Tenía raíces. No tenía criatura vinculada. Tenía tierra. Y la luna la seguía. No como guía. Como hogar.

—¿Por qué ahora? —preguntó Thalen.

—Porque el ciclo ha aprendido a escuchar lo que se dice, lo que se sueña, lo que se imagina. Ahora… debe aprender a escuchar lo que se elige.

Nyra ofreció una hoja que había decidido no enterrar.

Thalen ofreció una flor que había decidido no mover.

Lirael ofreció una palabra que había decidido repetir.

Elen los aceptó.

Y el vínculo… se formó.

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La Alianza Lunar se reunió. Algunos temían que la luna de la permanencia detuviera el ciclo. Otros comprendieron que lo sostenía.

—¿Puede el ciclo custodiar lo que no cambia? —preguntó un guardián de Lirien.

Elara respondió:

—Sí. Porque el cambio necesita raíz. Y la permanencia… es su suelo.

Seren propuso un nuevo tipo de registro: hojas que no se actualizan, pero que se leen cada año.

Eron comenzó a recopilar testimonios de quienes eligieron quedarse, sin razón, sin destino, solo por sentir que era el momento.

Kael colocó una piedra firme en el altar.

—No como símbolo. Como base.

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Elen no preguntaba por razones. No exigía explicaciones. Solo acompañaba el acto de permanecer.

Nyra comenzó a escribir hojas que solo podían leerse en el mismo lugar donde fueron escritas.

Thalen sembró flores que solo crecían si nadie las movía.

Lirael trazó círculos que solo se completaban si se repetían cada noche.

Y la luna inmóvil… brillaba.

No como destino.

Como elección.

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Esa noche, Elara escribió:

> “Hoy, el ciclo ha vinculado en permanencia.
> No por estancamiento.
> Por decisión.
> Que el mundo no tema quedarse.
> Que el vínculo no dependa del movimiento.
> Y que Nyra, Thalen, Lirael y Elen… custodien lo que se elige sin partir.”

Eron cerró el libro.

—¿Crees que esta luna detiene el ciclo?

Elara miró el cielo.

—No. Lo sostiene. Porque sin permanencia… no hay memoria.

Las lunas brillaron.

Y el quedarse… se convirtió en camino.

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