Susurros del corazón

La belleza de lejanías

Astro

Lejanías, Meta, era un rincón del mundo donde la naturaleza parecía abrazar cada calle y esquina. Los paisajes eran una explosión de verdes, salpicados por el amarillo vibrante de las flores que florecían a lo largo de las aceras. La brisa suave traía consigo el canto de las aves y el murmullo del río cercano. Sin embargo, a pesar de la belleza que me rodeaba, había una nube de inseguridad que me seguía a todas partes.

En medio de esta maravilla, el colegio se alzaba como un refugio, un lugar donde pasaba mis días. Pero cada vez que cruzaba la puerta, el peso de mis miedos se hacía más palpable. El chico de once, aquel que pintaba en las gradas de la cancha, era la fuente de mis sueños y mis temores. A menudo, me encontraba imaginando una vida donde pudiéramos compartir palabras, pero la realidad siempre me atrapaba en un silencio abrumador.

A medida que caminaba por los pasillos, la calidez del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el ambiente. Las risas y voces de mis compañeros resonaban, pero yo permanecía en mi mundo, observando desde la distancia. Sabía que él estaba ahí, que sus risas se mezclaban con las de los demás, y aún así, sentía como si existiera un abismo entre nosotros.

La idea de acercarme me llenaba de ansiedad. Me asustaba la posibilidad de ser rechazada, de que él no me viera como algo más que una sombra en el fondo. A menudo, me imaginaba en su lugar, pintando y dejando que la creatividad fluyera sin límites. Pero cada vez que pensaba en dar un paso, la voz de la duda resonaba más fuerte: “No eres lo suficientemente interesante” o “Él nunca se fijaría en ti”.

Aquel día, decidí que saldría a explorar Lejanías después de clases. Tal vez el aire fresco y los hermosos paisajes me ayudarían a despejar mi mente. Al salir del colegio, el calor del sol me envolvió, y respiré profundamente, tratando de dejar atrás mis preocupaciones.

Caminé por las calles empedradas, disfrutando de la tranquilidad que ofrecía el municipio. Las casas de colores vibrantes se alineaban a lo largo de la vía, y en cada esquina, los aromas de la comida típica se entremezclaban, creando una sinfonía de olores que me hacía sentir viva. Sin embargo, mi mente seguía atrapada en pensamientos de él. A pesar de la belleza que me rodeaba, mi corazón anhelaba una conexión que parecía inalcanzable.

Decidí detenerme en un parque cercano, un lugar donde los árboles se alzaban majestuosamente y las flores daban un toque de magia al paisaje. Me senté en una banca, observando a las familias que jugaban, a los niños que corrían con risas contagiosas. Sin embargo, mi mirada se desvió hacia las gradas de la cancha, donde él solía sentarse a pintar.

Era como si una parte de mí anhelara estar allí, junto a él, pero la otra parte se negaba a dar el paso. En esos momentos, mis inseguridades se intensificaban. ¿Qué podría decirle? ¿Cómo podría romper el silencio que me apresaba? El eco de mis miedos resonaba en mi mente, impidiendo que las palabras fluyeran.

Con el tiempo, el sol comenzó a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosas. Mientras contemplaba la belleza del atardecer, no podía evitar sentir que el tiempo se deslizaba entre mis dedos, llevándose consigo oportunidades que nunca llegué a aprovechar. Anhelaba la valentía que me permitiera acercarme a él, pero cada intento se desvanecía antes de nacer.

Al regresar a casa, la sensación de desasosiego me acompañó. Sabía que Lejanías era un lugar lleno de vida y color, pero para mí, seguía siendo un espacio donde mis miedos limitaban mi mundo. A pesar de la naturaleza vibrante que me rodeaba, sentía que mi corazón estaba atrapado en un laberinto de dudas.

Esa noche, mientras me preparaba para dormir, reflexioné sobre la belleza de mi municipio y la tristeza de mi realidad. Tal vez un día encontraría el valor necesario para cruzar la línea que separaba nuestros mundos. Pero por ahora, seguiría observando desde la distancia, sumida en mis pensamientos, esperando que el sol de un nuevo día me trajera la fuerza que necesitaba para enfrentar mis miedos.

La Búsqueda del Valor

El sonido del timbre resonó una vez más, marcando el inicio de un nuevo día en el colegio de Lejanías. A medida que los estudiantes se dispersaban por los pasillos, sentí que mi corazón latía con fuerza. La rutina me resultaba reconfortante, pero al mismo tiempo, la presencia de él siempre traía consigo una mezcla de emoción y ansiedad.

Tomé un profundo respiro y entré al aula, donde el bullicio habitual ya había comenzado. Mis amigos conversaban animadamente, pero yo me perdía en la penumbra de mis pensamientos. Mientras la profesora explicaba la lección, mi mirada se desvió hacia la ventana, donde el sol iluminaba los árboles y los colores vibrantes del municipio. Sin embargo, mi mente siempre regresaba a él, al chico de once grado que capturaba mi atención sin esfuerzo.

Después de clase, decidí dar un paseo por el patio, intentando distraerme de mis inseguridades. Con cada paso que daba, mis ojos buscaban las gradas de la cancha, pero él no estaba allí. La decepción me invadió. Había días en los que me preguntaba si algún día tendría el valor de hablarle, pero en ese momento, solo podía contemplar su ausencia.

Mis amigos me invitaron a jugar al baloncesto, pero me encontraba en un estado de introspección. Acepté la invitación, aunque sabía que mi mente divagaría entre los movimientos del juego y los sueños que guardaba en lo más profundo de mi corazón. Mientras corría de un lado a otro, la adrenalina me ayudaba a olvidar mis miedos, aunque solo fuera por unos momentos.




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