No soporto quedarme solo en casa.
Vivo en un hogar acogedor, donde lo más grande que tiene es el pasillo, y al fondo, la bodega. Lo habitual es que el bullicio de mi familia, lleno de alegría y tranquilidad, me tranquilice. Y lo hace. Hasta que el tic tac del reloj se sobrepone a sus voces. Ellos no lo notan
Cuando pasa, me sorprendo mirando al pasillo. Hacia la bodega que, por alguna razón, pareciera más oscura. Más intensa.
La soledad y la penumbra que traen las insípidas tardes del comienzo del año hacen que mis mayores miedos y traumas salgan a flote. Siempre he pensado que es porque no soporto estar solo... pero esta vez, no fue solo eso.
Era una tarde cualquiera. Volvía a estar solo en casa. Al principio, me refugié en mi habitación, pero el silencio y el tic tac del viejo reloj del patio hacían que el ambiente se volviera cada vez más tenso.
Decidí entonces ir al computador del estudio para distraerme jugando un rato. Pensé que así pasaría más rápido el tiempo. Que alguien llegaría. Pero no fue así.
Las horas avanzaban. Cuanto más jugaba, más fuerte era la necesidad de mirar hacia atrás. Justo hacia donde siempre he temido. Sentía que algo me llamaba. Pero me resistí. No miré. No aún.
La tarde cayó por completo. Olvidé encender las luces, y la casa quedó sumida en la oscuridad. Ya no podía ver con claridad.
Y entonces, cuando por fin se posó la noche. Lo impensable sucedió.
A mi izquierda hay una habitación que usamos como bodega. Llena de trastos viejos. Siempre está en penumbra. Muchas veces me ha dado curiosidad mirar hacia allí.
Lo hice.
Y me arrepiento.
Al volver la vista al computador, escuché cómo la vieja silla de oficina empezaba a crujir. Me giré rápidamente. En ese instante dejó de moverse, y justo después, un televisor se encendió solo.
Salté de la silla. Corrí a mi cuarto, pensando que entre mis cobijas estaría a salvo.
Pero no.
La oscuridad había invadido toda la casa. No podía ver absolutamente nada. El reloj había dejado de sonar. Solo quedábamos yo, la oscuridad, y eso que ahora habitaba en mi hogar.
Las cobijas no me protegieron.
Una puerta se cerró de golpe. Y, segundos después, la mía también.
Fui encerrado.
Y esta vez, no estoy tan seguro de estar solo.