Desde que Isen custodió el amor no correspondido, el ciclo lunar comenzó a vibrar con una nueva sensibilidad. Las lunas ya no solo respondían al perdón, al afecto, al silencio o a la escucha. Ahora, algo más profundo se movía entre los espacios vacíos: la ausencia.
Nyra lo sintió primero. Una hoja que había escrito para una amiga que partió sin decir adiós comenzó a deshacerse en sus manos, como si la luna misma la estuviera leyendo.
Thalen encontró una flor marchita en el borde del Santuario. Nadie la había plantado. Nadie la había cuidado. Pero allí estaba, como una señal de alguien que se fue sin dejar rastro.
Lirael despertó con una imagen en la mente: un círculo incompleto, trazado en la arena, interrumpido por una huella que se alejaba.
—Alguien ha desaparecido —dijo Nyra—. Sin despedirse.
La criatura vinculada se estremeció.
—Y la luna… ha respondido.
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En el cielo, una nueva luna apareció. No era brillante. No era tenue. Era incompleta. Como si una parte de ella se hubiera ido. Su luz no iluminaba. Solo insinuaba. No giraba. No descendía. Permanecía suspendida, como una pregunta sin respuesta.
Elara, desde la Torre de los Ecos, observó con Seren y Eron.
—La luna está respondiendo al adiós no dado —dijo Seren—. No como pérdida. Como eco.
Kael frunció el ceño.
—¿Y si esa ausencia nunca se explica?
Eron respondió:
—Entonces la luna no la explica. La acompaña. Porque el silencio… también es historia.
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En el Santuario, una figura apareció al amanecer. No caminaba. No hablaba. Solo estaba. Su presencia era como una sombra suave, como una memoria que no se puede tocar. No buscaba a nadie. Pero todos sentían que había venido por alguien.
Nyra la vio junto a una piedra donde alguien solía sentarse.
Thalen la vio junto a una flor que nadie había regado.
Lirael la vio junto a un círculo que nunca se completó.
—Ella no reemplaza —dijo Nyra—. Solo custodia lo que no se dijo.
La luna incompleta descendió sobre la figura.
—¿Quién eres? —preguntó Lirael.
—Soy la guardiana del adiós no dado —respondió—. No para cerrar. Para sostener.
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Su nombre era Vela. No tenía historia de llegadas. Tenía huellas. No tenía criatura vinculada. Tenía una piedra partida, como si alguien la hubiera dejado a medias.
—¿Por qué ahora? —preguntó Thalen.
—Porque el ciclo ha aprendido a escuchar, a imaginar, a soltar, a amar. Ahora… debe aprender a acompañar lo que no se dijo.
Nyra ofreció una hoja que había escrito para alguien que nunca volvió.
Thalen ofreció una flor que había crecido en el lugar donde alguien desapareció.
Lirael ofreció una palabra que había quedado suspendida en el aire.
Vela los aceptó.
Y el vínculo… se formó.
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La Alianza Lunar se reunió. Algunos temían que la luna del adiós no dado promoviera nostalgia. Otros comprendieron que cultivaba memoria.
—¿Puede el ciclo custodiar lo que no se cerró? —preguntó un guardián de Lirien.
Elara respondió:
—Sí. Porque no todo lo que se va necesita explicación. A veces… solo necesita compañía.
Seren propuso un nuevo tipo de registro: hojas que se escriben sin fecha, sin firma, sin destinatario.
Eron comenzó a recopilar historias de desapariciones: de amigos, de criaturas, de lunas que se fueron sin decir por qué.
Kael colocó una piedra hueca en el altar.
—No como símbolo. Como espacio.
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Vela no preguntaba por razones. No exigía respuestas. Solo acompañaba. Y cada vez que alguien recordaba a quien se fue sin despedirse… ella estaba cerca.
Nyra comenzó a escribir hojas que se enterraban sin ser leídas.
Thalen sembró flores que solo crecían si nadie las tocaba.
Lirael trazó círculos que se deshacían si se intentaban cerrar.
Y la luna incompleta… brillaba.
No como cierre.
Como memoria.
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Con el tiempo, el Santuario se llenó de visitantes que no venían a buscar explicaciones, sino a dejar señales. Algunos colocaban piedras en lugares vacíos. Otros escribían nombres que nadie reconocía. Y otros simplemente se sentaban junto a Vela, en silencio, y esperaban.
Una criatura que había perdido a su compañero dejó una huella en la arena. La luna incompleta brilló.
Un joven que había sido abandonado escribió una hoja y la dejó volar. La luna brilló.
Una mujer que había perdido a su madre sin despedirse dejó una flor en el altar. La luna brilló.
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Esa noche, Elara escribió:
> “Hoy, el ciclo ha vinculado en ausencia.
> No por vacío.
> Por memoria.
> Que el mundo no tema lo que no se dijo.
> Que el vínculo no dependa del cierre.
> Y que Nyra, Thalen, Lirael y Vela… custodien lo que se fue sin despedirse.”
Eron cerró el libro.
—¿Crees que esta luna sana?
Elara miró el cielo.
—No. Pero acompaña. Porque el adiós… no siempre necesita palabras.
Las lunas brillaron.
Y la ausencia… se convirtió en presencia.
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